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No miré atrás cuando el nigromante dio por concluido el interrogatorio

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No miré atrás cuando el nigromante dio por concluido el interrogatorio. Hizo que los tres rebeldes restantes fueran conducidos de regreso a sus respectivas celdas y despachó el cadáver con un gesto casi aburrido, ordenando que lo sacaran fuera de su vista.

Aceleré mis pasos a través del corredor de piedra, alejándome de aquella maldita habitación. Como si así pudiera dejar en ella las imágenes que no paraban de taladrarme la mente, repitiéndose en bucle.

«Traidora...»

La voz ahogada por la sangre de Thabit resonó en mis oídos, casi haciéndome temer que fuera su iracundo espíritu quien estaba acompañándome, anclado a mí por el horror que había desatado. Por el pecado que había cometido.

Otro más.

Durante los dos meses que habían transcurrido desde que el Emperador nos había enviado a Vassar Bekhetaar mi único objetivo había sido sobrevivir. Darshan no había estado equivocado al hacerme todas aquellas advertencias, al intentar convencerme de que, allí, tendría que dejar a un lado mi faceta humana si quería tener una oportunidad de seguir viva. Tampoco Sen.

La verdadera naturaleza de aquel lugar se había mostrado ante mí de un modo crudo y descarnado cuando Fatou me llamó por primera vez, haciendo que fuera conducida a esa sala de piedra. Aún recordaba con dolorosa claridad cada detalle de aquella ocasión, los rostros de los tres prisioneros que habían arrastrado desde sus celdas para que el nigromante me pusiera a prueba después de su emboscada nocturna; Fatou se encontraba tras las tres víctimas, con sus ojos negros contemplándome tras la máscara de plata con un brillo casi depredador.

Ansiando comprobar si cometía algún error.

Deseando que así fuera.

Pero seguí sus órdenes.

Las seguí mientras los gritos de los prisioneros rebotaban contra la piedra, grabándose a fuego en mi mente. Las seguí mientras me obligaba a no apartar la mirada, testigo de cómo mi magia estaba provocándoles esa tortura, retorciéndoles los huesos hasta que suplicaban piedad... o se desmayaban del propio dolor.

Las seguí y sentí que una parte de mi alma moría.

Como lo hacía cada vez que Fatou me obligaba a ser parte de aquel macabro juego.

Desvié mis pasos hacia un pasillo aledaño, lo suficientemente oscuro para ocultarme de la mirada de cualquiera que pasara por allí. Me agazapé en la oscuridad, apoyando la espalda contra la piedra y cediendo a la debilidad que me había atenazado al permitir que el dolor que había causado a otros saliera de nuevo a la superficie.

Me llevé una mano al pecho, sintiendo un familiar peso al tratar de respirar. Recordé cómo me había asaltado aquella misma sensación la primera vez, cómo el pánico al no saber qué estaba sucediéndome por unos segundos había acrecentado la asfixia...

Cerré los ojos y tomé una profunda bocanada de aire.

—Jedham.

Aturdida por la repentina interrupción, reaccioné torpemente. Intenté incorporarme, pero mis manos resbalaron por la pared, haciendo que volviera a caer sobre mi trasero; el pánico que había tratado de controlar empezó a ganar ventaja al reconocer a la persona que había dado conmigo en aquel rincón.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora