VII. Eról

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La sala que tenían ante ellos no era demasiado distinta a las otras casas de sanación –a excepción de la del Norte–. Si el techo hubiera sido de cristal en vez de blanco, Evie no habría sabido distinguir si estaba en la casa del Sur o del Este.

«Espera... ¿Y las escaleras? ¿Dónde están?»

Abrió la boca para preguntar, pero la volvió a cerrar al ver que todos andaban en silencio aparentando estar tranquilos. Erik iba decidido en dirección a una de las paredes.

Cuando le quedaban un par de pasos para chocarse contra ella, paró en seco y se quedó mirándola. Entonces, Evie abrió la boca de nuevo, pero esta vez de asombro.

La pared blanca se fue tornando opaca, y de opaca pasó a ser transparente. Tras lo que ahora parecía ser un cristal apareció un solar que, a pesar de ser todavía temprano, parecía tener cara de haberse despertado hacía escasos segundos de una larga siesta.

—Buenos días Erik, qué raro verte por aquí a estas horas —dijo mientras miraba su reloj. Parecía sorprendido de la hora que era.

—Buenos días Luca. Sí, lo sé, mi turno comienza por la tarde —le contestó Erik con la misma sonrisa que Evie había podido presenciar ya varias veces—. Pero hoy vengo de guía para estos chicos, especialmente para ella —señaló a Evie, que intentó sonreír al mirar al hombre, pero con la sorpresa solo le salió una media sonrisa un tanto extraña. Por el rabillo del ojo vio que David se aguantaba la risa—. Ella es Evie, también conocida como «Irina Drásgora»: imagino que ya habrás oído las noticias.

El guardia se despertó del todo al escuchar eso último y esta vez miró con mucha más atención a la chica.

—Vaya. Me han llegado las noticias, sí. Es un placer conocer a la hija de Daniel. Su pérdida fue algo trágico —dijo, aunque casi parecía más un comentario para sí mismo.

Evie se preguntó si tal vez antes de su asesinato habría sido amigo de su padre biológico.

Se prometió a sí misma que sacaría tiempo más adelante para ir a hacerle una visita al tal Luca. Tenía mucha curiosidad por saber qué clase de persona había sido su padre.

Muchos solares lo conocían, pero parecía que la gente tuviera miedo de hablar de él. Incluso a veces, Evie tenía la sensación de que el miedo se lo habían tenido a su padre.

—Entonces, ¿podemos pasar? —preguntó Erik con un tono relajado.

—Ehm... Sí, claro. Por qué no —se le veía algo nervioso.

—Genial, gracias Luca —le contestó amablemente. Aunque Evie notó perfectamente que el chico se había sorprendido ante lo fácil que había sido. Parecía no estar nada convencido de lo que acababa de ocurrir. Miró a Mikael y vio que él también parecía percibir la duda en el Vigilante.

El guardia retrocedió y debió darle a algún botón puesto que la puerta de cristal empezó a deslizarse hacia la derecha suavemente, dejando paso a los chicos.

Erik comenzó a caminar tras darle de nuevo las gracias al guarda, y el resto le siguió.

Ante ellos se abría un pasillo completamente blanco –al igual que el resto de la casa de sanación–, en el que se podían ver varias puertas del mismo color y una única puerta negra en el fondo. Evie tuvo claro cuál era la que ellos iban a cruzar.

Dicho y hecho, Erik llegó a la puerta negra, la abrió, y comenzó a bajar por unas escaleras de caracol hechas de piedra que hacían juego con las paredes y techo, todo del mismo material.

Después de varios minutos descendiendo, llegaron a un nuevo pasillo también hecho de piedra mucho más angosto y oscuro que el de la planta superior.

Tras avanzar un par de metros, empezaron a aparecer celdas a ambos lados. Por suerte para Evie, de momento todas estaban vacías. Aquél lugar era bastante tétrico.

Los ojos del BosqueWhere stories live. Discover now