❈ 41

1.3K 212 81
                                    

Me costó unos segundos asimilar la presencia del nigromante allí, en mis aposentos, después de haberle visto tan bien acompañado de Ligeia y su abuelo; me resultaba complicado comprender cómo era posible, ya que había abandonado el comedor privado...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me costó unos segundos asimilar la presencia del nigromante allí, en mis aposentos, después de haberle visto tan bien acompañado de Ligeia y su abuelo; me resultaba complicado comprender cómo era posible, ya que había abandonado el comedor privado del Emperador antes que el propio Perseo, quien había estado entretenido junto con Ptolomeo y sus aliados.

—¿Cómo...?

Perseo bajó la vista al suelo.

—He visto cómo ese nigromante te escoltaba fuera del comedor, sin apenas llamar la atención, y no he podido evitar venir hasta aquí para comprobar si estabas... si estabas aquí.

Su aparente preocupación por mi seguridad en palacio hizo que las pequeñas brasas de mis sentimientos que todavía guardaba en mi interior se alimentaran de ella; no dudé un segundo en aplastarlas al rememorar la tierna imagen de él con Ligeia. Sus mentiras. El constante recordatorio que llevaba grabado en la espalda gracias a él.

Perseo me había ocultado deliberadamente la verdad en la prisión y lo habría seguido haciendo de no haber sido por Fatou. De no haber sido por el líder de Vassar Bekhetaar, ¿qué hubiera sucedido? ¿Me habría mantenido en la ignorancia el tiempo que durara la instrucción, topándome a mi regreso a la capital con la dulce noticia de la unión entre el nieto de Ptolomeo y la princesa?

—Ya no soy de tu incumbencia, Perseo —le recordé con frialdad—. Así que no necesito que sigas preocupándote por mí, como tampoco necesito que envíes a tu prima con una falsa tregua con la que tenerme vigilada. No te necesito, ni tampoco tu supuesta protección —concluí, intentando que no se me rompiera la voz—. Márchate.

Las manos empezaron a sudarme al ser consciente que aquel era nuestro primer encuentro a solas desde que Sen tuvo que sacarme en brazos del patio, con la espalda destrozada por los latigazos; después de eso, el nigromante me había mantenido en la enfermería, ocupándose de mis heridas y Perseo había abandonado discretamente la prisión, conforme a las órdenes de Fatou.

—Jedham... —mi corazón se resquebrajó un poco más al escucharle pronunciar mi nombre, pero hice un esfuerzo para mantener mi firmeza.

Tanto Perseo como Darshan eran dos heridas abiertas todavía, demasiado recientes para haber sanado. El nieto de Ptolomeo no había luchado suficiente por nosotros, por mí; su hermano, por el contrario, había decidido utilizarme, fingiendo ser quien no era. Los dos me habían traicionado, de un modo u otro.

—Márchate —repetí y en aquella ocasión mi voz tembló.

Perseo dio un paso en mi dirección y yo retrocedí otro.

—Márchate —le supliqué con voz ahogada.

Tal y como había sucedido con mi madre, las lágrimas humedecieron mis ojos mientras las pocas defensas que continuaban en pie empezaban a resquebrajarse, haciendo que el dolor se interpusiera ante la rabia y el rencor. Porque había incumplido mi promesa de desterrar al nigromante para siempre de mi cabeza, condenándolo al olvido; no, me había aferrado a esos sentimientos nocivos que habían despertado en mí tras ver cómo Perseo contemplaba mi tortura sin hacer nada. Y luego, al llegar a la capital, los había avivado con las imágenes de su prometida y él.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora