XXXIII. Sheol

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Evie llegó al lado de Sheol y éste comenzó a caminar hacia aquella oscura sala con las manos en la espalda, en gesto tranquilo. Ella lo siguió en silencio mientras intentaba usar su poder para descifrar sus emociones, aunque lo que el padre de todos los demonios emanaba era algo totalmente nuevo e inquietante. Sacudió la cabeza intentando zafarse de aquella extraña sensación y decidió que era mejor no intentarlo más.

Cruzaron el umbral de la puerta de piedra y ambos se adentraron en la oscuridad absoluta. Evie no veía nada y el silencio también era abrumador, solo escuchándose su respiración. Empezaba a impacientarse justo cuando Sheol habló a su lado, sobresaltándola.

—Supongo que podría decirse que aquí terminó y comenzó todo. Casi es irónico, ¿no crees?

—Yo... No sé a qué te refieres —contestó Evie. Realmente sí que creía entender a lo que se refería Sheol, pero prefería que él mismo lo contase.

—Ya veo —dijo él simplemente. Parecía decepcionado—. No sabes mucho, niña. Ni tú ni el resto de los pocos que quedáis —Evie aguardó a que prosiguiera, mordiéndose la lengua—. Lo cuál es una lástima...

—¿Y por qué crees que quedamos tan pocos? —replicó ella sin poder aguantarse más— ¿Sabes lo difícil que lo han tenido todos los solares por tu culpa?

—Calla —ordenó él en un tono calmado. Evie enmudeció al instante; no necesitaba gritar para que resultara imponente—. No permitiré falsas acusaciones, y menos en este lugar —Evie percibió duda en sus palabras, y enarcó una ceja.

¿Falsas acusaciones? ¿Cómo podía decir eso cuando habían sido sus demonios los que habían acabado con tantísimos solares?

—Quiero contarte mi historia —dijo. Y entonces de pronto la estancia se iluminó; Sheol había hecho aparecer una llama alrededor de su mano, haciéndola más grande poco a poco. Evie abrió la boca, asombrada.

La sala no era tan grande como esperaba, pero sus redondeadas paredes estaban llenas de símbolos y textos desconocidos para ella, en un lenguaje que nunca había visto antes. El techo también era abovedado, como la sala principal que tenían tras ellos, pero mucho más alto en proporción.

—Hermoso, ¿verdad? —preguntó él. Evie asintió— Quienes decidieron encerrarme en este lugar intentaron asegurarse de que nunca saliera... Necios —se burló Sheol, aunque casi parecía haber tristeza en sus palabras—. No pudieron extraerme la piedra del alma y pensaron que sería buena idea dejarme aquí para toda la eternidad, sin tener en cuenta las consecuencias de lo que ellos mismos estaban ayudando a crear.

Sheol dejó de hablar durante unos segundos, e Evie fue a preguntar justo cuando él extinguió la llama, dando paso a la oscuridad de nuevo. Pero, esta vez, algo había cambiado.

Aquellos símbolos y escritos brillaban en forma de aguas de colores azules, verdes, y rosados, creando una escena mágica. Entonces miró hacia arriba, y su mandíbula se abrió aún más: toda la bóveda estaba llena de miles de puntitos que brillaban de igual manera, dando la sensación de que lo que estaban viendo no era un techo sino el mismo cielo.

—Es como la arena de nuestra ciudad —dijo ella, maravillada. Era algo realmente precioso.

—Exacto. Mis captores usaron arena para hacer las decoraciones que ves, creyendo que simplemente serían eso mismo; decoraciones —Sheol suspiró—. Pero una vez más, se equivocaban. El leve poder que emanaba la piedra del alma en mi interior se reflejaba en la sala, alimentando a la que una vez fue arena. Y ella, a su vez, absorbía la vida del entorno, intentando devolverle la energía a la piedra... Construyendo poco a poco lo que ahora es el Bosque Sombrío y permitiéndome permanecer vivo tanto tiempo, en letargo. Nunca despertaría, pero tampoco podría morir.

Los ojos del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora