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No podía eliminar de mi mente la imagen de la nigromante escoltando a Jedham fuera del comedor

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No podía eliminar de mi mente la imagen de la nigromante escoltando a Jedham fuera del comedor. La atención que había suscitado Rashiba se había desvanecido tras su marcha, haciendo que cada uno volviera a centrarse en sus asuntos... Excepto yo. No me gustaba en absoluto lo que podía significar aquel encuentro al que estaba siendo conducida.

Arrastré la cuchara por el fondo del cuenco, agitando el grumoso contenido y observándolo como si pudiera leer en esa masa lo que estaba por venir, los motivos que habían empujado a Fatou a buscar a Jedham. Centré todos mis esfuerzos en rememorar cada segundo de la llegada de la nigromante: desmigajé las pocas palabras que había pronunciado, repetí en mi mente todos y cada uno de sus movimientos... pero nada parecía darme una maldita pista de lo que estaba planeando ese hijo de puta.

Solté la cuchara y me puse en pie, cada vez más inquieto. No sabía cuánto tiempo había transcurrido con exactitud desde que Rashiba y Jedham hubieran abandonado el comedor, como tampoco tenía idea de a dónde había podido conducirla la nigromante. Estudié mi alrededor, pero nadie parecía estar prestándome la suficiente atención. Tras asegurarme de que no tendría molestos invitados siguiéndome la pista —Gazan quizá intentaría aprovechar la oportunidad de verme solo para tenderme una emboscada por lo sucedido en los baños—, me deslicé hacia el pasillo.

Las posibilidades sobre dónde Fatou habría elegido el punto de reunión eran escasas... y algo pareció sacudir mi cuerpo al pensar en el patio. Recordé el bloque de madera, las manchas de sangre que habían quedado sobre su superficie y extendiéndose por el suelo tras la brutalidad que el verdugo elegido por Fatou había mostrado contra Jedham.

Aquella imagen no se apartaba de mi cabeza.

Fatou no sería capaz de hacerlo, ¿verdad? No volvería a arrastrarla hasta allí para ensañarse de nuevo...

Sin tan siquiera pensarlo, aceleré mis pasos. El nigromante era un monstruo que disfrutaba con el dolor y sufrimiento ajeno; durante el tiempo que estuve entrenando con el resto de cadetes de Sables de Hierro había sido testigo de su crueldad, de cómo había subyugado a los inexpertos nigromantes mediante sus dulces palabras y, después, mediante el miedo.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora