14. T A C O N E S.

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"¿Dónde has conseguido esos tacones, Haxel?"

Los tacones cuelgan de su mano. Son de color rojo carmesí, tienen una fajita con las que se ajustan, y son altos, muy altos.

Nunca he visto unos tacones iguales.

—¿Para dónde vas, hija?

Mi tío postizo me quedaba viendo cuando yo daba vueltas por toda la habitación, buscando que ponerme para hoy.

—¿Me creerás si te digo que hace un par de días, Haxel me invito a tomar café a su casa? —le respondía yo.

Mi tío postizo no supo que decir, y tampoco esperaba que dijera nada. Sabia que iba a hacer lo de siempre: acercárseme, tocarme la cabeza, y aconsejarme que me cuidara.

No entiendo por que debería aconsejarme que me cuidara si con Haxel no debo cuidarme.

Se lo dije, y él me respondió que nunca terminamos de conocer a las personas.

Mi mente se quedó vagando en su respuesta, y me puse a pensar que tenía razón: Nunca dejamos de conocer a las personas.

Lo sé por que cada vez que tenemos uno encuentro descubro algo nuevo en Haxel.

Luego del último encuentro que tuve con este (que fue cuando jugamos al maniquí) me fui corriendo a casa a buscar más libros para leer, para seguir pretendiendo estar al alcance de su filosofía.

No quería que volviera a ver de ninguna forma a la chica promedio que vio hace meses, por que si lo hacía estoy segura que se volvería a ir.

Y ahora que había sido capaz de invitarme a tomar café a su casa tenía que estar lo más pulida posible. Por que vaya que es gran gesto de su parte invitarme a un lugar muy personal de él como lo es su casa.

Ojalá que lo haya hecho por que ya me considera a su nivel.

—¿Te gusta usar tacones?

Los tacones cuelgan de una mano. Con la otra sostiene la taza de porcelana donde está el café que se ha estado tomando desde que yo llegué.

Yo me encuentro sentada frente a su sillón, y de igual forma tengo una taza de café en mis manos.

Mis piernas están cruzadas, tengo una postura firme, y mis lentes no llegan exactamente a la altura de mis ojos, así que lo veo por encima de estos.

—Llevo unos puestos —le respondo.

Me ve los tacones, son de color negro, bajos de plataforma.

—¿Y cuáles te gustan más? ¿Estos que tengo en mi mano o los que llevas puestos?

—No me molestaría en lo absoluto usar ninguno de los dos.

Veo por encima de su camisa manga larga de color crema, que su pecho empieza a bajar y a subir de forma acelerada.

Hay un silencio incomodo en el que me pregunto cuales es el punto de los tacones.

—Bien —se limita a decir, su voz se oye ronca, como si estuviera sediento.

Y esta es una de las veces en las que no encuentro qué decir.

—¿Y a ti? ¿Cuáles te gustaría verme puestos?

Entonces me queda viendo fijamente a los ojos, exaltado, pero de no de mala forma sino de una manera eufórica. Como si eso estaba esperando que le preguntara.

—Los que tengo en mis manos —susurra en un tono de placer.

Según lo que he leído hay una manía que tienen algunos hombres de ver a las mujeres de tacones para alcanzar un alto grado de gusto.

Y al parecer esta es una de las manías de Haxel.

Este es el momento en el que agradezco haber leído e investigado todo este tiempo.

Para agregarle más placer al asunto me desenvuelvo antes de ponerme los tacones rojos que cuelgan de su mano.

Haxel desabrocha sus pantalones para tocarse ahí, mientras yo le modelo por la sala (completamente desenvuelta y de tacones)

—¡Oh! ¡Eres tan bella! ¡Se te ven muy bien! —exclama exaltado antes de acabar.

Me agacho a la altura de sus piernas. Se queda maravillado cuando hago que mi sentido del gusto pruebe lo suyo. Acaricia los tacones que aun llevo puesto.

Acaricia los tacones y no me acaricia a mí. ¿Por qué no me acaricia si ya lo hizo por primera vez hace un par de días?

Le quiero preguntar, me muero por preguntarle, pero ¿y si al preguntarle arruino la nueva imagen que tiene de mí?

Quizás debo buscar una forma culta de preguntarle.

—¿Qué opinas de acariciarme el cuerpo?

—Ya sabes lo que pienso al respecto.

—Si, pero ya lo has hecho, tu filosofía la has destruido.

—No lo he hecho, no he destruido nada.

—Cuando me acariciaste hace días lo hiciste.

Me toma del cabello para mover mi cara con rudeza y lograr mantener contacto visual conmigo. Aún estoy en cuclillas, apoyada en sus piernas.

—Las cosas misteriosas que te parezcan fascinantes...

—Deben seguir siendo un misterio para que no pierdan su gracia —completo yo, pero de pronto me oigo bufar.

Así que Haxel se levanta, cuando ve mi descontento, y me invita a irme de su casa de la forma más amable posible.

Antes me regala un ramo de flores rojas, y me coge por sorpresa, dándome un beso ligero en los labios.

H a x e l  ©  [Versión censurada de 361 Grados Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora