Capítulo 13. MI INFANCIA.

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28 - Agosto - 2016
09:30 am

Luna de mis sueños:

Me alegra informarte que no estoy enloqueciendo, en efecto había una mujer aquí el día de ayer, nada más y nada menos que Doña Ingrid honrándonos con su presencia.
Una vez terminada la anterior carta, abrí la puerta de nuestra habitación con sumo cuidado y salí con la misma delicadeza, caminé sigilosa por el pasillo hasta que pude escuchar claramente lo que decían: Carlos y Doña Ingrid estaban preocupados por mí, por lo que entendí Carlos pidió unos días de vacaciones para estar conmigo, días que se extendieron debido al deplorable estado en el que me encontró, y ahora tenía que volver al trabajo el día lunes, hoy es sábado por lo que sólo se quedará esta noche para irse mañana por la tarde, sin embargo, él no quería dejarme sóla nuevamemte e insinuó a Doña Ingrid que haría todo lo posible para que le dieran un par de días más, a lo cuál la casera respondió que ella se mantendría al tanto de mí y me vigilaría cada día, que estaría presente durante mis alimentos para asegurarse de que los consumiera y que incluso ella los prepararía de ser necesario. En ese momento entendí lo que Carlos mencionó en esa ocasión en la que reapareció en mi vida:
"No estás sola, hay más personas que se preocupan por ti y estamos dispuestos a ayudarte en lo que sea durante todo tu duelo"
Era cierto, había más personas a mi alrededor, personas que también te estaban sufriendo, personas que tenían más problemas además de mí y de ti, personas que pese a todo estaban ahí para mí, que siempre lo han estado, que se convirtieron en mi familia sin necesidad de llevar la misma sangre. Casi lloro de felicidad y nostalgia, entendí lo afortunadas que hemos sido, Nat, porque aún cuando intentaron despojarnos de todo construimos una familia tan sólida que con cada problema se unía más y más y que, para no hacer excepción, en este problema de tu huída se unieron tanto para reparar mis heridas como para buscarte.
Abrí y cerré la puerta bruscamente para hacer evidente mi presencia y simular que no había escuchado nada de su conversación, inmediatamente los susurros de sus voces cesaron y, mientras yo bajaba por las escaleras, ellos comenzaron a hablar fuertemente respecto a una película que supuestamente Carlos tenía planeado que viéramos el día de ayer. No pude evitar reír ante su absurdo intento de simular una conversación casual, sin embargo, seguí la corriente y mentí con respecto a mis risas.
Comí en compañía de ambos y me sentí amada y valorada, una sensación que hace meses no pasaba tan plenamente por mi ser. Doña Ingrid se marchó una vez terminada la "hora de comer" y nosotros continuamos con nuestras acostumbradas charlas y juegos de mesa para pasar el rato, así fue hasta ir a descansar a nuestras respectivas camas. Admito que me sentí nostálgica durante la noche con la simple idea de que Carlos me dejara sola nuevamente, sin embargo, mis preocupaciones no me robaron el sueño esta vez. Hoy he despertado de mejor humor y con la fiel convicción de continuar mi relato, de seguir poniéndote al tanto de todo cuanto pasa y siento, de mantener la fé en que algún día recibas mis cartas y pueda guiarte por la vida aún cuando no llegase a estar presente para ti. Supongo que ha llegado el momento de hablarte sobre mi infancia, esa niñez que sé que tuve porque todos la tenemos, pero que en realidad no tengo ni la más remota idea de cuándo comenzó y cuál fue su final; además quedó pendiente un tema que prometí contarte en esta ocasión.
Como mencioné antes, cuando yo nací mis padres eran felices con la pequeña familia que estaban formando, pese a las adversidades se mantenían fuertes y serenos, sujetos uno al otro en cada lucha y en cada obstáculo, fue así hasta que cumplí los 2 años. La gente dice que el problema ocurrió desde antes, lo cual tiene completo sentido para mí, sin embargo, mamá poco me habló al respecto y, cuando llegaba a mencionarlo, sólo repetía las mismas quejas de la vez anterior, supongo que en el fondo toda esa situación le dolía más de lo que quería admitir y por ello siempre enfurecía cuando inocentemente le preguntaba por mi padre; lo único que sé a estás alturas es que mamá no era la única persona que sufría esa ausencia. Dicen que toda mujer tiene un sexto sentido, ese que te avisa que algo anda mal y te previene ante el dolor, no puedo confirmar si existe o no ya que, sí existiese yo he carecido de él desde siempre, por lo que más bien considero que se trata sólo de algún tipo de inteligencia superior o de el simple hecho de que solemos observar más allá de lo que cualquier hombre logra ver comúnmente. Así fue como mi madre comenzó a ver "señales", comportamientos y actividades que no encajaban en la forma de ser de mi padre, inclusive respuestas erradas del