Devuelta a México

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LUCÍA MARTÍNEZ

Terminé el año escolar y me gradué con un promedio relativamente aceptable. Para celebrarlo decidimos ir, mi mamá, papá, Celeste y Mateo a México a visitar a mis abuelos, tíos, básicamente a mi familia.

Cuando llegamos a México, nos dirigimos a mi casa y muchos recuerdos llegaron a mí, no exactamente los que quería.

Pasamos por el frente de lo de Polo para ver que ya nadie vivía allí lo que nos pareció raro pero no dimos mucha importancia.

Llegamos a nuestra antigua casa, la cual seguía siendo nuestra, y la encontramos funcionando. La electricidad estaba totalmente funcionando, luces prendidas y televisión prendida también. La alarma, por otro lado, no estaba activada, lo que nos dejó en shock porque recordábamos haberla activado.

Empiezo a escuchar murmullos y pasos silenciosos pero notorios, provenientes del piso de arriba. Lo que descubriría allí me pondría en un blanco total, sin pensar en qué hacer, como reaccionar, que decir; sin entender cómo.

—Lisa, Polo, ¿qué hacen aquí? No puedo creer que después de haberme engañado tengan el descaro de mudarse a mi casa sin permiso —Les grité, hecha una loca— ¡He dicho fuera!

Les grité de todo hasta que ellos decidieron marchase, sin siquiera pedir perdón, no solo a mí sino que tampoco a mi familia.

Todos estábamos muy enojados por todo, eran unos sínicos ellos dos, es decir, ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría meterse ilegalmente a vivir en una casa la cual no es suya y le pertenece a su ex novia y ex mejor amiga?

Mateo me preguntó por qué había sido tan cruel, pero en vez de contarle toda la historia, le dije que tan solo Lisa había sido mi ex y Polo había sido mi mejor amigo en un momento determinado, antes de que me hayan traicionado, pero de lo que si me arrepentí de contarle fue que los seguía queriendo mucho a pesar de todo el daño que me habían hecho. Creo que no le debí de haber dicho eso porque era y es parte de mi pasado y yo sabía que quería mil veces más a Mateo que a alguno de aquellos dos.

POLO RAMÍREZ

En ese preciso momento sentí pena de mí, me sentí avergonzado y salí rápidamente de su casa. Como siempre, decidí salir de fiesta para evitar pensar lo que claramente a Lisa no le gustó. De hecho nunca le ha gustado, pero ahora, no sé por qué, me estaba rogando que no vaya, o por lo menos no solo.

No sé por qué le hice caso, pero no del todo, le dije que iría y ella me acompañaría. Me vestí y, sin pensar mucho, conduje hasta la fiesta en lo de unos que hacían fiestas los viernes.

La fiesta estaba yendo de maravilla, tenía unas cuantas copas arriba y algún que otro sobrecito de cocaína en mi cuerpo, corriendo por mis venas, haciéndome sentir libre, sin dolor, solo paz.

Bailaba con Lisa y cantaba a los cuatro vientos mientras sonreía, no podía no estar feliz. Perdí totalmente la conciencia ya que no recuerdo nada más que música, droga, fiesta, alcohol y luces parpadeando.

Cuando me desperté al día siguiente, todavía en la casa donde había sido la fiesta, vi a mi novia tirada en el piso. Al principio creí que solo estaba durmiendo, pero, al ver que no despertaba, le tomé el pulso y era nulo.

No podía oír su respiración ni mucho menos ver su estómago moverse de arriba a abajo como lo haría una persona con señales claras de vida.

Todo daba vueltas y la resaca de la noche anterior me estaba matando, tanto así que ni yo podía entender lo que estaba pasando.

Apenas me puse de pie, vomité. Al vomitar, unos chicos aparecieron, los dueños de la casa, y me ayudaron a sentirme mejor, dándome un vaso de agua y sentándome en uno de sus sillones.

Cuando me empecé a sentir mejor, murmuré algo sobre Lisa, lo que llevo a que los chicos rápidamente fueran a ver su estado y comprobar aquella tan esperada señal de vida que no parecía emitir.

Llamaron a la ambulancia quien vino tiempo más tarde, mientras yo seguía en la mía, intentando volver a la realidad.

Un trago de mal gustoTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang