18. C O R R I E N T E

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"Los fetiches más raros que un hombre  de orientación heterosexual pueda tener"

—Vamos, Mara, ¿Qué esperas para darle clic a esa lupa que se encuentra al final de la barra del buscador?

Mi tío biológico me tienta como un diablo intenta tentar a un ángel cuando este quiere caer en el pecado.

—¿Y qué tal si se entera?

—¿Qué te dije luego de hacerte saber que no todo está perdido?

—Que yo tengo el derecho y la posibilidad de aclarar mis dudas, tanto como él.

—Aja, ¿Y?

—Y que además, ¿Qué me puede asegurar a mí que él no ha investigado todo acerca de sus manías? Y si lo ha hecho, ¿Por qué solo yo debo quedarme con la duda?

¿Qué estoy diciendo? Esas son solo excusas de una chica promedio, estoy volviendo a ser la chica promedio, nunca he dejado de ser la chica promedio... la chica que ya abandonó una vez

Me levanto del escritorio y molesta conmigo misma abandono el ordenador y a mi tío (que estaban al lado mío)

—Mara, espera... —Me quedo quieta al salir de la habitación—. Aún falta algo que debes tomar en cuenta, lo más importante.

Me giro sobre mi eje.

—¿Qué?

—¿Quién te garantiza a ti que él se va a dar cuenta de que ya lo sabes todo?

Salgo de la casa. Las flores que mis tíos han plantado en el jardín de afuera están más coloridas que nunca.

Tomo una de ellas y huelo la fragancia, es el mismo aroma de la flor que me dio Haxel aquel día al despedirme de su casa, es del mismo tipo de flor.

Ese día yo estaba un tanto descontenta por que Haxel no me dio explicación del por que se atreve a tocarme ahora. Es una duda que aún no me deja descansar.

Así como las otras dudas que tengo. ¿Hasta dónde? ¿Hasta dónde va a llegar esto? O, mejor dicho: ¡Hasta donde ya ha llegado!

Al punto de que estas ganas que me trago por investigar crezcan en cada encuentro, en cada manía rara de Haxel.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —le pregunté hace dos días, cuando me llevaba a una especie de taller mecánico que estaba abandonado.

Se podía escuchar el eco de mis tacones sobre el piso.

—Necesito que me hagas algo, Mara —decía con anhelo.

Haxel sacaba unas pinzas de un baúl, que en medio de la oscuridad del sitio (atientas) se podía observar.

Las pinzas estaban conectadas a una especia de cable, que a su vez tenían enchufes en los extremos. Y en medio del cable había algo como un interruptor regulador.

—¿Es lo que estoy pensando? —le pregunté, viendo -por encima de mis lentes- la sonrisa de satisfacción reflejada en sus labios.

—Si, —dijo, manteniendo la mirada en el piso, en el mismo punto donde la frecuenta tener.

Caminé al toma corrientes que encontré de primero, conecté los dos enchufes, y tomé las pinzas, una en cada mano.

Haxel se sentó en una banca y se desabotonó su camisa manga larga, dejando al descubierto su pecho para que le prensara la piel con las pinzas.

Coloqué una en cada pecho, y el apretó los puños y los ojos cuando tomé el interruptor circular que regulaba la intensidad de la electricidad que se generaban en las pinzas.

—Dime cuando empezar —le pedí, enganchándome en sus piernas, sobre la banca en la que se había sentado.

—Vale —suspiró, aun con sus puños y sus ojos apretados—. Ahora.

Moví el interruptor circular hacia la intensidad más baja que tenía. La intensidad número uno.

Haxel se quejó por lo bajo, al sentir la corriente eléctrica circular por todo su cuerpo.

—Quiero la dos —lo escuché decir, y moví el interruptor hacia la intensidad número dos.

Haxel empezó a temblar de forma descontrolada, gimió fuerte, pero yo sabía que ese gemido era de disfrute.

Ahora también le generaba placer la electricidad.

Cuando subí la intensidad una escala más (que en este caso quedó en la número tres) tembló incluso más rápido y empecé a sentir que su parte de abajo me rozaba la entrepierna.

Y además yo también empecé a temblar, por que el hecho de estar en contacto hacía que yo también recibiera las descargas eléctricas que él estaba recibiendo.

E increíblemente me di cuenta que las vibraciones de la electricidad en mi cuerpo y en el cuerpo de él generaron un éxtasis fascinante en mí también.

Así que subí la intensidad a la escala mayor (que era la cinco), el corazón nos latía fuerte, parecía que íbamos a explotar, la experiencia era inigualable, y aunque no llegué a acabarme de ahí abajo, él sí lo hizo.

Lo sentí muy húmedo sobre su ropa.

Y eso me dejó satisfecha, entonces reduje la intensidad de la electricidad a cero.

H a x e l  ©  [Versión censurada de 361 Grados Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora