𝟒𝟐 | Por fin

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"Te echo de menos de la forma más callada que existe"

"Te echo de menos de la forma más callada que existe"

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𝐗𝐋𝐈𝐈

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Pedri

—ESPERO NO ARREPENTIRME DE ESTO—susurré mirándola a los ojos.

Podía haber cambiado todo. Nuestra relación, nosotros mismos, y nuestro entorno. Pero, ¿esos ojos? Esos ojos seguían siendo del mismo tono de verde. Seguían perteneciendo a esa chica tan dulce y alegre de la que me enamoré, aunque ella no fuera la misma.

Y la besé. La besé queriendo expresar todo lo que nunca le llegué a decir el día que nos despedimos en el aeropuerto. Ella me lo correspondió y estuvimos el tiempo justo para que los reporteros cogieran un par de fotos y vídeos y nos separamos a la vez.

Inventamos excusas por las que no queríamos hablar mucho de la relación, ya que acababa de comenzar y nos separamos de ellos pidiéndoles privacidad. Al concedérnosla, caminamos hacia el parque central en un silencio incómodo. Nos sentamos en un banco sin mediar palabra y ella carraspeó cuando vio la hora.

—En media hora me tengo que ir—comentó evitando mi mirada.

—¿A dónde tienes que ir?

—No es que te incumba pero tengo una cita—habló.

—¿Con el dentista?

—Muy gracioso, vaya—sonrió con falsedad—. Es con mi vecino.

—¿Cómo se llama? Conozco a mucha gente de tu urbanización.

—Paco.

—¿Silvestre?

Cuando su boca se abrió en forma de sorpresa supe que había dado en el clavo.

—¿Lo conoces?

—Lo conocía.

—¿Y?—preguntó ella, indagando.

—Solo necesitas saber que si lo encuentro por la calle no lo saludo.

Estuvo unos minutos intentando sonsacarme información sobre él hasta que se rindió.

—¿Por qué no me quieres decir nada sobre él?

—Porque no quiero parecer un celoso que no quiere que salgas con él. Aparte, lo conocí hace muchos años, puede que haya cambiado—me limité a decir.

Ella se apoyó en sus brazos y aceptó que yo no iba a decir nada. Estuvimos unos minutos más hablando, y por unos segundos, cuando ella acabó su argumento de porque era mejor la piscina que la playa, y se quedó mirándome, vi chispas de la antigua Valentina y el antiguo Pedri. Solo fueron unos segundos pero lo vi claramente.

Cuando vimos el sol comenzar a caer y el cielo pintado de un naranja suave, ella miró el reloj de su móvil por segunda vez.

—¡Dios! Llego tarde a la cita—murmuró levantándose. Yo me levanté por inercia.

No me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora