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—Mientes

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—Mientes.

El siseo de Darshan logró sacarme de mi estupor momentáneo. La expresión de Sen tras la máscara de plata se mantenía imperturbable, como si la acusación de mi compañero no hubiera tenido el más mínimo efecto en él; mi corazón pareció acelerarse unos instantes antes de que me obligara a aplastar ese pequeño destello que había empezado a germinar en mi interior al escuchar el nombre del nigromante.

Sen se cruzó de brazos con una lentitud calculada.

—¿Qué ganaría yo mintiendo? —le preguntó a Darshan, dejando a un lado su fingida indiferencia hacia el chico.

Darshan esbozó una media sonrisa tan afilada como una daga.

—¿Intentar que ella baje la guardia? —le respondió a su pregunta con otra, empleando un timbre lo suficientemente incisivo como para hacer saltar a su contrincante—. ¿Ganarte algún favor por parte de la persona que te ha pedido que hagas esto, exactamente?

Me tensé ante las sospechas de Darshan. Sen nos había asegurado que sus acciones, aquel extraño comportamiento hacia mí con el que parecía buscar protegerme de los horrores de la prisión, no tenían nada que ver con Fatou. Pero ¿podría haber estado diciéndonos la verdad o se trataba de un truco por su parte?

Ante mi desconcierto, Sen esbozó una sonrisa pareja a la que estiraba los labios de Darshan.

—Oh, por supuesto que estoy ganándome un favor —le concedió, haciendo que mi pulso se disparara—: un favor del nieto de uno de los cabezas de familia más importantes dentro del Imperio.

—No es suficiente para que te crea, nigromante —fue la tajante respuesta de Darshan, cuya mirada plateada se desvió hacia mí de manera intencional—. Al menos, yo no.

Estaba dejando en mis manos la oportunidad de decidir si podíamos confiar en que Perseo realmente estaba tras las acciones de Sen y sus constantes intentos de protegerme o si era una estrategia muy bien montada por el nigromante. Debía concederle a Darshan que hubiera señalado muy acertadamente que todo aquello podía ser una mentira. ¿Sen conocía a Perseo? Tras acabar los años de instrucción en Vassar Bekhetaar, el hijo de Roma había sido devuelto a la capital para servir al propio Emperador. Sin embargo, Sen seguía atrapado en este espantoso lugar.

—Una de las nigromantes que viajó hasta aquí me hizo llegar un mensaje suyo —nos confió, pero sus ojos estaban fijos en mí— donde me pedía que cuidara de una de las prisioneras. Una chica pelirroja de ojos verdes que era la heredera perdida de una de las gens de nigromantes desaparecidas.

El corazón se me retorció dentro del pecho al escucharle mientras que una vocecilla dentro de mi cabeza, similar a la voz de Darshan, me recomendaba no bajar la guardia. Mis verdaderas raíces no habían tardado en extenderse como la pólvora después de que el propio Perseo me expusiera delante del Emperador, esperando que aquella verdad salvara mi vida. Pero una parte de mí estaba obcecada en creer que el mensaje de Perseo era real.

LA NIGROMANTE | EL IMPERIO ❈ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora