Capítulo 23 · A sus pies

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Sterling

El partido me había dejado bastante cansado, pues creo que había sido el partido en el que más adrenalina había sentido. Y eso agotaba casi más que el esfuerzo que podría hacer. En mis planes no estaba irme a casa con Jade, sin embargo esa noche la necesitaba. Esa noche y muchas, en realidad.

Llegamos a mi edificio, aparqué y salimos juntos del coche. Agarré su mano y fuimos hacia el ascensor. Una vez en él, me apoyé en la pared y ella se apoyó en mí, mirándome, con sus manos en mi pecho.

―Un compañero, en la media parte, ha dicho que no estabas dando tu 100% y casi le salto al cuello en directo.

Sonreí con descaro. Porque yo sabía que había dado el 200% esa noche.

―Menos mal que James ha sido rápido y ha dicho que tú estabas dándolo todo, porque si no a lo mejor me despiden.

Acaricié su nariz con la mía y cerró los ojos.

―Me gusta que me defiendas.

―Te habrías enfadado si hubiese saltado en directo...

―Claro que me hubiese enfadado ―le di la razón―, porque no quiero que te despidan por mi culpa. Hay cosas que no puedes hacer, todos lo sabemos.

Puso los ojos en blanco en cuanto los abrió y yo sonreí.

―¿Qué tal te ha caído Coral? ―pregunté mientras salíamos del ascensor al llegar a mi piso.

―Es maravillosa. Me ha caído genial y ya hemos quedado con vernos pronto, si nuestros horarios nos lo permiten. Nos lo hemos pasado muy bien.

―Me alegra mucho. Sabía que os llevaríais bien. ¿Sabes que Dom tiene un pequeño crush con ella?

―Lo he supuesto, porque Coral me ha dicho que le invitó a salir tiempo atrás.

―Así es. Pablo lo mataría si se enterara.

―Me ha parecido entender que solo se tienen el uno al otro ―comentó mientras dejaba su bolsa en la mesa del salón.

Se quitó la chaqueta de la RHN y la dejó colgada en la silla. Yo dejé mi bolsa en el suelo y me dejé caer al sofá, atrayéndola a mí. Se sentó en mis piernas y apoyó su cabeza en mi pecho. Acaricié su espalda.

―Su madre fue de México a España junto a Pablo cuando él tenía dos años. En España ella conoció a un hombre, de allí Barcelona, se enamoraron y se casaron. Tiempo después nació Coral. La cosa es que la madre murió por culpa de unas complicaciones en una operación que aparentemente era sencilla, cuando Coral tenía unos diez años y Pablo dieciséis. Siete años después, el padre de Coral murió de un infarto. Él no tenía padres, era hijo único, y su madre solo tenía familia en México, pero no tenían contacto con ellos porque fueron quiénes echaron a su madre a los diecisiete años con Pablo en brazos.

―Joder, qué mierda...

―Solo se tienen el uno al otro, sanguíneamente hablando. ¿Existe esa palabra?

Ella se rio y se encogió de hombros.

―No tengo ni idea, pero te entiendo.

―Genial ―murmuré acariciando su pierna antes de agarrarla y moverla hacia un lado, haciendo que tuviera que sentarse a horcajadas en mi regazo. Soltó una risita.

―Qué cambio tan repentino, oye.

―No quiero hablar de cosas tristes.

―Hablemos entonces... ―besó mi barbilla, subiendo por mi mandíbula hacia mi oreja― de lo guapo que estás cuando juegas. De lo que me gustan estas manos de portero...

Fuera de juego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora