Una chica como yo

81 44 32
                                    

LUCÍA MARTÍNEZ

Si, como yo.

La chica antisocial con un solo amigo.

La mala estudiante.

La que tiene una casa mediocre mientras que todos los de su clase tienen una mansión con piscina; no me malentiendan, aprecio mucho tener un hogar, pero a veces los adolescentes llegan a ser un poco malos y usan tu estatus económico como excusa para molestarte.

La chica cuatro ojos —si, tenía lentes—.

Esa era yo, la chica que era invisible pero visible a la vez.

La chica que a nadie le importaba y que solo usaban para divertirse haciéndole bromas y amenazándola.

Agarro mi cuaderno de química y me dirigo a clase cuando, de repente, tropiezo con algo y caigo directo al piso.

— ¿Vieron como se ha caído? Lo tengo todo grabado, ya lo paso por el grupo de la clase—. Dijo el bully riendo.

Se escucharon risas alrededor y me sentí humillada, avergonzada.

Decidí faltar a química e ir a llorar al baño, y les digo un spoiler, fue una mala elección.

Llegué y me apresuré a entrar en uno de los cubículos, bajé la tapa del inodoro y me senté allí a llorar.

Mientras las lágrimas caían por mis mejillas, me preguntaba si cambiarme de colegio era una buena idea, pero me aterraba el pensamiento de tener que conocer a gente nueva.

Estaba en una crisis hasta que la voz de una chica me sacó de mi subconsciente.

No sabía quién era pero podía escuchar claramente su conversación.

— Ya la hicimos tropezar, ¿ahora que sigue?

— Podemos tirarle pegamento en la cabeza, imagínate que termine rapándose el pelo —. Dijo una de las chicas riendo.

Me sequé las lágrimas y me tranquilicé, sabía que ponerme a llorar no solucionaría nada.

Respiré hondo e intenté no sobrepensar pero solo pasaban por mi cabeza las preguntas que no quería escuchar una y otra vez.

¿Por qué me hacen bromas?

¿Por qué la gente prefiere burlarse de mí antes de ser mi amigo?

¿Por qué la única vez que me notan es para reírse de mí?

Abrí la puerta del cubículo en el que estaba encerrada y las chicas quedaron en shock.

Hice como si no hubiera escuchado nada y me miré al espejo sin parar de preguntarme qué estaba mal conmigo.

Me saqué los lentes y los limpié ya que estaban mojados por mi llanto.

Los pongo bajo agua y luego agarro papel para secarlos.

Mientras agarro el papel, escucho el timbre y termino rápido de limpiarlos para no llegar tarde a clase de literatura en inglés.

No sé si odiaba más al profesor o la materia.

Tenía el típico profesor que no hablaba muy bien en inglés, se creía que era de Oxford y que tenía una pronunciación increíble cuando no era así.

El típico profesor que se hacía el bueno frente a los directores pero después te gritaba todo el día.

El típico profesor que habla tan lento que en lo único en lo que te concentras es en intentar no dormirte.

Un trago de mal gustoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora