Capítulo 16. TRANQUILIDAD.

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31 - Agosto - 2016
11:45 am

Dulce niña de mi corazón:

Esta mañana he pretendido levantarme hasta tarde debido a la mezcla de mi cansancio mental con mi cansancio físico. Escribirte a cada hora se ha convertido de a poco en mi adicción y, de alguna extraña manera, en mi forma de sacar este dolor sin sumirme en la misma depresión de siempre. Aunque mis pretensiones eran sólo lograr reponer mi sueño perdido anoche, Carlos se encargó de que no fuese así, sentir su ausencia en la cama me arrebató el sueño y, frustrada, decidí salir de las sábanas y bajar a desayunar con él para al menos despedirme y dejarlo tranquilo si me veía sonriente; además él no tenía ni idea del porqué dormía tanto y seguramente comenzaría a realizar sus tan típicas conjeturas clínicas acompañadas de la preocupación que lo impulsa a dejarme bajo el cuidado de alguien de confianza, justo cómo sé que ocurrió en la última ocasión en que Doña Ingrid estuvo aquí.

Sin más remedio bajé a la sala aún con mi pijama y mis pantuflas puestas, encontré el espacio vacío y la mesa del comedor puesta esperando sólo la colocación de los platillos en ella, escuché a Carlos silbar tras la puerta de la cocina y noté un dulce aroma en el ambiente, sin duda alguna, las creaciones de Carlos alegrarían mi mañana y me ayudarían a despertar por completo. Apenas bajé las escaleras me arrojé al sillón y encendí el televisor, el canal de caricaturas fue lo primero que apareció en él y no pude evitar sentir una extraña melancolía al recordar esos días nublados en los que sólo nos quedábamos recostadas en el sofá, con un millón de cobijas y abrazadas la una a la otra, mirando "Daniel Tigre" o repitiendo una y otra vez la película de "El Rey León", confiando en los finales felices de las historias, contemplando el brillo en tus ojos y tus dulces cantos, recordándote el porqué no podíamos tener un tigre siempre que pedías uno de mascota. Mi mente fue sacada de mis pensamientos cuándo la puerta de la cocina se abrió y Carlos salió de ella con un plato en cada mano y aún silbando lo que se le ocurría, y agradezco que interrumpiera mis recuerdos justo a tiempo ya que, si continuaba por ese camino, acabaría deprimida una vez más.

Verlo vestido de camisa blanca con las mangas dobladas y chaleco negro con un reloj de bolsillo mientras portaba un mandil y un gorro absurdo de chef era de lo más gracioso, no pude evitar reír mientras me apresuraba al comedor; él sólo dirigió su vista a mí sin mover la cabeza y siguió silbando, cómo si la tonada de su cabeza fuera dedicada a mí en esa hermosa escena, entonces he ladeado mi cabeza al no poder creer que el "Señor Formalidad" estuviese haciendo algo tan infantil. Tomé los platos de sus manos y los coloqué en la mesa, sólo hasta ese momento Carlos dejó de ser una estatua, volvió a su postura erguida de siempre, se quitó el mandil y el gorro, entalló su chaleco y me miró fijamente.

— ¿Se puede saber de qué te estás riendo? — me cuestionó con su mismo tono de siempre pero con una enorme sonrisa en el rostro.

— ¡De ti! — respondí entre risas más sonoras.

— ¿Y qué tengo yo de gracioso, señorita? — preguntó mientras señalaba mi asiento con la palma de su mano, en forma de decirme que tomara asiento en la mesa.

— Nada, nada. — Dije restándole importancia.

— ¿Estabas viendo algo? — preguntó dirigiéndose a la pequeña mesita de noche junto al sofá para tomar el control del televisor.

— No— respondí recordando que sí estaba viendo algo que era mejor que no viera.

— Bien, pues con permiso. — pronunció cambiando de canal y regresando para sentarse en la mesa y desayunar juntos.

La verdad es que no presté atención al canal que colocó ni a mi plato, me quedé perdida en ese recuerdo nuestro mirando caricaturas hasta que el asombroso ruido de Carlos comiendo me sacó de mis pensamientos.

Cartas de nadie para alguien. Where stories live. Discover now