XXXI. Presentaciones en medio del caos

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—¿Qué ha pasado? —dijo Mikael, confuso.

Evie corrió, se tiró al suelo y lo abrazó con tanta fuerza que el sanador se quejó, pero no lo soltó. Estaba feliz además de orgullosa de su gran amigo. Sus ojos ni siquiera eran completamente blancos –aunque por poco– y sin embargo era tremendamente fuerte. Los había salvado de una muerte segura.

—Pensaba... Pensaba que te perdía —dijo ella entre lágrimas de felicidad. Se separó unos segundos para mirarle y volvió a abrazarlo.

Mikael, al ver sus ojos nuevamente blancos, debió entender puesto que sonrió también y la abrazó en silencio.

—Chicos —dijo Jeong, haciendo que ambos se separaran—, me alegro mucho de que todo haya salido bien... Aunque no sé muy bien cómo —murmuró—. Pero tenemos que irnos de aquí. No sabemos si hay más demonios en camino.

Todos asintieron; ninguno quería permanecer por más tiempo en aquél lugar. Decidieron ir a la Ciudad de Arena y buscar al resto para ver si estaban bien. Además, ahora que Evie había recuperado su poder sí podría ayudar –y mucho– en esta batalla contra Sheol y los seres del Bosque Sombrío.

La norma era que los terrenales no podían entrar en la ciudad, pero tal como estaban las cosas ninguno creía que fuese a importar. Además si los seres habían destruido las barreras la ciudad sería visible igualmente para cualquiera.

Para su sorpresa, no se encontraron a ningún ser en en todo el trayecto a excepción de un solitario caeverno que ya estaba malherido de antes, y Jeong acabó con él sin despeinarse.

Atravesaron el Parque del Fénix e Evie vio que había sido completamente destruído y ya solo quedaba parte de la base de hormigón que durante tantos años había sostenido la ya semi-derruida estatua del ángel con aquella criatura en su brazo. Ignoró sus sentimientos; sabía que el estado de la Ciudad de Arena seguramente sería peor y debía ser fuerte. Además, tenía que concentrarse en su prioridad: encontrar a Gael y al resto de sus amigos.

Al llegar a la frontera vieron que la mitad de las barreras habían caído y la ciudad era completamente visible desde el exterior.

—¿Esto ha estado siempre aquí? —preguntó el padre de Merian.

—Sí, siempre —respondió Lairon.

—Merian —llamó su padre— creo que ahora que estamos más tranquilos deberías presentarnos... ¿No crees? —dijo refiriéndose a Lairon.

Evie vio que su amiga se revolvía un poco, nerviosa. Todavía no les había contado a sus padres que su relación era un poco más grande de lo habitual.

—Eh... Sí, claro. Papá, este es Lairon. Lairon, este es mi padre, Leonardo.

El vigilante se acercó sonriente a su padre y le estrechó la mano, pero su padre no pareció muy convencido. Conocía a su hija y sabía que había algo que todavía no le había contado. Aun así, acabó devolviéndole la sonrisa.

—Esta es María —dijo él señalando a su mujer.

—Encantada —la madre de Merian se acercó a Lairon para darle dos besos y él se ruborizó levemente; todavía no estaba acostumbrado al saludo típico terrenal.

—Siento interrumpir... Otra vez —dijo Jeong. Sus ojeras y su cara de preocupación eran evidentes—. Pero todavía no estamos a salvo. Nadie lo está. Tenemos que entrar en la ciudad y ver en qué podemos ayudar.

Le hicieron caso y siguieron caminando hasta cruzar las barreras sin ningún tipo de impedimento.

—¿Todo el suelo es de arena? ¿Por qué? —preguntó la madre de Evie mientras se tropezaba. La chica sonrió; no sería su madre de verdad, pero ambas eran igual de torpes.

Los ojos del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora