XIX. Maveck

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Evie se despertó sintiendo náuseas. Se sentía mareada y desorientada. Tenía sed y le dolía todo el cuerpo. Aún con los ojos cerrados intentó recordar qué era lo último que había pasado, sin éxito. Recordaba haber visto a Gael en las dunas y haber corrido hasta él, pero... No conseguía acordarse de nada más.

—Toma, bebe un poco —dijo una voz conocida mientras se acercaba.

Notó que le ponían algo frío en la boca, y tras sentir el contacto del agua con sus labios bebió con fuerza. Parecía que llevara sin beber varios días.

Tras casi atragantarse, el líquido se acabó y no tuvo más remedio que dejar de beber. Sentía que se había llenado y no podía beber más, pero su cuerpo seguía deshidratado.

—Siento que las cosas hayan salido así —le susurró al oído.

¿De quién era esa voz? No conseguía centrarse.

—Supongo que aún estás cansada... Tranquila, descansa —le ordenó esa voz amablemente.

Evie hizo caso, obediente, y se volvió a sumergir en un sueño profundo.

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—¡Para ya! —gritaba Evie entre risas mientras intentaba frenar el ataque de cosquillas que estaba recibiendo.

—¡Tendrás que pararme! —le contestó Gael riendo también.

Evie pataleaba en vano mientras el chico le daba pequeños mordisquitos en la cintura bajo las sábanas.

Poco a poco los mordisquitos fueron convirtiéndose en besos, y éstos fueron ascendiendo de su cadera hasta su cuello.

—Tengo que irme, vas a hacer que llegue tarde —protestó sin mucha convicción Evie.

—Yo ya llego tarde —susurró Gael mientras besaba el lóbulo de su oreja.

Evie le rodeó el cuello con los brazos, pillándolo desprevenido, y de un solo movimiento le hizo rodar y se puso a horcajadas sobre él, victoriosa.

—Ya eres mío —dijo ella pícara.

—Me rindo —respondió el chico mientras levantaba las manos como si le estuvieran apuntando con una pistola— soy todo tuyo —terminó sonriendo.

—Te quiero —dijo ella.

—Yo también te quiero.

Evie vio como la imagen se emborronaba poco a poco.

—¿Gael? —llamó ella estirando el brazo para tocar al chico, pero para cuando lo alcanzó su mano atravesó una especie de niebla que ocupaba el lugar donde segundos antes estaba él. Sintió pánico, y de golpe todo se volvió negro.

—¡GAEL! —chilló al mismo tiempo que abrió los ojos.

Miró a su alrededor, confusa y aturdida: estaba en una especie de sala de piedra con forma redondeada y sin ninguna ventana pero, sin embargo, la estancia no estaba oscura: aquél sitio estaba iluminado por una serie de grietas por las que parecía caer lava...

Los ojos del BosqueWhere stories live. Discover now