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—No he podido evitar escuchar cierto rumor respecto de la gens Carvilia en la que la heredera del cabeza de familia ha jurado destruir tu reputación en la corte imperial a causa de una ofensa hacia su persona —pese a que Octavio trató de mostrarse...

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—No he podido evitar escuchar cierto rumor respecto de la gens Carvilia en la que la heredera del cabeza de familia ha jurado destruir tu reputación en la corte imperial a causa de una ofensa hacia su persona —pese a que Octavio trató de mostrarse serio al compartir conmigo aquel pellizco de información, no logró hacerlo del todo: las comisuras le temblaban, conteniendo una amplia sonrisa.

El príncipe había sido liberado —al menos, por el momento— de sus responsabilidades ante la inminente llegada de la comitiva de Assarion. Tras aparecer aquella mañana en la puerta de mis aposentos, anunciando que un halcón había llegado a palacio con un mensaje en el que los emisarios indicaban estar cerca de la capital, Octavio me había pedido amablemente que le acompañara. Después del desastre de encuentro con las damas de Ligeia, y temiendo que la princesa pudiera intentar limar asperezas con una segunda oportunidad, no dudé un instante en aceptar y suplicarle a su hermano mayor que me ayudara a ocultarme de ella.

Pestañeé con fingida inocencia.

—¿La gens Carvilia? —repetí con desconcierto.

Octavio ladeó la cabeza, optando por esbozar una media sonrisa.

—No es una de las más poderosas dentro del Imperio —me explicó. Contra todo pronóstico, aquella mañana no nos había arrastrado a Irshak y a mí hacia la biblioteca, sino que había escogido llevarnos hacia la zona donde se encontraban las casas donde instalarían a los invitados.

No había podido salir de mi asombro al contemplar pequeñas edificaciones similares a la hacienda de Ptolomeo separadas por vallas naturales que se erigían en uno de los terrenos con los que contaba el palacio. Jamás hubiera imaginado que fuera tan... grande. Y, mientras Octavio me mostraba aquel rincón, no pude evitar sospechar que era un movimiento sutil para comprobar que todo estuviera en orden.

—Sin embargo —continuó el príncipe, obligándome a desviar mi atención de nuevo a su persona—, han invertido medios y mucho esfuerzo para conseguir ascender dentro de la corte. En especial al colocar a la hija de Cantilio, el cabeza de familia, como dama de compañía de mi hermana.

—Te refieres a Belona —adiviné, cayendo en la cuenta de qué joven había decidido declararme la guerra. No parecía haberle sentado nada bien que le plantara cara de ese modo frente a Ligeia y el resto.

—Belona Carvilia —confirmó Octavio, con un asentimiento de cabeza.

Puse los ojos en blanco.

—¿Debería preocuparme por ella? —le pregunté, trayendo a mi mente la imagen de la perilustre—. ¿Puedo considerarla como una amenaza?

—Jedham, en todo caso eres la amenaza —rió el príncipe—. Belona solamente está intentando maquillar su orgullo herido.

Un ligero alboroto procedente del interior de palacio hizo que frenáramos casi en seco. Octavio frunció el ceño, obligándonos a resguardarnos en un rincón discreto mientras un grupo de sirvientes aparecía, casi todos portando pesados baúles; el príncipe se mostró ligeramente interesado por ellos.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora