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Una mezcla de desesperación y perverso placer me mantuvo en vilo el resto de la noche

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Una mezcla de desesperación y perverso placer me mantuvo en vilo el resto de la noche. Había sido yo la que tuvo que romper el beso al ser consciente de cómo estaban escalando las cosas, temiendo que pudiera írseme todavía más de las manos la situación; después de aquel tortuoso momento había salido huyendo, sintiendo un nudo de horror por el mezquino pensamiento que me asaltó sobre cómo podía usar a mi favor ese poder que parecía tener sobre Perseo.

Me escondí bajo las mantas hasta que Clelia se coló en mis aposentos a la mañana siguiente, para prepararme antes de la llegada del vestitore imperial. Al parecer, para la fiesta que se celebraba aquella misma noche necesitaba un atuendo acorde con la ocasión; las prendas prestadas de mi madre no encajaban con el código que debía seguirse en la velada.

—Eres gilipollas, Jedham —mascullé para mí misma, hundiéndome entre los almohadones al recordar el modo en que el nigromante me había devuelto el beso la noche anterior. Al sentir cómo mi rostro se calentaba de solo pensarlo.

Mi doncella se afanó por poner un poco de orden dentro de las estancias, dándome un poco de espacio para poner en orden mis pensamientos. Había cambiado el refugio de la cama por uno de los asientos de la sala, encogiéndome bajo la falda del camisón mientras esperábamos que el vestitore decidiera hacer acto de presencia.

—¿Le entregaréis la corona al príncipe? —escuché que me preguntaba Clelia, cerca de donde había dejado aquella maltrecha manualidad para la que había necesitado la ayuda de Aella, para mi desgracia.

Tras aquel desencuentro con una de las damas de Ligeia, la prima de Perseo se había presentado en mis aposentos con la excusa de que no había tenido oportunidad de terminar la corona de flores. Sabiendo que se trataba de otro calculado movimiento mientras seguía los deseos de su primo, al final claudiqué: la dejé pasar a mis aposentos y ambas nos entretuvimos en silencio terminando aquellos estúpidos obsequios que daríamos esa misma noche.

Aella me había explicado que se trataba de un gesto simbólico hacia la persona que la recibía, una muestra de... interés. Sabía que Octavio recibiría una gran cantidad de coronas florales por parte de sus numerosas seguidoras; además, los rumores sobre nosotros no habían dejado de extenderse por todas partes.

Se esperaba que yo también lo hiciera.

Y aquella parte que había despertado tras el beso con Perseo, tras descubrir el poder que tenía ante el nigromante, estaba ansiosa por descubrir la reacción de ver cómo entregaba la corona floral al príncipe, alimentando todavía más los chismorreos de la corte.

Me encogí de hombros por toda respuesta, dejando que Clelia sacara sus propias conclusiones con aquel gesto.


El vestitore imperial resultó ser un hombre bajito, de barriga prominente, cuyos avispados ojos me recorrieron de pies a cabeza con una expresión especulativa. Clelia se había deshecho en halagos a su llegada, disculpándose por el poco tiempo con el que contábamos; sin embargo, el hombre le restó importancia con un aspaviento de su mano, ladrando una orden a sus ayudantes para que introdujeran en la sala el material que habían traído consigo.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora