Capítulo 7 · Mentir

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Jade

La cena fue muy bien. Más que bien, de hecho. No lo parecía, pero Sterling era un hombre bastante abierto y pudimos hablar de todo sin cortarnos un poco. Pude saber que su color favorito era el azul (cómo no, siendo del Manchester City), su género favorito de películas y de libros era el suspense, no tenía preferencias musicales y odiaba con todo su ser el aguacate (punto negativo para él). Me contó cosas de su familia, de lo que envidiaba la relación de sus padres, de cómo era su hija... Fueron unos momentos muy agradables.

Nos comimos el postre a toda prisa porque el camarero que nos servía había venido a avisarnos muy amablemente de que había un par de personas que parecían esperar por nosotros. En otras palabras, paparazzis. Acabé mi coulant de chocolate blanco y en menos de dos minutos ya estábamos en el coche.

―Bueno, al menos nos hemos ido antes de que llegue más gente ―dije aliviada.

―Sí, aunque me jode que nos hayamos tenido que ir ya. No me molesta que haya gente que nos espere, porque si tenemos que hacer esto público tendrán que vernos; pero no me apetece tener que huir tan pronto.

Asentí con la cabeza, entendiéndolo. Yo... Bueno, yo ya llevaba unos días huyendo de ellos.

De camino a casa, a los pocos minutos de haber salido de allí, sentí un pinchazo en el estómago. Un pinchazo que me conocía muy bien. Y no pude evitar doblarme hacia adelante, agarrándome la barriga.

―¿Qué pasa? ―preguntó preocupado.

―Necesito... Necesito que pares.

―¿Como que pare? ¿Que pare donde?

―A algún sitio al que poder vomitar, Sterling.

―Oh. Oh, joder. Espera. ¿Puedes esperar?

―Sí, puedo esperar, pero tampoco mucho.

Cuando comenzaban los pinchazos, tardaba dos minutos como mucho en empezar a vomitar y marearme. El coulant debía llevar harina de trigo, estaba segura.

Como estábamos a las afueras de la ciudad, pudo meterse en uno de los caminos de tierra que dirigían a fincas privadas, de las cuales esa zona no escaseaba. Paró el coche y prácticamente salté del coche, porque las náuseas ya habían empezado.

Fue acercarme al primer arbusto que vi, y echar todo lo que había cenado y merendado. Como nunca consumía gluten, había tenido muy pocas reacciones. Iba a una por año, como mucho, pues tenía un cuidado extremo con mi dieta. Por ello, vomitar delante de la gente me daba muchísimas vergüenza, pero era algo que no podía controlar.

―No te acerques, Sterling ―pedí antes de una arcada que me impidió hablar más.

―Y una mierda.

Se colocó a mi lado, me agarró la coleta, que por suerte no había interferido en el camino de mi vómito hacia el arbusto, y colocó su otra mano en mi espalda. Las piernas me temblaban, la garganta me escocía y mis mejillas debían tener el recorrido de las lágrimas que se habían escapado de mis ojos.

Respiré profundamente, agarrándome de la barriga y Sterling me acarició la nuca con suavidad.

―Espera un momento, tengo pañuelos y agua en el coche.

Asentí con la cabeza sin poder hablar y él se fue. Noté la ausencia de su cuerpo al momento. Lo eché de menos demasiado rápido. Otra arcada dio paso a más vómito, y supe que era la última. Me aparté de ese arbusto y me apoyé en el árbol más cercano. Eché mi cabeza hacia atrás y respiré profundamente.

―Toma.

Abrí los ojos y vi que Sterling, con la mirada preocupada, me tendía dos pañuelos de papel.

Fuera de juego ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora