Capitulo diez.

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El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto.
Jorge Luis Borges

Cuando se cumplió el aniversario de la inyección de los sueros, el grupo de renegados se encontraba reducido a un tercio de sus reclutas originales. Los médicos, encabezados por Pável y Melina, trabajaban bajo las ordenes de Dreykov, quien terminó por aceptar que aquellos sueros y demás productos bioquímicos para potencializar la vitalidad y letalidad de los miembros de la KGB fueran probados por los agentes más experimentados de la organización.

—Hoy no hay actividades después de los entrenamientos...—comentó Steve casualmente, poniendo su bandeja de comida junto a la de Natalia—Podríamos...entrenar, por nuestra parte.

La pelirroja rodó los ojos, sabiendo a lo que sé refería, terminando por morderse el labio con deseo. Los chicos que sobrevivieron al suero del super-soldado habían crecido en peso y talla, volviéndose bastante atractivos para hombres y mujeres por igual, aunque eso no era lo que importaba. Lo verdaderamente importante eran la resistencia que poseían ahora, que crecía cada día más después de cientos de entrenamientos especialmente diseñados para ellos. Al inicio; Steve no se había mostrado recio a mantener intimidad, inseguro del cambio físico de su cuerpo, teniendo lastimarla; pero sus instintos habían terminado por romper su voluntad.

— Quizas. —Natalia mantenía un coqueto gesto burlón, se moría por follar con él, sintiendo como su húmedas crecía, no iba a negar que le gustaba cada día más, ahora que era más grande y fuerte, prácticamente consumiéndola con su cuerpo—Tal vez debamos de tomar unos momentos para entrenar en ese aspecto. Si eres lo suficientemente listo para ganártelo.

Steve sonrió imperceptiblemente, adorando lo bromista que podía ser Natalia cuando estaba solo con él. A sus diecisiete años estaba descubriendo que lo que sentía por su compañera de vida iba mucho más allá de la atracción física y sexual, pero no sabía cómo tratar ese tema con ella. Conocía muy bien lo que pensaba respecto a las relaciones personales. Fue sacado de sus pensamientos cuando una violenta sacudida hizo que cayeran  de las mesas del comedor, así como vasos y platos.

—¿Qué demonios pasa?—dijo Steve, poniéndose en pie.

Detrás de él, Natalia estaba lista para defenderse, pero lo único que pudo hacer fue sostenerse de la mesa. La Sala Roja estaba en el aire, eso era lo único que sabían, pues lo único que venían desde sus habitaciones era el cielo y entrenaban a campo abierto en lo que parecía ser un techo, pero no conocían más que ese lugar donde habían crecido.

—¡NOS ATACAN!—gritó alguien.

— Los seguros de las armas bajo sus mesas han sido desbloqueadas. — La voz artificial se escuchó, y Natalia no dudó en tomar dos; mientras observaba a Steve hacer lo mismo. Pero no sirvió de nada, pues otra explosión los mandó a volar, mientras agentes invadían los pasillos.

Sin saber como, Natalia terminó escondida debajo de Steve, quien hizo uso de una de las mesas rotas para cubrirse a si mismo y a su compañera de la ráfaga de disparos, aferrándose a las armas, abrumada por la explosión. Era muy difícil mantenerse en pie mientras aquel lugar se estaba cayendo, lo único que los chicos podían hacer era defenderse. Veían como los guardias estaba completamente adoctrinados para pelear contra esa gente, que se veían completamente extraños al ambiente en el que habían crecido.

—¿QUIENES SON ELLOS?

Steve leyó las iniciales que venían en los cascos de aquellos hombres. Habían logrado salir del comedor para encontrarse con James y Wanda en medio de todo aquel caos, los megáfonos ladraban ordenes en ruso y en otros varios idiomas en los que los chicos fueron educados para que nadie los entendiera.

RENEGADES (ASTERIXBADBITCH)Where stories live. Discover now