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—No vas a poder esquivar eternamente a Ligeia, lo sabías, ¿verdad?

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—No vas a poder esquivar eternamente a Ligeia, lo sabías, ¿verdad?

Octavio ni siquiera levantó la mirada de su pesado libro al lanzar aquella acertada observación. Aquella misma mañana, tras el encuentro con su hermana el día anterior, había sido yo la que había buscado al príncipe con la idea de recluirnos de nuevo en la biblioteca, lejos de la amenaza velada de la princesa.

—No estoy haciéndolo —me defendí, aunque era mentira.

Irshak dejó escapar una risa entre dientes que sí consiguió que Octavio alzara los ojos para observar al nigromante con una expresión divertida y soñadora.

—Irshak puede descubrir si mientes, Jedham —me recordó el príncipe, muy ufano y lanzándole una elocuente mirada a su protector.

—Se le ha acelerado levemente el pulso al decirlo —confirmó Irshak, dedicándome una venenosa sonrisa.

Le lancé una mirada asesina al nigromante, ignorando la risa que dejó escapar Octavio. Después de descubrir uno de mis secretos, en los que se encontraba envuelto el prometido de su hermana menor, su comportamiento no había cambiado ni un ápice, como si no le importara lo más mínimo; es más, parecía haberse aliado con su guardaespaldas para reírse a mi costa.

Agité mis muñecas en dirección a Irshak, haciendo tintinear las pulseras de damarita que colgaban de ellas.

—Quítame esto y te demostraré a quién se le acelerará el pulso, Irshak —le amenacé.

Incluso el recelo que había mostrado el nigromante hacia mí parecía haberse desvanecido de golpe, quizá porque Octavio parecía encontrarse cómodo en mi presencia y yo no había tratado de asesinarlo por ser el hijo del Usurpador.

Irshak me respondió con una sonrisa desafiante bajo la máscara. Se había retirado la capucha, lo que me permitió atisbar su ondulado cabello, que siempre solía llevar recogido en la nuca, por comodidad.

—Jedham —intervino Octavio, obligándome a desviar mi atención hacia él—. Estoy hablando en serio: cuando algo se le mete en la cabeza a mi hermana, es imposible sacárselo hasta que lo consigue.

Mi estómago se agitó inconscientemente y una irritante voz insinuó dentro de mi cabeza si el compromiso con Perseo no habría sido uno de esos casos. Pese a que el príncipe me hubiera asegurado que Ligeia no estaba enamorada de su prometido, que todo en ella era una cuidada fachada, no podía evitar sentir un ramalazo de desconfianza hacia la princesa.

Octavio había dicho que Ligeia estaba al corriente de los planes de su padre... y que estaba dándole lo que el Emperador deseaba. ¿Y si eso incluía entregarse de buena gana a ese compromiso? Aunque me costara admitirlo, Perseo resultaba ser un buen partido; dejando a un lado sus orígenes y parentela, era un hombre que respetaría a Ligeia. Que jamás intentaría sobrepasar ningún límite.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora