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Mi cuerpo se quedó completamente paralizado ante la orden de la nigromante

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Mi cuerpo se quedó completamente paralizado ante la orden de la nigromante. Fue como si hubiera retrocedido en el tiempo, al momento exacto en que Enu y yo conseguimos que Al-Rijl sintiera la suficiente curiosidad por nosotras para aceptar el trueque, comprándonos para engrosar sus filas; en aquel entonces también me condujeron a una salita, dándome la misma directriz: «Quítate la ropa». Querían valorar la mercancía que el intercambio por unas dracmas de oro había traído consigo.

—He dicho que te desnudes.

La voz de la nigromante no subió de volumen, pero pude advertir la fría rabia latente en ella; no le gustaba la desobediencia, como tampoco que le hicieran perder el tiempo. Una gélida caricia de su poder recorrió mi espalda, subrayando la amenaza que transmitían sus palabras.

La miré por encima del hombro, con un nudo formándose en la boca de mi estómago. Sus ojos inhumanos, visibles tras los orificios de su máscara, me observaban con impaciencia.

—¿Por qué? —me atreví a decir.

La osadía de mi pregunta no gustó a la nigromante. Apenas tuve tiempo de entender qué se proponía cuando una ardiente sensación se abrió paso en mi interior, en mis huesos; los dientes me crujieron cuando los apreté, tragándome el gemido de tortura que ascendió por mi garganta. Mi espalda se arqueó de un modo antinatural cuando la mujer empleó su magia contra mí, obligando a mi cuerpo a moverse a sus deseos.

Sus pasos resonaron en la habitación cuando se acercó. Sus dedos se enroscaron en mi nuca, entrelazándose con algunos mechones de mi cabello; de un brusco tirón, hizo que mi cabeza quedara reclinada y mi cuello, expuesto.

—Las larvas como tú no hablan —masculló, provocando que un escalofrío de temor me sacudiera de pies a cabeza—. Aún no te has ganado ese privilegio, dijh.

«Dijh», repetí en mi fuero interno. Un término que reconocí, ya que se empleaba para referirse a las cosas que prácticamente no eran nada, que eran tan minúsculas e insignificantes que no merecían ser tenidas siquiera en cuenta.

Un calor inundó mi rostro al escucharla llamarme de ese modo, las implicaciones que tenía. Aun así, mis labios permanecieron sellados mientras la ardiente ira quemaba mi interior, pugnando por ser liberada.

Desnúdate.

La nigromante repitió su orden por segunda vez, esperando en esta ocasión una cooperación absoluta. Aun con sus dedos enterrados en mi nuca, hizo que su magia se retirara lo suficiente para permitirme libertad de movimientos; mi corazón trastabilló cuando mis manos se dirigieron temblorosamente hacia la primera prenda.

El susurro de la tela deslizándose sobre mi piel conforme las capas iban cayendo a mis pies fue el único sonido que resonaba en mis oídos. Mantuve mi mirada fija en la pared de piedra que había frente a mí, obligándome a ignorar el frío mordisco de las bajas temperaturas sobre mi cuerpo desnudo.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora