𝟒𝟕 | Feliz Navidad, mundo

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"Él la miró, ella contestó con un suspiro. Y el universo conspiró para abrazarlos."
Melendi

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XLVII

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VALENTINA

ERA LA ÉPOCA MÁS FELIZ DEL AÑO. Las sonrisas cada vez se ensanchaban más, se escuchaban los villancicos por todos lados, la nieve le daba un toque elegante a la ciudad, mientras que las luces de colores hacían que pareciera un día mucho más divertido. Se notaba que la Navidad se celebraba mucho más en Estados Unidos que es España, y me encontré a mi misma deambulando por grandes calles que dejaban a los lados casas que parecían estar en una competición por cual estaba más decorada, pero, sin embargo, viendo lo feliz que estaba todo el mundo y lo mucho que llevaba yo esperando este día, solo me preguntaba una cosa.

¿Por qué, aunque fuera el día más especial para todos, yo estaba así de apagada?

Unos días después de la cena en la terraza, le dieron el alta a Pedri y nos pudimos ir al hotel para estar con los demás. Aunque lo que más hacían era entrenar y yo reunirme con los jugadores para charlas de psicología, y todo el mundo pensaba que el canario se deprimiría del aburrimiento ya que rehabilitación era tan solo dos horas al día, pero él se dedicó a hacer todo tipo de cosas para escapar del aburrimiento.

Yo, por mi parte, llevaba semanas esperando a que llegara el 25 de diciembre porque pensaba que estaríamos todos reunidos y harías cosas navideñas juntos. Ingenua de mí, pues todos tenían a su respectiva familia, lo cual me dejaba a mi fuera del plano. No tenía ni idea de que podía ser tan depresivo tener que desayunar sola con un perro el día de Navidad porque todos lo jugadores y equipo técnico se habían ido a desayunar con sus padres, hermanos o lo que fuera. Sí, yo tenía a Mateo, pero ahora mismo era un adolescente de casi 18 años que no tenía tiempo de hablar con su hermana, la cual estaba en la otra punta del mundo.

No me tenía que doler tanto ver a todas las familias reunidas, ¿no? Nunca había sentido tanta soledad que esa misma mañana, junto a un perro que también notaba mi tristeza, perdiéndome por calles, sin querer volver a ese hotel. Esa sensación que evadió mi cuerpo entero aquella fría mañana de invierno fue la misma que siempre me había dominado cuando solo era una cría con padres que no cuidaban de su hija ni un mínimo. Nadie me cuidaba como una madre debía hacerlo. Nadie venía a mis graduaciones, festivales o teatros. No me preparaban la cena, no me recogían del colegio, y no me preguntaban que como me había ido el día, solo me usaban para lo que querían, y cuando me negaba, hacían que me arrepintiera de una manera o de otra. Me recordé a la antigua Valentina,  una pequeña niña asustada que no vivía, sino que apenas sobrevivía.

Pero, como siempre, me forcé a mi misma a no soltar ni una lágrima y olvidar todo eso. Porque, ¿quién podía echar de menos el amor de alguien que nunca había transmitido tal sentimiento?

No me sueltesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora