Capítulo 3. MIRADAS.

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10 - Agosto- 2016

Amor mío:

Esta última semana ha sido muy difícil, tan difícil como todas las que le siguieron al día de tu partida, sin embargo, hubo una notoria anomalía que me hizo sentir incómoda por los sentimientos extraños que me generaba: desde mi último numerito cuando escuché tu voz la semana pasada, desde ese momento en el que salí de casa gritándote entre lágrimas, todas las miradas y visitas me han convertido en su centro de atención.
Después de escribirte mis agradecimientos y guardar la carta en el cajón más bajo de "mi nueva habitación", doblé tu ropa y la escondí debajo de mi alhomada para volver a tumbarme en la cama a contemplar la luna; lo sé, soy patética, ¿quién querría quitarme tu ropa?, pero dadas las circunstancias y lo poco que dejaste aquí es un temor y a la vez una esperanza con la que he tenido que vivir; he creído que cuando notes que faltan tus prendas favoritas volverás por ellas, que quizás lo hagas mientras duermo para evitar que te vea y que te suplique que te quedes y que, cuando sepas que están conmigo, no habrá más opción que despertarme sin querer por el ruido de tu búsqueda y entonces yo podré abrazarte, pedirte perdón y hacer que te quedes de nuevo a mi lado, porque si pudiera tenerte sólo un día más no pienso permitir que vuelvas a alejarte.
Cómo siempre, me quedé dormida envuelta en llantos y, cómo siempre, pase días enteros sin salir de casa gracias a que una vez más me he deprimido tan profundamente que ni siquiera había notado el agotamiento de mis víveres. Te estuve llorando todo cuánto podía, aún cuando mis lágrimas ya no querían salir, aún cuando mi mente me pedía un respiro, aún cuando mis ojos me pedían descansar. Lloré por tu recuerdo, por todo lo que vivimos, por todo lo que no pudo ser, por todas esas veces en las que te fallé. Me mantuve inerte con la vista en la nada por días enteros, sin comer ni beber; mi dolor es tan grande que con frecuencia olvido que se pueden sentir otras cosas, cosas que son necesarias sentir. Perdí la cuenta de el tiempo que pasé en ese estado, pero supongo que al menos fueron tres o cuatro días... Una mañana me levanté sedienta, bajé de inmediato y bebí todo lo que pude y, al haberme saciado, un hambre brutal me atacó, fue entonces cuando me percaté de que ya no había comida y recordé que ese día en que me despertaste, justo ese día en el que me hiciste revivir lo sucedido y en el que enloquecí aún más, ese día haría uno de mis esfuerzos por seguir viva al salir de casa para comprar mis alimentos. Con todo el dolor que tenía comencé a preguntarme si de verdad era necesario salir, si de verdad necesitaba comer, si no era mejor tumbarme en la cama otra vez y esperar a que la muerte viniera por mí, pero el hambre que tenía fue más grande y pronto tomé mi suéter largo y las llaves... No pude evitar sentir la misma nostalgia de siempre al tomar esas llaves, al sentirme una estúpida por cargarlas ahora que no hay nada que puedan arrebatarme y no hacerlo cuando tú, mi mundo entero, estaba aquí; si talvés ese día hubiese cerrado la puerta con llave tú jamás habrías podido huir... Salí de casa en cuanto uno de mis gruñidos estomacales pudo sacar esos pensamientos de mi cabeza, salí y avancé hasta la tiendita de la esquina de nuestra calle y pronto toda esa incomodidad apareció. Las miradas de todos los vecinos permanecían fijas en mí sin decir una sola palabra, y no hacía falta que las dijesen para que yo sintiera lo que sus ojos reflejaban, sabía que me veían con lástima y pena, como la mujer sola que lo perdió todo y no se dio cuenta hasta que era muy tarde, y aunque esa es mi realidad ¡odiaba con todo mi ser que lo hicieran!, ¡que me miraran así! ¡Ninguno de ellos fue capaz de detenerte!, ¡de evitar que te arrancaran de mí!, ¡sólo se quedaron mirando la escena y nadie dijo nada!, ¡ni siquiera pudieron llamarme para avisar que te ibas!, ¡para decirme que cuando llegara a casa ya no te encontraría! ¡¿Y ahora se atrevían a juzgarme?!, ¡¿a mirarme con lástima?!, ¡¿a hacerme sentir como basura?! Odio tanto cuando las personas son incapaces de ayudar pero tienen el descaro de atreverse a juzgar, ¡¿quienes creen que son para hacerlo?!, ¡¿creen que es correcto?!
Llegué hasta la tienda e ingresé para intentar refugiarme de todas esas miradas y esas emociones pero fue en vano, la misma chica del local me miraba de reojo desde el mostrador con una mezcla de asombro y pena mientras atendía a una señora; la odié también por mirarme así y me odié a mí misma por permitir que todo esto pasara. En ese momento quise salir corriendo de ahí antes de cometer alguna de mis ya tan acostumbradas imprudencias, pensé que talvés sería mejor ir hasta el mini supermercado que estaba a unas cuantas cuadras y que así evitaría todo lo que estaba pasando y lo que podía suceder, sin embargo, apenas había dado un paso afuera cuando esos miles de ojos de nuevo se fijaron en mí, supe entonces que esas miradas me seguirian durante todo el trayecto hasta el supermercado y claramente era algo que quería evitar a toda costa, fue cuando tomé la decisión de regresar a la tienda y aguantar sólo la mirada de esa chica y después las que estaban de camino a casa, hacerlo lo más rápido que pudiera y no volver a salir jamás. Así fue y apenas había azotado la puerta principal cuando toda mi furia ya había comenzado a cesar, respiré profundo por un par de veces y luego avancé hasta la cocina. Sólo compré lo necesario: un poco de pan, jamón y queso que me ha alcanzado incluso para los Sándwiches de esta tarde. Preparé nuestros platos con tu "Sándwich especial sin orillas" y con el mío que lo único que tenía de especial era el ser compartido contigo, coloqué los platos en la mesa justo como los acomodábamos para comer y me senté con la mente perdida en tu silla imaginando tu sonrisa mientras devorabas el plato... ¡cuánta paz podías transmitirme con un simple acto!, es horrible sentir cómo esa paz que me dabas se transforma en impotencia, tristeza y rabia... Estuve comiendo acompañada de tu recuerdo cuando el resonar del timbre me sacó de golpe de mi ensoñación; me levanté incrédula por lo que estaba escuchando y avancé veloz hasta la puerta con la esperanza de que hubieras regresado y que todo esto sólo había sido un mal sueño pero, apenas abrí la puerta de par en par, cuando la realidad volvió a golpearme violentamente. Una de las vecinas venía a verme, habló y dijo un millón de cosas que no escuché porque mi mente estaba perdida asimilando que te había perdido, que esa es mi realidad. Cuando por fin presté atención tenía sus ojos clavados en mí esperando respuesta a una pregunta que ni siquiera conocía, "¿perdón?" fue lo único que alcancé a articular y entonces la señora Matilde volvió a hablar, me ofrecía su ayuda y su compañía como si con eso fuera a apaciguar mi pena, ¡pero qué estúpida!, instintivamente fruncí el ceño y le cerré la puerta en la cara sin decir una sola palabra, el timbre siguió sonando inmediatamente pero no presté más atención. ¿En verdad creen que es posible cambiar mi estado con una charla?, ¿que necesito otra compañía que no seas tú?, es que es imposible sentirse mejor cuando te falta la pieza clave, y para mí esa pieza eres tú.
Desde entonces las visitas no han parado, han sido ya cinco vecinas de la cuadra que vienen a buscarme y sólo con la que vino hoy no he sido grosera: doña Ingrid, la casera que tantas veces me aconsejó cuando tenía problemas contigo, la mujer que casi logra suplir el papel de mi madre, que me tendió la mano y que limpió mis lágrimas cuando te perdí. Aunque ella también me mira con lástima ha sido la única que en verdad se ha preocupado por mí todo este tiempo y sé que, muy en el fondo, a ella también le dolió que te fueras. Recibí melancólica la gelatina sabor uva con trozos de fresas que me regaló, era tu postre favorito y por eso me aventuro a decir que ella también te extraña y te recuerda cada que puede y, aunque me ha dolido ver ese postre que tanto te gusta y que ya no volverás a comer conmigo, lo he recibido porque sé que ha sido aún más difícil para ella el prepararlo. No la dejé ingresar a casa porque es un completo caos desde que me faltas tú, pero sí hemos comido un poco a tu salud en el estacionamiento de casa, junto al gnomo que tanto amabas, junto al árbol bajo el que contemplábamos el atardecer siempre que podíamos; hemos hablado de todo y de nada evitando siempre mencionarte mientras el Sol naranja a punto de ocultarse quemaba nuestros rostros, y me he sentido bien con ella, por un momento he sentido que no todo está perdido y que, quizás, tú puedas volver.

Con el mayor de mis cariños, Ness.❄

Cartas de nadie para alguien. Where stories live. Discover now