Capítulo 8 · Público

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Sterling

Cuando acabé mi jornada de gimnasio, en la que había podido ver y escuchar durante diez segundos a Jade en la televisión que teníamos allí, me dirigí a su apartamento. Quería asegurarme que estuviera bien, pues el día anterior me había ido a casa preocupado. No quería ser muy pesado con ella, y mucho menos insistente, pero no podía evitar sentirme mal por lo que le había ocurrido. Esa gente merecía una demanda. ¿Qué clase de restaurante no indicaba algo tan básico como eran el gluten y la lactosa? Había gente a la que le sentaba muy mal, como a Jade o incluso peor.

Incluso me sentía un poco culpable, pues había sido elección mía llevarla allí.

Llegué a su apartamento y salí de mi coche discreto. Había elegido ese precisamente para poder ir a su casa.

Tenía tres coches, y los usaba todos por igual. El X-trail azul para ir a los entrenamientos y a los partidos; el Ariya negro para hacer vida normal y pasar un poco más desapercibido; y el Leaf para trayectos largos o para ir con mi hija, pues era su favorito.

Llamé al timbre del apartamento de Jade y ella, en menos de un minuto, habló por el interfono.

―¿Sterling? ¿Qué haces aquí? ―preguntó extrañada. Supe que me estaba viendo por la camarita.

―He venido a ver cómo estás.

Al momento, abrió la puerta y yo entré.

―¡Por el ascensor! ―escuché que decía antes de que la puerta del portal se cerrara.

Tal y como me pidió, subí con el ascensor. Precaución ante todo. Lo último que quería era que molestaran a Jade en su propia casa. Entonces sí que tendrían problemas. Al llegar a su piso, salí del ascensor y me metí en su casa; había dejado la puerta abierta. Cerré a mi espalda y vi que salía del pasillo mientras se secaba el pelo con una toalla que parecía una camiseta de lo fina que era.

Fue inevitable observarla de pies a cabeza. Llevaba un pantalón muy, muy corto de pijama blanco y una camiseta de manga corta de color rosa. Sus pies desnudos llevaban las uñas pintadas del mismo color que sus manos, blanco. Se había cambiado el color.

―Me has pillado vistiéndome.

―Al menos no te he pillado en la ducha.

Me señaló el sofá para que me sentara, y yo lo hice.

―Ahora vengo, voy a meter la toalla en la lavadora.

Volvió en menos de diez segundos y vino a mí. Olía muy bien. A galletas y limpio, igual que su casa.

―¿Cómo te encuentras? ―pregunté, viendo como se sentaba sobre sus talones, en el sofá.

―Un poco cansada, pero muy bien. Por la mañana me dolió un poco la barriga, pero se me pasó rápido. Estuve comprando ropa de invierno y otoño con mi hermana y mi cuñado.

―El marido de tu hermano, ¿no? No de tu hermana.

―En efecto. Dalil es el de mi hermano. Everly está soltera. Te has quedado rápido con el caos que tengo como familia, me gusta, me gusta.

Me reí.

―Es fácil de memorizar. Cedric y tú, adoptados. Everly, inseminación artificial. Tu madre y tu hermana, solteras. Tu hermano, casado con Dalil. Tú, con "pareja" ―hice las comillas al aire con mis dedos. Ella sonrió.

―Buen trabajo, novio. Buen trabajo.

―Espero que en público no me llames así; suena raro.

―Tranquilo ―carcajeó―. Oye, y... ¿Qué hacemos? ¿Cómo lo hacemos público?

Fuera de juego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora