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—¿Todo va bien?

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—¿Todo va bien?

La repentina pregunta de Darshan al encontrarnos a la mañana siguiente hizo que tardara unos segundos en reaccionar. Mi mente continuaba atrapada en la noche anterior, en el encuentro entre Perseo y Sen... y la conversación que había escuchado a duras penas mientras espiaba desde la oscuridad de aquel pasillo.

Pestañeé, enfocando la expresión sombría de Darshan.

—Ayer no fue un buen día —reconocí a media voz.

Por el brillo que atisbé en los ojos plateados de mi aliado, supe que había entendido mi escueta respuesta. En aquellos dos meses los dos habíamos tener que hacer frente a multitud de obstáculos, empezando por Fatou; el nigromante nos había convertido en sus objetivos favoritos, empleando cada oportunidad que se le presentaba para usarnos a su antojo.

—Puedo entender por qué —fue lo único que dijo.

Nos encaminamos hacia el comedor comunitario en silencio. La conversación entre Perseo y su extraño aliado volvió a colarse entre mis pensamientos, entremezclándose con aquel breve encontronazo después de que abandonara con premura la sala de interrogatorios, intentando dejar atrás todo.

Me mentiría a mí misma si dijera que no había pensando en el nigromante en todo aquel tiempo. Las primeras noches, mientras intentaba conciliar el sueño, había rememorado su imagen y gesto impertérrito aquel último día, antes de que el Emperador nos condenara a la prisión; en ese momento mis sentimientos eran como un peligroso volcán a punto de entrar en erupción. Había sentido odio, sí, odio porque había usado su poder en las cuevas, haciéndome perder el conocimiento antes de que el filo de la daga que le había robado lograra alcanzar su propósito; pero también había habido resentimiento, rabia y furia contra él por haberme ocultado la verdad... y contra mí misma por no ser capaz de arrancarlo para siempre de mi pecho. Porque Perseo seguía estando ahí, aferrado a mi traicionero corazón.

Y aún continuaba, por mucho que quisiera negármelo.

Seguimos nuestro camino en silencio y no pude espiar a Darshan por el rabillo del ojo. No habíamos tenido oportunidad de hablar de la llegada de Perseo a Vassar Bekhetaar y si eso le había afectado, aunque fuera un poco. Había aprendido la lección de que el tema de su hermano era uno de los muchos que Darshan no estaba dispuesto a compartir conmigo. Conocía muy poco de la relación que mantenían y nunca había presenciado un encuentro entre ambos; el único comentario sobre su hermano que había escuchado por parte de mi aliado fue después de que Sen desvelara que había sido el nieto de Ptolomeo quien le había pedido que cuidara de mí. Cuando la conversación se centró en ese tema concreto, se limitó a dar vagas e imprecisas respuestas hasta quedarse en silencio, dando por zanjado el asunto.

Por eso opté por no mencionar a su hermano, sabiendo lo peligroso que podría resultar en aquel lugar. Las sospechas que podría levantar y que podrían conducirnos al desastre si alguien averiguaba que Darshan era el segundo hijo de Roma y su esposo fallecido, el que alguna vez fue el heredero de la gens Horatia.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora