Capítulo 6. ¡TE ODIO!

53 15 31
                                    

18 - Agosto - 2016

Princesa mía:

Una nueva visita inesperada e incómoda se ha hecho presente tocando el timbre con tanta desesperación que logró despertarme abruptamente provocando que de un sólo salto llegue hasta la puerta principal creyendo que quizás eras tú quien, al igual que yo contigo, no habías logrado olvidarme y ahora volvías a mí, a mis brazos, al lugar al que pertences. La decepción hizo de las suyas una vez más al abrir la puerta y encontrarme con la silueta de tu terapeuta, de ese hombre que alguna vez consideré mi único y mejor amigo y que abusó de mi confianza para apuñalarme por la espalda, ese hombre al que ya no podía ni siquiera mirar a la cara sin sentir las incesantes ganas de golpearlo con todas mis fuerzas hasta arrancarle la cabeza con mis propias manos. ¿Cómo se atrevía a estar frente a mi puerta?, ¿no había hecho suficiente?, ¡¿necesitaba verme arrastrándome por el suelo para saciar su ego?!. Cerré la puerta apenas vi sus castaños cabellos adornando su pálido rostro, la expresión tan seria y sin sentimientos que siempre muestra me hacía rabiar aún más y lo último que necesitaba era sumarle un asesinato a la historia dolorosa de mi vida. Interpuso su pie en la puerta para evitar que yo la cerrara, él sabía perfectamente todo el daño que causó en mí al guardar silencio y la última vez que hablamos le dejé muy en claro que jamás querría volver a verle ni a saber de él, yo necesitaba olvidar, necesitaba evadir mis culpas y el sentimiento de haberte fallado, de haber sido la peor de las madres contigo y no haber estado para ti como tú lo querías, como lo necesitabas.
La débil fuerza de todo mi cuerpo no fue suficiente para hacer retroceder a ese fornido hombre que me decepcionó, no importó cuánto empujé la puerta con toda mi rabia ni cuánto pisoteba su pie, él no desistió ni un sólo milímetro. Suplicó que lo dejara entrar, que necesitaba hablar conmigo, que lamentaba mucho lo que había sucedido, que estaba preocupado por mí... No pude evitar reír sarcasticamente mientras la amargura se perfilaba en mi rostro cuando escuché esto último, ¿ahora se preocupaba por mí?, ¡¿ahora sí lamentaba lo que nos hizo?!. Le grité que se fuera, le grité con todas mis fuerzas por más de mil veces, le grité que no quería verle porque él era el único culpable de lo que estaba pasando; no sé ni siquiera por qué lo culpé cuando no tiene nada que ver con tu partida, sin embargo, en esos momentos llenos de rabia y frustración descargué en él toda mi ira. Cuando no me quedaban más fuerzas para seguir resistiendo tras la puerta y todo mi dolor comenzó a invadirme otra vez, dejé de intentar oponerme a sus intenciones y salí corriendo directo a mi habitación cubriendo mis labios y mi rostro con las manos antes de que Carlos notase mis lágrimas, entró de inmediato y me pidió que habláramos, sin embargo, ya me encontraba a media escalera y no respondí debido a que ese grito atorado como un nudo en mi garganta escaparía apenas abriera la boca; cerré la puerta tras de mí y me coloqué en posición fetal sobre mi cama, me cubrí por completo con las mantas y grité, grité por ti, grité por mí, grité por todas esas cosas que anhelaba para nuestro futuro y que ya no podrían ser, grité por el dolor de no verte crecer, grité por la impotencia de haberte perdido y no saber nada de ti, grité por la incertumbre de no saber cómo seguía tu salud, grité por todos aquellos que callaron mientras te veían alejarte de mí, grité por todas esas sensaciones extrañas que me hiciste sentir desde antes de tu nacimiento hasta tu huída, ¡grité, grité y grité!, ¡lo hice porque ya no me quedaba nada más que hacer!, ¡porque ya no estabas y me hacías mucha falta!, entonces entendí perfectamente cómo te sentías, ¡cómo te había hecho sentir al no estar cerca de ti!, entendí que este era mi castigo, era mi doloroso karma triplicado por haber sido una pésima madre, por no haber estado ahí cuando me necesitabas, por sólo llegar a casa a mirarte dormir, ¡¿pero por qué tenían que llevarte a ti?!, ¡¿por qué tenían que hacer que tú sufrieras aún más?!, porque tú ya sufrías, porque te dolió, yo sé que te dolió estar lejos de mí, porque Carlos me lo dijo, te quedabas despierta todo lo que podías sólo para verme llegar a casa, ¡porque tú me amabas!, ¡yo sé que tú me amabas!, y por eso lo odié tanto cuando me lo dijo, ¡por haber callado lo que tú sentías al respecto!, ¡por haber callado lo que yo tenía derecho a saber!. Lo odié entre mis gritos y mi llanto, odié a todo el mundo por habernos hecho esto, odié a la podrida sociedad por sólo buscar formas de herir a los demás, odié mi inocencia, mi ingenuidad, odié el haber confiado en ese hombre, odié el no notar tus señales, el no percatarme de que me necesitabas, ¿qué clase de terrible madre tuve que ser para no darme cuenta?, y me odié, me odié a mí misma, me odié y me maldije tanto como mis agotadas fuerzas me permitían, tanto como yo lo merecía, tanto como tú debías hacerlo conmigo.
Cesaron mis gritos cuando se agotó mi voz, cuando ya no quedaba ni una sola pizca de aliento en mis pulmones, cuando en mi garganta ya no cabía ni un sólo sonido más, continúe llorando sin desconsuelo con la mirada fija en algún punto de mis sábanas, con la mente en la nada, entonces salí de mi trance al escuchar toquecitos en la puerta seguidos de la apertura de la misma y de pasos hacía mi ubicación, ¿en verdad Carlos había permanecido aquí todo este tiempo?, ¿había presenciado todo eso?, se sentó al costado de mi cama y descubrió mi cara para acariciar mi cabello y mis mejillas húmedas, dijo que todo estaría bien, que no era necesario contener mis emociones y que él estaba ahí para apoyarme en todo y ayudarme a sobreponerme, no respondí nada, tampoco lo miré, se mantuvo acariciándome un poco más como si fuera una niña pequeña para después quitar con delicadeza todas las mantas que fungían como mi refugio, yo continúe sin mirarle ya que no podía hacerlo, aunque ya no sentía toda esa rabia seguía sin perdonarlo y es por esa razón que me rehusaba a mirarlo; en cuanto apartó mis cobijas se levantó de mi cama y corrió a rebuscar entre las cosas de uno de los cajones de mi armario, mi curiosidad se disparó y no pude evitar observar de reojo con el fin de descubrir sus intenciones, ¿en verdad estaba buscando en el cajón que usaba como botiquín?, ¡¿acaso pretendía sedarme?!, volví mi mirada hacía la nada cuando su cuerpo giró hacía mí, simulé que no había visto nada y continúe con mi indiferencia, no pensaba permitir que me sedara pero tampoco iba a darle el gusto de verme iracunda, ya suficiente había presenciado como para seguir otorgándole más privilegios. Dejó las cosas que había tomado a un costado de mí, en el lugar que él antes ocupó, con delicadeza me fue reclinando con ayuda de sus brazos para hacer que me sentara lentamente, cuando hubo espacio suficiente se interpuso entre la almohada y yo para apoyarme sobre su pecho, dirigió sus manos al frente en dirección a la ubicación de las medicinas que yo no alcanzaba a ver, tomó unas grandes motas de algodón y las humedeció con antiséptico, cuando creí que iba a tomar la jeringa o lo que sea que estuviese ahí sus manos se posaron sorpresivamente sobre las mías y comenzaron a desincrustar lentamente mis dedos de mi piel, hilos de sangre corrían con mis uñas clavadas ahí, hilos que se hacían voraces cuando las mismas salían de los músculos de mis piernas; no pude evitar asombrarme; cuando me metí en las mantas sé que abracé mis piernas en una tonta pretensión de evitar que mi ya fragmentada alma se rompiera en trozos más pequeños, sin embargo, jamás me percaté de el daño que me estaba haciendo, no era algo que yo hubiese planeado hacer y la verdad es que nunca sentí ese dolor, ¿cómo iba a notarlo si la única herida que en verdad me dolía era la de mí corazón?, no es la primera vez que me ocurre algo similar, desde que te fuiste el dolor emocional me consume por completo y me impide reconocer sensaciones diferentes, los efectos físicos pasan a segundo plano y ya que mi alma sangra tan tempestuosamente todas las noches es imposible considerar la existencia de dolores físicos hasta que son demasiado obvios. Colocaba los algodones con delicadeza en mis heridas a la par que intentaba limpiar el líquido rojo que se deslizaba por mi piel hasta llegar a las sábanas, cuando hubo sacado mis manos doloridas de cada herida me hizo sentar por completo en la cama, de inmediato se posó frente a mis piernas colgantes y continuó las curaciones; debo admitir que no pude evitar mirar con ternura sus manos, esas manos que me trataban con tal delicadeza y cariño que me hacían sentir, por primera vez en mucho tiempo, segura y valorada, en ese momento un destello de soberbia se hizo presente y detuve su mano bruscamente mientras le decía que yo podía hacerlo sola y que no lo necesitaba, seguía sin atreverme a mirarlo a la cara, sin embargo, puedo asegurar por la cantidad de cosas que conozco sobre él, que en ese momento de silencio incómodo que generé al detenerlo, nuevamente el semblante inexpresivo se posó sobre su rostro, para mi sorpresa rompió ese silencio colocando su otra mano sobre mi mejilla, con ella redireccionaba mi rostro hacía el suyo, quería que lo mirase pero yo aún no me sentía lista para hacerlo, cuando no pudo conectar su mirar con el mío dejó de intentarlo y, con su mano aún acariciando mi mejilla, expresó tranquilo que estaba consciente de que yo era perfectamente capaz de hacerlo sola y que no lo necesitaba pero que había venido hasta aquí para hacerme entender que no estoy sola y que hay más personas que se preocupan por mí y que están dispuestas a ayudarme en lo que fuera durante todo mi duelo, que no había necesidad de que todo lo hiciera sola; dejé de insistir en que me dejara hacerlo y solté su mano para permitirle continuar, por lo que dejó desnuda mi mejilla y continúo con lo suyo. Una vez terminada la curación se sentó a un costado de mí y me atrajo hacía él con uno de sus brazos, instintivamente comencé a llorar y, aunque no correspondí a ese gesto tampoco lo aparte de mi lado, en todo este año no lo había notado pero él me había hecho mucha falta aunque quisiese decir que no. Al cabo de varios minutos me sentí incómoda, ¿era posible que yo me dejara consolar por el hombre que me hizo sufrir tanto?, no estaba dispuesta a perdonarle así como así, sin embargo, tampoco quería volver a ser grosera con él como lo había sido esta mañana, así que opté por levantarme hacía el baño y encerrarme ahí a aclarar mi mente. Después de algún rato hiperventilando y pensando en que tú y yo aún le queríamos, me decidí por salir y no permitir que me abrazara de nuevo ni que se acercara tanto a mí, pero sí permitirle estar en casa, conociéndole como le conocía seguramente vendría a visitarme todos los días hasta que su lado médico le dijera que yo estaba bien y eso es un hecho que claramente está muy lejos de mí por lo que era mejor no causar más problemas y mantener todo tranquilo entre nosotros; cuando entré en la habitación me sorprendí al mirar que mis sábanas ensangrentadas ya habían sido cambiadas y que Carlos no se encontraba ahí, bajé a buscarlo y a media escalera el aroma de alimentos dulces inundó mis fosas nasales, ese olor era tan delicioso y cálido que de inmediato ingresé a la cocina en dónde lo encontré frente a la estufa, sintió mi presencia en el mismo acto y giró dándome un plato con panqueques cubiertos de zarzamoras y cajeta que ya tenía listo para mí y que me ofrecía diciéndome que preparó mi favorito, me senté en el desayunador y contemplé melancólica ese plato hasta que Carlos interrumpió mis recuerdos... me preguntó qué ocurría mientras él terminaba de preparar su plato, a lo cual expresé, con la mirada perdida en la nada, la nostalgia real que me hacía sentir específicamente ese platillo ya que tú y yo la compartíamos los fines de semana, me acercó de nueva cuenta a él y me dio un corto beso en la frente para después soltarme, esa mezcla de seguridad e incomodidad se hizo presente una vez más y me impulsó a comer para evitar nuestra interacción, sin embargo, apenas probé el primer bocado, un momento de lucidez llegó a mi mente y recordé que yo no tenía moras ni cajeta en casa, se lo cuestioné de inmediato y sólo se limitó a decir que se había tomado la libertad de hacer la despensa por mí, me quedé en silencio al obtener esa respuesta y seguí comiendo sin decir nada más.
Cuando terminamos los alimentos me dispuse a volver a encerrarme en mi habitación para sumergirme en mi tristeza, pero Carlos me detuvo, me tomó por el brazo alegando que había planeado una tarde de películas como las que teníamos cuando nos conocimos, recordar esos momentos me hizo sonreír sin darme cuenta, "esa sonrisa es mi meta" dijo haciéndome notar lo que estaba haciendo, en un segundo llevé mis manos a mi rostro y lo toqué, ¿en verdad estaba sonriendo?, corrí a mirarme en el espejo del baño y sí, era cierto, esa sonrisa estaba ahí, por primera vez en meses yo estaba al menos un poco feliz, entonces la culpa me atacó de la nada, la culpa de ser feliz sin ti mientras quizás tú estabas pasando frío o hambre, la culpa de sonreír sin merecerlo, me sentí como una inconsciente y borré mi sonrisa con un golpe en la cara seguido de otro más, yo me odio por alejarte, en verdad me odio a cada instante, de inmediato Carlos detuvo mis manos y me sostuvo mientras me derrumbaba en sus brazos. Comencé a llorar y a susurrar todas esas preguntas que me estaban consumiendo el alma, lo hice mientras Carlos aún me sostenía, mientras aún me sentía un tanto segura de preguntar, creyendo que él podría responder, que quizás había callado más cosas y ahora iba a confesarlas todas, pero no fue así, sólo me escuchaba atentamente y guardaba silencio mientras me acunaba contra él. Cuando mis lágrimas dejaron de salir y mi cabeza estaba en shock una vez más, me cargó de vuelta a mí habitación, me dejó en la cama y permaneció a mi lado aún en silencio, yo miraba el cielo oscurecer por la ventana preguntándome mentalmente las mismas cosas que le había preguntado a Carlos minutos atrás, mientras mi cabeza giraba en torno a lo mismo él se alejó un instante y no volví a sentir su presencia en la habitación, tampoco me importaba, yo sólo era un muerto más inerte en toda esta situación...
La Luna ha caído e iluminado esta noche, sentí que quizás era momento de dejar de pensar en todo sólo por unas horas y con ello lograr descansar, mis preguntas no tenían respuesta por lo que no tenía caso seguirle preguntando a un cielo que jamás me ha escuchado, bajé entonces por un té para calmar mis nervios y fue cuando lo vi, vi a Carlos acomodando unas cobijas en el sofá, ¿pretendía pasar la noche aquí?, por más que yo quisiera estar tranquila con él no iba a permitirle quedarse en mi casa, le dije que no podía quedarse porque yo no lo aprobaba, que era nuestra casa y sólo nosotras podríamos dormir aquí, respondió que no me dejaría sola nunca más y que no estaba a discusión, sin responderle corrí hasta él y le arrebaté las cobijas, Carlos sólo me miró con una mezcla de sorpresa y altanería sin decir nada, intenté ser firme con él pero en mi cabeza siempre había seguido lo que él me decía porque en verdad me aconsejaba de las mejores formas, así que escucharlo decir "no está a discusión" había activado en mí ese sentido de obediencia; le he dicho que si va a quedarse deberá preguntarme qué cosas puede tocar y qué no, inventé que esas mantas eran de las que tú y yo usábamos y que por eso jamás deberían volver a ser tocadas, él sólo asintió y esperó en el sofá a que le diera otras. La verdad es que sólo quería persuadirlo de irse, muy en el fondo yo quería que se quedara pero él no debía saberlo, yo tenía que mantener esa postura enfadada ante él y así evitar que creyera que podía resolverlo todo sólo con volver a estar para mí, por lo que rebusqué en el armario las mantas más delgadas para molestarle y hacer que se fuera por decisión propia, porque sabía que yo no lo aceptada y no iba a poner las cosas fáciles para él; se sorprendió cuando vio las mantas pero no objetó nada y las tomó, ¿sabía que pasaría frío y aún así se quedaría?. Todo estaba listo y me despedí de él, estaba a punto de entrar a tu cuarto para despejar mi mente y contarte lo ocurrido cuando me alcanzó fuera de la puerta, me giró hacía él y me dio un fuerte y largo abrazo, debo confesarlo, ese abrazo me llenó el alma en más de una forma, me sentía segura y tranquila estando con él, y aunque tampoco correspondí a su abrazo lo he disfrutado bastante, lo he dejado estar porque yo lo necesitaba, necesitaba a ese amigo que me aconsejó tantas veces y que siempre estaba ahí para darme una mano, lo necesité y lo extrañé tanto durante todo este tiempo... En ese momento volví a odiarlo por hacerme sentir todas esas cosas que estaba sintiendo, no era justo que revolviera mis sentimientos, que los mezclara de esa forma, que primero me hiciera daño y ahora pretendiera que nada había pasado, yo era su amiga y lo quería como si fuese de mi propia familia pero eso no le daba ningún derecho a hacer todo lo que estaba haciendo, todo lo que ya había hecho, lo alejé de mí en ese instante y entré a tu habitación cerrándole la puerta en la cara. He comenzado a escribirte y hasta después de un largo tiempo por fin escuché sus pasos alejarse por las escaleras, sólo espero poder estar tranquila mañana, verlo aquí tanto tiempo me pone los pelos de punta y me eriza la piel con el simple hecho de pensar en todo lo que hemos pasado juntos y todo lo que causó..... Quizás sea mejor evadirlo lo más posible y evitar fiarme de él ya que mi sexto sentido, ese sentido que todas las madres tenemos, me dice que hay algo que él me está ocultando con respecto a ti, y aunque sé que tú lo adoras y que en el fondo yo también lo hago, no es momento de ser débiles ante su presencia; como dijo tu abuela, no soy el circo de nadie y mi duelo es exclusivo de las personas a las que también les ha afectado.

¿Crees que a él le duelas?, ¿crees que él también te extrañe?, ¿lo estoy juzgando mal?

Con la cabeza hecha un lío, mamá. ❄

Cartas de nadie para alguien. Where stories live. Discover now