Capítulo 13

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Karina posaba y Minjeong trabajaba a un ritmo frenético. Necesitaba casi con desesperación que la escultura de Karina formara parte de la exposición, pues en cierta manera simbolizaba el trato que habían hecho, el comienzo de una nueva vida juntas. Cuando estuvo terminada en yeso, Minjeong invitó a Berlin, a Katherine, a Rachel y a Lily a tomar vino y queso, y a estar presentes cuando descubriera la estatua.

—Madre mía, ahora hasta da fiestas —dijo Berlin, con la invitación en la mano.

—Ha hecho muchos progresos —dijo Katherine. Le dio la vuelta al pollo a la brasa que estaba haciendo en la barbacoa.

—Serán los efectos educativos del amor —murmuró Berlin, aunque resultaba evidente que se había perdido en sus propias reflexiones sobre otro tiempo y otra época.

—Sí. Me pregunto a quién te recuerda... —dijo Katherine.

Bajó la tapa de la barbacoa.

Berlin le dio una cerveza y le sacó una silla.

—Eres toda una gentildama. ¡Qué modales!

—Lo he aprendido todo de ti —dijo Berlin.

—No. Lo aprendiste en un colegio privado, pero se te olvidó todo cuando te convertiste en la lesbiana más petarda de este pueblo.

—Bueno, todas cambiamos. La verdad es que fue una época muy divertida.

—¿Y ahora? —dijo Katherine, haciendo un mohín de disgusto.

—Ahora es una época maravillosa. Los mejores días de mi vida los he pasado contigo. —Berlin rodeó a Katherine con sus brazos—. Y no los cambiaría por nada.

—La gente nos considera antediluvianas —repuso Katherine.

—¿Y qué? A mí me gusta. Poco a poco, nos estamos convirtiendo en iconos lésbicos. Alguien tendrá que demostrarles a estas jovencitas que la longevidad tiene sus ventajas. No se puede ir de la cima de una montaña a otra sin pararse jamás a ver qué hay más abajo. Las cosas hay que vivirlas en pareja, incluso el temido aburrimiento, porque eso nos fortalece y nos une — afirmó.

—Tendrías que ser consejera sentimental —dijo Katherine, mientras le daba un pellizco.

—Ah, no, ni hablar, nada de loqueros. Además, Lutz me dijo el otro día en la partida de póquer que tengo un problema con el juego. Me dijo que soy compulsiva. —Berlin frunció el entrecejo.

—Y es verdad.

—No, lo único que pasa es que me gusta y que se me da bien. Todavía no me he jugado la casa, ¿verdad? Cada cual tiene sus cosas.

—Alguna que otra manía. Cuando Lutz te dijo eso..., ¿iba ganando o perdiendo?

—Perdiendo. Siempre pierde porque es muy chula. Yo me retiro cuando no tengo una buena noche, o apuesto poco, pero Lutz se empeña en tentar al destino. Si el destino ha decidido que esa noche no es tu noche, lo mejor es aceptarlo y pasar a otra cosa. Lutz, en cambio, piensa que el destino cambiará de opinión si le ofreces dinero. Y no es así.

—No sólo eres lista, también eres muy sexy —dijo Katherine.

Se puso en pie para ver si el pollo ya estaba a punto y, al pasar junto a Berlin, le dio una palmadita en el trasero. Berlin agarró un trapo de cocina y le devolvió el golpe. Acto seguido, Katherine la apuntó con el largo tenedor de la barbacoa, Berlin alcanzó las tenacillas —también muy largas— e iniciaron un combate de esgrima en el jardín de atrás, momento en el que llegaron Rachel y Lily. Rachel miró a Lily con cara de circunstancias, pues a veces sus madres le hacían sentir vergüenza ajena.

The Flight Of The Senses // Winrina //Where stories live. Discover now