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Abrí los ojos, desorientada

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Abrí los ojos, desorientada.

Estaba acostada de lado sobre una de los duros camastros de la enfermería, con mi mirada clavada en una de sus paredes de piedra; imágenes inconexas de lo sucedido el día anterior inundaron mi cabeza, haciéndome soltar un gemido dolorido.

Un tirón en la espalda, tan familiar al que había sentido en la propiedad de Ptolomeo, después de haber sido cruelmente castigada por Eudora, me hizo saber que había sido real. Todo había sido real.

Fatou había decidido elegirme como diana, sabiendo que no podía atacar directamente a Perseo por haber sido enviado hasta la prisión como emisario del Emperador. Y luego había disfrutado destrozándome, no solamente con aquella tortura que me había dejado la espalda convertida en un amasijo de carne... sino también por dentro.

El nigromante había estado al corriente desde el principio del compromiso de Perseo con la princesa, formalizado tras aquel primer desafortunado intento. Y luego lo había usado como baza contra mí, después de confirmar sus sospechas sobre mi posible relación con Perseo.

¿Cuándo lo habría averiguado...? Desde que el nieto de Ptolomeo hubiera puesto un pie en aquel lugar, había mantenido las distancias. Había guardado bajo llave cualquier sentimiento relacionado con él.

Un nuevo tirón me disuadió de intentar cambiar de posición, resignándome a quedar tumbada de costado. Todos los músculos se me tensaron al advertir una sombra alargada sobre la pared, moviéndose hasta rodear el camastro y descubrirle con una expresión que cualquier otro podría suponer que era preocupación.

—Darshan —suspiré con cansancio.

Había creído que lo sucedido en el patio no trascendería, ya que Fatou no buscaba generar un espectáculo con ello, sino simplemente quitarse a Perseo de encima lo antes posible. Que Darshan estuviera en la enfermería y que hubiera visto mi espalda destrozada significaba que había empezado a correrse la voz.

Me fijé en las sombras que había bajo sus ojos plateados, en la fina línea que formaban sus labios y el cabello desordenado.

—Te creía más inteligente, Jedham.

Sus primeras palabras fueron como esquirlas de hierro atravesándome la piel. Había sonado duro y la decepción se reflejaba en su mirada; el calor de la vergüenza empezó a trepar por mi cuello mientras hacía un esfuerzo sobrehumano para no bajar la vista, dolida.

—Mantuve las distancias con él —ni siquiera me atreví a pronunciar su nombre, era como una enorme piedra atascada en mitad de mi garganta.

Darshan entrecerró los ojos, cruzándose de brazos.

—Tu espalda parece decir lo contrario, pelirroja —me contradijo, de nuevo haciendo uso de aquel tono casi frío. El que siempre se reservaba cuando estaba molesto.

Una parte de mí casi entendía su actitud. Darshan me había advertido en multitud de ocasiones sobre Fatou, sobre la prisión; no había estado equivocado, no cuando fue capaz de atisbar el monstruo que se escondía tras la máscara. Pero Perseo...

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora