Capítulo 4

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—¿Crees que estarán enfadadas? —preguntó Karina, mientras subían a paso ligero la colina en la que se hallaba la casa.

—No. Lo que habrán hecho es guardarnos un plato mientras ellas se zampan el resto y se dedican a contarse historias para no dormir —dijo Minjeong.

En realidad, habían guardado la cena entera y se había zampado la bandeja de entremeses sin dejar ni una sola miga. Cuando llegaron Karina y Minjeong, estaban disputando una acalorada partida de póquer.

Lutz era una auténtica entusiasta del póquer. En realidad, Lutz concentraba en una sola persona las características que más asustaban a Karina: era escandalosa, intransigente, agresiva y grandullona. Karina retrocedió y se quedó pegada a la pared. Minjeong le cogió la mano.

—Acompáñame. Será mejor que nos escondamos en la cocina con Katherine, que no juega a póquer. Ya te presentaremos a Lutz más tarde. Total, mientras dure la partida, no se les puede ni hablar —susurró Minjeong.

Tenía razón. Ni siquiera parecieron advertir la presencia de las recién llegadas. Lo único que éstas escucharon fue una acalorada discusión sobre las reglas del póquer.

Katherine estaba muy atareada en la cocina, pero se le iluminó la cara en cuanto entró Minjeong.

—Más valdrá que empiecen a cenar. A ésas ya no las para nadie. Seguramente cenarán mientras siguen jugando.

—Lo siento, Katherine, no pretendía estropearte la cena —dijo Minjeong.

—Tranquila, cielo, no la has estropeado. Me alegro mucho de que hayas venido. Buen trabajo, Rina. Siéntense en la sala. No veo motivos para que no disfruten de una buena cena. Yo voy enseguida.

La sala estaba de lo más elegante. Sobre el mantel bordado, la plata y el cristal resplandecían a la luz de las velas.

—Qué bonito —dijo Karina.

—A Katherine y a Berlin se les da muy bien preparar cenas de postín —asintió Minjeong.

—Me siento fatal. Lo hemos estropeado todo —dijo Karina. Se sentó, con una expresión un tanto abatida.

—No, lo he estropeado yo. Pero habrá más cenas... y, en este pueblo, una buena partida de póquer eclipsa cualquier otra celebración. Ya tendrás tiempo de comprobarlo.

Katherine trajo panecillos y dos tazones humeantes de gumbo.

—Lo demás está en la mesa, chicas. Adelante, sin cumplidos.

—Siéntate, Katherine —dijo Minjeong, mientras le cogía la mano.

—No, cielo, llevo toda la tarde picando. Además, tengo que mantener a raya a las fieras y darles de comer. Son un pozo sin fondo —respondió Katherine. Atrajo a Minjeong hacia sí y le acarició el pelo—. Tienes que prometerme unas cuantas cosas, cariño —dijo, mirándola.

—Ya lo sé —contestó.

—Y ahora, a comer. Min, ábrele el vino a Karina.

Karina se preguntó qué querría decir con eso, pero se imaginó que tarde o temprano lo descubriría, como la mayoría de cosas que iba a aprender aquel verano.

Cuando Minjeong le sirvió a Karina la tercera copa de vino y a sí misma el tercer vaso de agua con gas, Karina dijo:

—No bebes alcohol, ¿verdad?

—Ya no. Tuve un problemilla. Bueno, en realidad fue algo más que un problemilla, pero... —dijo.

Se miraron durante un segundo.

The Flight Of The Senses // Winrina //Where stories live. Discover now