Capítulo 20 •Regla número seis•

58 15 5
                                    

Zaid Sabbag

En algunas ocasiones la tentación es tan intensa que te hace olvidar tus principios y te obliga a dejarte llevar por el deseo, justamente eso es lo que acaba de pasar.

Desde que tengo uso de razón, cree una lista de reglas, basada en cosas que me prohibí a mi mismo hacer. Entre las más importantes está: nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, enredarme con alguna amiga de mi hermana. ¿La razón? Simple, estoy casi seguro de que tarde o temprano terminaré rompiendo su corazón, lo cual ocasionaría que Zari se molestara tanto conmigo hasta lograr romper el mío, y es que, de todas las personas que habitan este mundo, mi hermana es lo más valioso para mí y la única persona capaz de hacer eso posible.

Todo iba bien, en veintidós años no había roto alguna de esas reglas, he estado cerca de hacerlo, si, pero siempre me cohibía. A excepción de hoy, juro que me esforcé, intenté mil veces abandonar el juego e irme, pero no fue posible.

No puedo determinar la verdadera causa, pero fueron varios los factores que me llevaron a tomar la decisión de seguir adelante con el reto; su risa nerviosa, su torpeza al escupir la cara de Jace, su mirada profunda y ansiosa, sus labios rosados incitándome a saborearlos, y sobre todo esta estúpida atracción que siento por ella desde el día en que su rostro se enrojeció tanto que parecía estar cerca de estallar, cuando Zari la trajo a casa y me detalló sin una pizca de vergüenza, el mismo día en que la molesté llamándola "pequeña" y su enojo la hacía ver tan tierna como un conejito, desde ese maldito día mi mente se ha encargado de reproducir en bucle la regla número seis, recordándome día y noche que no puedo romperla, que aunque me torturaran como un veneno las ganas de besarla, no podría hacerlo.

Pero hoy, oficialmente, mandé mi propia regla al carajo y me odio por haberlo hecho.

—¡Así que aquí estabas! Te he buscado por toda la casa, pensé que tenían algún escondite secreto entre las paredes.

Oh no, lo que me faltaba, la tentación en persona.

—¿Para qué me buscabas?

—Porque huiste como un cobarde, y no me gustan los cobardes —ríe, acercándose a mí.

—Alessia, estás tambaleándote. ¿Cuánto has bebido? —tomo su mano tratando de estabilizarla, noto cómo se sobresalta, pero luego vuelve a adoptar la misma sonrisa de hace unos segundos.

—Tal vez lo suficiente como para estar feliz —comenta, apoyándose en el árbol a mi lado—. ¿Por qué estás aquí?

—Siempre que quiero pensar vengo a este jardín, casi nunca hay nadie y me genera paz.

—Es un lugar bonito.

—Sí que lo es.

—Como tú —comenta con una sonrisa traviesa, acortando la distancia.

—Gracias —respondo con indiferencia—. ¿No prefieres irte y continuar disfrutando de la fiesta? Creo que aquí vas a aburrirte.

«Dios, nunca te pido nada, pero por favor deja de ponerme estas pruebas tan difíciles, haz que se vaya, la tentación es muy grande»

—Estoy segura de que no voy a aburrirme —me informa, mientras se remoja los labios con su bebida—. Prefiero disfrutar de ti que de la fiesta, además, vine hasta aquí porque necesito que me hagas un favor.

—¿Cuál favor?

—Que me vuelvas a besar hasta que me ardan los labios —suplica, arrojando su vaso hacia el suelo.

Bueno, parece que Dios no me escuchó.

No puedo negarme, la manera en que me lo pidió y cómo me miran sus ojos verdes entrecerrados por el alcohol, esas simples palabras enviaron electricidad por todo mi cuerpo.

En alguna calle de VeneciaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu