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Tal y como habíamos augurado, Fatou decidió que me reincorporara de nuevo tras comprender que mi espalda se encontraba lo suficientemente curada conforme sus instrucciones

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Tal y como habíamos augurado, Fatou decidió que me reincorporara de nuevo tras comprender que mi espalda se encontraba lo suficientemente curada conforme sus instrucciones. Un simple mensaje del puño y letra que trajo consigo uno de sus hombres fue lo único que obtuve por parte del nigromante una mañana; Sen se encontraba ausente de la enfermería en aquel instante, dejándome unos instantes para que pudiera digerir aquellas breves palabras garabateadas en aquel trozo de papel. Después de aquella reveladora conversación con él, me reafirmé en la decisión que tomé en su momento: Sen no era ningún tipo de amenaza para mí. Podía confiar en el nigromante. Pese a los infructuosos intentos de Darshan por convencerme de lo contrario, estaba segura que Sen no me traicionaría.

Descubrir el tipo de relación que le había unido a Perseo no cambió en absoluto la imagen que guardaba de Sen, pues había percibido levemente el miedo que había sentido el nigromante al compartir su pasado conmigo. No tenía ningún derecho a sentirme de ningún modo en especial; aquello era un asunto privado entre el propio Perseo y Sen. Por eso mismo mi actitud hacia el nigromante no varió ni un ápice en aquellos días que habían transcurrido; es más, en cierto modo nuestra relación, esa creciente amistad que parecía estar fraguándose entre los dos, pareció consolidarse.

Y eso me hizo sentir un poco menos sola en aquel infierno.

—Me he cruzado con Bishnem mientras me dirigía hacia aquí —la familiar voz de Sen resonó a mi espalda, con un pequeño timbre de preocupación—. ¿Está todo bien?

Me giré un poco por la cintura, descubriendo al nigromante a unos metros de distancia, zigzagueando entre los camastros vacíos hacia el que yo ocupaba. La máscara plateada cubría la mitad de su rostro y parte de su expresión, pero no así con su mirada: su preocupación era real. Temía lo que ese hombre enviado por Fatou podía haberme hecho en su ausencia.

Alcé el trozo de papel arrugado que había mantenido en mi puño.

—Debo volver —fue lo único que dije.

Sen frunció el ceño y, una vez llegó a mi lado, tomó el mensaje que me había enviado el nigromante. Sus ojos no tardaron mucho en leer las escuetas palabras de Fatou, buscando los míos un instante después.

—¿Temes que haya más represalias? —me preguntó con tiento.

El sangriento espectáculo en el que había convertido mi castigo había sido un buen recordatorio de quién mandaba en Vassar Bekhetaar y cómo era capaz de saber todo lo que ocurría entre las paredes de la prisión. Sus hombres habían seguido a Perseo durante todo el tiempo que había estado allí, sin que el nieto de Ptolomeo pareciera ser consciente de ello; el maldito nigromante había bajado la guardia y había permitido que los espías de Fatou sospecharan, advirtiendo a su señor.

Perseo había pecado de ingenuo, creyendo tener el control gracias a su posición de emisario. Gracias a la cercanía que tenía con el Emperador. Pero había perdido en aquel silencioso enfrentamiento con Fatou y yo... yo había sido arrastrada, también porque el nigromante quería asegurarse de hacerme llegar un mensaje: aquellos meses de fingida sumisión no habían colado. Las sospechas de Fatou hacia mí nunca se habían desvanecido y había aprovechado aquel desliz por mi parte para recordarme qué era lo que sucedía si no seguía sus reglas. Había disfrutado con ello, viendo cómo Perseo se rebajaba a suplicar por mí y cómo yo no era capaz de resistir el castigo impuesto.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora