Capítulo 18. ELENA.

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03 - Septiembre - 2016
11:35 am.

Mi dulce Nat:

Hoy es Sábado y me siento vacía sin mi amigo incondicional. Ya que ayer tuve esa crisis tan horrible, Carlos no tuvo más opción que quedarse en casa, a mi lado todo el tiempo para asegurarse de que no atentara contra mí misma; una vez más era mi salvador. Gracias a ello no tuvo más remedio que faltar al trabajo, compensando hoy esas horas perdidas ya que, cómo me mencionó ayer, estaban en medio de un caso tan fresco que requería la absoluta intervención de todos para su pronta resolución, pese a lo anterior, Carlos me prefirió a mí y mi bienestar antes que a su caso, sin embargo, decidió hablar con su encargado para reponer hoy el tiempo perdido y avanzar lo más que pudiera, por lo que me advirtió la posibilidad de que hoy trabaje hasta tarde. Por lo regular yo espero con ansias los fines de semana porque sé que son los días en que estaré pegada a Carlos y a el aroma de sus trajes, y así es cómo paso mi semana, sólo contando los días que faltan para poder estar a su lado en el sofá, en ocasiones Carlos trabaja medio día los sábados regresando a casa al rededor de las 3 de la tarde, justo para que comamos juntos y disfrutemos el resto del tiempo, y eso sólo ocurre cuando le asignan algún caso nuevo, aunque normalmente está en casa todo el sábado y todo el domingo, pero hoy es diferente. Me siento culpable por haber arruinado el día de ayer con mi crisis, por haberlo desperdiciado durmiendo y, posteriormente, hablando de lo sucedido en mi cabeza en lugar de estar a su lado disfrutando del tiempo juntos entre las habituales risas provocadas por nuestro humor roto que se detona en cuanto nos quedamos a solas; me siento culpable al pensar que perdí el tiempo recordando a tu padre y que probablemente metí a tu tío en problemas en cuanto a lo referente a su trabajo, sin duda alguna tu padre sigue teniendo influencia sobre mí y sigue perjudicando mi vida aún a la distancia, aunque claramente eso ocurre porque yo lo permito.

Ayer, después de la comida y de la carta que te escribí, Carlos intentó ayudar dándome una de sus terapias. Estuvimos hablando el resto de la tarde sobre mis emociones y sobre tu padre, haciendo descubrimientos atroces que perforaron mi alma irremediablemente. Ahora que ya no tengo nada más que perder y, sobretodo, ahora que me encuentro más tranquila, quizás sea el momento de hablarte más sobre él, sobre ese hombre que tanto amé y que nos hizo tanto daño.

Conocí a tu padre desde la infancia, siendo mi vecino de a dos cuadras de distancia y siendo también mi primo un tanto lejano, hijo del primo de mi padre (tu abuelo y mi tío) y de su esposa, esa ferviente esposa que tuviste la dicha de tener por abuela y yo de tener por suegra, la señora Elena. Cómo te conté con anterioridad, mi madre poco mencionaba sobre mi padre y su familia, por lo que yo no entendía porqué esa dulce señora Elena se preocupaba tanto por mí. Solía encontrarla en los comercios del alrededor, y siempre me daba alguna moneda o caramelo, pidiendo mantener en secreto esos breves encuentros, y yo, debido a mi ingenuidad y a la falta de interacción con mi madre jamás mencioné nada al respecto.

Cada que mi madre explotaba me pedía desaparecer de su vista tras proporcionarme algunos pellizcos y golpes, cosa a la que yo accedía quedándome justo afuera de la puerta principal de la casa hasta que mi madre me llamaba aunque, por supuesto, la gravedad de la situación fue en aumento con forme el pasar de los años, por lo que ya no era suficiente con que me quedara fuera de casa. En una ocasión mi madre mi gritó por un pequeño descuido, me pidió calentar las tortillas que se encontraban en la nevera para la comida pero, por error, se me resvalaron por la humedad del refrigerador y terminaron cayendo en una cubeta llena de agua con desengrasante y jabón que se encontraba frente a la estufa quedando inservibles, cubeta que, para mi mala fortuna, mi madre había colocado ahí después de lavar la estufa y que me había condenado irremediablemente. Mi madre, furiosa, me tomó por el cabello arrojándome a la calle entre gritos e insultos, alegando que ese día yo no comería debido a mi error. Sólo me quedé estática en el suelo conteniendo las lágrimas, ya que llorar también era motivo para recibir una paliza; estuve así hasta que mi madre me tomó de nuevo por los cabellos y me arrastró hasta dos casas más adelante.

Cartas de nadie para alguien. Where stories live. Discover now