mismo a las interrogantes que su esposa le imputaba, fue así como, rápidamente, según me cuentan, mamá descubrió la nueva relación amorosa de mi padre y, al recriminarselo y exigir que terminara con eso, sólo encontró la huída de mi padre con un frío y seco "Ya no siento nada por ti", ese mismo día papá hizo sus maletas y se marchó para jamás volver, sin importarle su familia, su madre, su esposa, su hija; sólo decidió que ya no éramos parte de sus valiosos tesoros de vida y jamás volvimos a saber de él. El día en que se fue apenas habían transcurrido dos semanas a mi segundo cumpleaños, por lo que realmente no recuerdo ni su rostro, ni su voz, y mucho menos su afecto, lo cierto es que ahora estoy consciente de que jamás lo he necesitado, aunque por supuesto, cuando era pequeña yo consideraba lo contrario.
Mamá cambió drásticamente a partir de tal incidente, no recuerdo la sonrisa o la voz dulce con la que me la describen las personas que me han visto nacer, a cambio se volvió hostil y fiera, sin compasión ni pizca de cariño, y justo ese comportamiento es el único que le conocí durante toda mi vida.
Mi infancia transcurrió entonces, entre las extremas exigencias, los gritos, los golpes y la falta de cariño por parte de mi madre. Cuando era pequeña yo miraba a las madres de los otros niños, observaba lo dulces y atentas que eran con sus hijos al llevarlos al colegio y al ir por ellos a la salida, y jamás entendí por qué mi propia madre nunca me trataba así, por qué en lugar de un "felicidades" por mi 9 en matemáticas sólo me regañaba diciendo "pudiste hacerlo mejor", ¿es que acaso mi esfuerzo no valía en lo absoluto?, ¿es que nada de lo que hiciera era suficiente para ella?. Pronto, todo aquel cariño que debía sentir hacia mi madre se transformó en terror, el terror a ser reprendida si mis esfuerzos no alcanzaban la perfección que ella buscaba, el terror de cometer algo indebido sin saber que lo era, el terror a ser una niña que juega y hace travesuras de vez en vez. Todo aquello cuánto hacía siempre estaba dominado por el miedo a equivocarme y el miedo a se insuficiente, por lo que realmente no disfrutaba las actividades ni las ocasiones en las que alcanzaba la exxelencia, ya que mi única recompensa era el no ser catigada. Los castigos se hicieron más severos conforme crecía, los golpes ya dejaban marcas y no sólo ematomas, aún el día de hoy conservo cicatrices de esas represalias, sin embargo, lo que más me duelen son las marcas que dejó en mi alma y mi autoestima. Al recordar todo por lo que me hizo pasar, gran parte de mi ser la odia y la aborrece aunque lo cierto es que en el fondo la amo por ser valiente y quedarse conmigo aún cuando le dolía y cuándo estaba sóla. Ella se hizo fuerte y luchó por pagar las cuentas y educarme, una tarea nada fácil cuando eres joven y no tienes apoyo suficiente de aquellos que dicen amarte, y aunque no justifico todo el daño que me hizo, en el fondo sé que siempre pretendió lo mejor para mí. Ahora que soy madre y que corrí con la misma suerte de quedar sola contigo, puedo decir que entiendo muchas cosas de su comportamiento e inclusive me atrevo a añadir que fue gracias a esos comportamientos por los que me he aferrado a ti, pero también por los que comencé a alejarme y causarte daño sin que fuese mi intención, temía repetir los mismos errores, ser tan cruel y malvada cómo ella, y ahora entiendo que me volví igual de cruel al no escuchar lo que tu corazón pedía a gritos.
Para jugar sólo tuve dos muñecas, un carrito que me dejó mi padre y un oso de peluche que siempre me acompañó, la economía de mi madre nunca estuvo bien ya que, después de 6 meses de la huída de mi padre, mi abuelo paterno murió dejando sin sustento a la familia, la hermana de mi madre tuvo que comenzar a trabajar para pagar su colegiatura y completar los gastos médicos de la abuela ya que su pensión no era suficiente, así que no culpo a mi madre por la escasez que padecí en vestimenta, calzado y juguetes, ya que, gracias a su esfuerzo, jamás me faltó alimento ni medicinas cada que enfermaba, lo cual era bastante seguido. Supongo que fue por eso por lo que yo jamás te negaba nada, no siempre podía comprarte lo que querías pero me esforzaba en ello, y prefería mil veces dejar de comer a negarte algo... No lo sé, Nat, supongo que te amé más de lo que a mí llegaron a amarme como hija, y admito que, sin importar cuánto duela, no me arrepiento de haberte dado todo de mí.
Debo detenerme ahora, mi pequeña, las lágrimas se dispersan en estas hojas y el corazón sangra nuevamente con sólo recordar a mi madre y todo lo que no pude reparar, lo sé, es otra herida que debo de sanar, pero por ahora me conformo con no dejarme derrumbar por ella otra vez y seguir en pie por y para ti.

Rota, Nessrine. ❄

Cartas de nadie para alguien. Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz