Capítulo 4 · Trato

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Sterling

Dijo que se lo pensaría.

Y para mí eso ya era un avance, porque había pasado de ser un no rotundo, a un posible sí.

Si su respuesta final era negativa, no insistiría más y me retiraría con la poca dignidad que me quedaba al haberle tenido que pedir a una chica que fingiera ser mi pareja, cuando siempre había sido a mí al que le habían insistido.

Estábamos a lunes. Era el día siguiente después del primer partido de la temporada y, como siempre, de buena mañana fui al estadio. La mañana siguiente de cada partido, no teníamos entrenamiento (aunque las instalaciones permanecían abiertas para nosotros por si queríamos acudir al gimnasio o al fisio del equipo), pero sí nos reuníamos con los entrenadores para analizar el partido. El resto del día, libre completamente.

De camino al estadio, pasé a buscar a uno de los novatos. El chaval acababa de cumplir la mayoría de edad y aún no tenía coche, así que algunos del equipo nos turnábamos para llevarlo. Todos habíamos pasado por una situación similar, así que le hacíamos el favor. Era un buen chico, con un futuro muy prometedor, y nos caía muy bien a todos, así que no teníamos ni que quejarnos. Además, el pobre insistía siempre en pagarnos la gasolina, como si supusiera un problema mayor para nosotros.

Llegamos y, en la entrada al parking privado, en la cuál siempre había aficionados y un par de periodistas, estaba llena. Pero llena de periodistas. Saludamos con la mano los dos, pero no detuve el coche.

―Joder, qué de pirados ―murmuró Michaelson, el novato.

―Ni que lo digas... Consejo de vida: no folles mientras seas futbolista.

Lanzó una carcajada, pero yo lo decía totalmente en serio.

Al bajar del coche, miré mi móvil por precaución. Necesitaba comprobar que no había surgido nada nuevo y que ayer no nos pillaron a Jade y a mí. Por suerte, lo que había era lo mismo que anoche. Esa gente había incluso entrevistado a algunas chicas con las que había tenido algo. Desde luego, elegía mal a las personas con las que me enrollaba.

Subimos hacia la sala de conferencias que usábamos para las reuniones. Ya allí, saludé a todo el mundo y desayuné algo del buffet libre que había al final de la sala. Me permití un croissant de chocolate y un café latte largo. Era de los pocos días de la semana que rompía la dieta.

―¿Qué hay? ¿Cómo tienes el brazo? ―me preguntó el entrenador de porteros del equipo, Nate, que acababa de entrar a la sala con un café en la mano.

―Bien, bien. Pensé que en frío notaría dolor, pero nada. Ahora, al acabar, iré con Sue a que me lo mire, por si acaso.

―Bien hecho.

Desayuné junto a Dom, Pablo y Bruno, el segundo portero, y charlamos de todo un poco. Cuando llegaron los técnicos y el entrenador, nos sentamos en el primer sitio que pillamos. La reunión duró solo una hora y media, pues no había demasiado que comentar. Había sido un partido excelente. El único comentario malo que tuvo el entrenador fue hacia mí, por haberle plantado cara al chavalito del West Ham que, por haber comenzado a jugar con un equipo de la Premier, se creía el rey del mundo.

Al acabar, me despedí de todos y me fui a ver a Sue, la médico del equipo. Quería que me miraran un poco el brazo, porque al acabar el partido me fui del campo con molestias. Estuve en la enfermería unos minutos, los suficientes como para que me dijera que todo estaba bien, pero que pasara cada día después del entrenamiento por el fisio del equipo para prevenir cualquier lesión.

De camino al coche, recibí un mensaje al móvil. Había recibido muchos durante la mañana, pero solo ese era el que me interesaba.

Jade Lennox
Ven a mi casa a las cuatro de la tarde, tengo que hablar contigo. Ven con un coche discreto y no con ese todoterreno azul que pueden ver desde el espacio. Sé que tendrás al menos cinco coches más.

Fuera de juego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora