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La interpelada no dudó un segundo en obedecer la orden de mi madre, cortando los hilos de su magia y liberando mis muñecas

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La interpelada no dudó un segundo en obedecer la orden de mi madre, cortando los hilos de su magia y liberando mis muñecas. Ahogué un gemido de dolor cuando el poder de la nigromante me devolvió el control de mis miembros, resentidos por sus férreas ataduras; mi estómago se agitó violentamente cuando observé a mi madre al otro lado de las barras de la celda. A tan sólo unos metros de distancia de mí... Tangible. Real.

Aún me costaba creer que estaba viva.

Que, durante aquellos años de dolorosa ausencia, había estado escondida allí, en el palacio, mientras mi padre y yo creíamos que había sido ejecutada.

Que no la hubiera podido reconocer aquella noche, cuando acudió a la propiedad de Ptolomeo, oculta bajo esa capucha.

Maldita sea, yo misma le había ofrecido una copa de agua al ser testigo de aquel horrible ataque de tos que había hecho que su cuerpo se doblara, empujando a Roma a acudir en su auxilio...

Las preguntas empezaron a taladrar mis sienes con fuerza. ¿A qué habían venido aquellos largos años de silencio... de desgarradora confusión, haciéndonos creer que se había convertido en un cadáver olvidado?

«¿Por qué tu madre desapareció de tu vida, ratoncito, haciéndote creer que estaba muerta?», la voz de Roma inundó de nuevo mi cabeza, repitiéndome aquella cuestión. El aire quedó atrapado en mis pulmones mientras la nigromante se ponía en pie, tomando distancia, y mi madre entraba en el habitáculo con paso firme; sin la capucha que solía usar para cubrir su carne mutilada pude ver en todo su esplendor las horribles cicatrices que marcaban la mitad de su rostro y la parte del cuello visible.

Tragué saliva de manera inconsciente, preguntándome qué las habría provocado; aunque tenía una ligera idea sobre quién había dado la orden.

—Galene —me pilló desprevenida la familiaridad con la que Roma se dirigió a ella.

Los ojos de mi madre se desviaron hacia la nigromante.

—Me gustaría hablar unos instantes con ella —dijo en tono comedido, casi plano, a pesar de su timbre ronco y casi destrozado.

No se me pasó por alto el sutil mensaje que ocultaban sus palabras: quería hablar conmigo, sí, pero a solas.

Un brillo de recelo cruzó la mirada de Roma cuando escuchó la petición de mi madre, lo que no había dicho en voz alta. Percibí cómo su cuerpo se tensaba, además de una ligera agitación en mi cuerpo, producto de su propia magia. Era evidente, por mucho que había tratado de ocultarlo, que la nigromante no estaba de acuerdo con ella.

—Galene —volvió a chirriarme el modo en que pronunciaba su nombre, la cercanía que estaba encerrada en esa sola palabra—. No creo que sea una buena idea.

Mi madre frunció el ceño, contrariada por la resistencia de la otra mujer a cumplir sus deseos de permitirnos unos minutos a solas. Roma aprovechó esos instantes para poder justificar su decisión de no querer abandonar la celda:

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora