17. Celos, celos, celos (Parte II)

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Ian Davis

Bajo del auto lo más rápido que puedo y por primera vez en mi vida la pago con mi propio hijo, estrellando su puerta con toda la ira que me recorre.

Me saco el casco y avanzo hacia el Ferrari del que sale la desequilibrada mientras varias preguntas sumen mi mente. Por ejemplo: ¿Por qué dejamos que personas inestables pululen por la sociedad? No lo sé.

¿Podríamos aplicarme esa misma pregunta porque la maldita ni aún estando demente deja de parecerme atractiva? Quizá, pero si soy sincero me la está empezando a sudar.

Se quita el casco para cuando la alcanzo y me alza el mentón como si esperase que la felicitara por semejante idea de mierda.

— ¿Qué cojones te pasa?— mascullo cuando la alcanzo, conteniendo mi furia.

Ni siquiera me cubro el rostro de nuevo, ni contemplo ni me importa la idea de que se fije en lo irritada que tengo la nariz o los movimientos demasiado bruscos de mi mandíbula.

Solo necesito saber quién en su sano jodido juicio haría una mierda así cuando no ha conducido un deportivo en su puta vida, y no comprendo si su muestra de seguridad es falsamente infundada o si es que realmente no entiende la magnitud del problema.

Alza una ceja fingiendo no saber que pasa y confirma mi segunda teoría.

— ¿Qué me pasa? —rebate.

En primer lugar, aquí nadie toca el vehículo de nadie, muchísimo menos sin un previo consentimiento por escrito.

En segundo lugar, Ocean querrá matarla y los capullos que aclaman su castigo no van a dejarlo pasar.

¿Por qué alguien creyó que sería buena idea dejarla participar? ¿Y porque sigue adentrándose cada vez más en mi círculo?

Yo debería gestionar los encuentros, y estos deberían limitarse al mínimo contacto porque no, no mentía cuando dije que me produce ardor en la boca del estómago.

Creí que se debía a las drogas pero no, el que produce ella es mucho peor, más agrio y burbujeante y cuanto más la veo, más molesto resulta.

—Déjame reformular la pregunta... ¡¿Qué cojones crees que estás haciendo?!— le reclamo.

— ¿Correr?— pregunta con obviedad.

— ¿Cómo coño te atreves a ocupar un deportivo ajeno?—la miro sin creer su tranquilidad— No has tocado uno en tu vida ¿Sabes lo peligrosa que ha sido tu idea de mierda?

Mhmm— se lleva la mano a la barbilla, pensativa — ¿Más o menos peligrosa que la idea de conducir ebrio?

Su réplica me silencia y la pregunta resuena en mi mente, cobrando otro sentido segundos después.

— ¿Qué acabas de decir? —contengo la mezcla de ira e incredulidad— Dime que esto no ha sido un estúpido intento de lección.

La sangre me hierve y el sudor frío comienza a empaparme la nuca.

— Mira Ian, sinceramente, a otro con el cuento del peligro —me rueda los ojos en la cara—. Lo hice porque me sentía capaz y si además te ha servido de lección, todos salimos ganando ¿No?

Se acerca un paso, y presiona su dedo índice contra mi pecho.

— No lo he hecho nada mal, eso debes admitirlo —sonríe como si fuese su colega de toda la vida.

Mi cerebro trabaja a toda prisa y no sé a qué sección de pensamientos debería hacerle caso.

A la que me pide que le recuerde que no seré su amigo jamás, a la que me demanda que no me resista y eche un vistazo a la manera en que se ven sus labios desde mí ángulo o a la última, que me recuerda mi molestia.

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⏰ Última actualización: Jul 17, 2022 ⏰

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