XXVI. Ataque

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—¿Qué? —fue lo único que pudo decir Evie.

Había comenzado: los temores de todos los solares se habían hecho realidad. Al menos, habían tenido varios días de margen para prepararse... Aunque Evie tenía el presentimiento de que ninguna preparación iba a ser suficiente.

—Mi padre está avisando a todos. Las alarmas de la ciudad han fallado y han derribado un par de barreras al norte de la ciudad —explicó Gael. Se le veía nervioso, pero también podía ver claramente que se estaba calmando. Ya había visto esa expresión en él con anterioridad; se estaba concentrando y preparando para la batalla. Evie tragó saliva.

—Pero... La arena frenará a los seres, o por lo menos a la mayoría, ¿no? —preguntó ella.

—Esperemos —se limitó a contestar.

Gael se acercó a la esquina donde se había quedado Evie, de pie, y la abrazó tan fuerte que casi le hacía daño. La chica le devolvió el abrazo e intentó calmarse, pero su cuerpo no le hacía caso y seguía temblando.

Precisamente cuando más necesitaba su poder no lo tenía. Gracias a la herencia de sus padres podría haber servido de mucha ayuda en el frente, a pesar de haber elegido ser una sanadora, pero de esta forma no podía hacer nada. Nada más que esperar.

La sensación era abrumadora. Ya no era por sí misma, sino por los demás. No podía ayudarles, ahora mismo solo era un estorbo y se sentía fatal por ello.

—Tengo que irme —le susurró él al oído.

Evie asintió, pero no dijo nada.

—Te quiero —le dijo antes de besarla.

Ella le devolvió el beso, pero fue mucho más breve de lo que ella hubiera querido. Se le partía el corazón de tener que separarse de él tan pronto, justamente después de haberlo recuperado... Pero era un guardián ante todo, y lo sabía desde el principio. Lía le había avisado de ello mucho antes de haber estado siquiera juntos.

La diferencia era que antes era un simple detalle «a tener en cuenta» sobre alguien, y ahora era algo que ponía en riesgo la vida de la persona a la que amaba por encima de todo lo demás. Tenía miedo de que le pasara algo, pero tampoco podía hacer nada para protegerle sin su poder.

Se quedó allí parada siguiendo con la mirada a Gael hasta desaparecer escaleras abajo, sintiendo que todo su mundo se marchaba con él.

Se quedó allí parada siguiendo con la mirada a Gael hasta desaparecer escaleras abajo, sintiendo que todo su mundo se marchaba con él

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—Lía—

Lía miraba hacia atrás, jadeante, y una gran angustia la consumía por dentro al ver cómo dos de las barreras habían caído, causando una explosión que había hecho que la grieta de la misma se hiciera aún mayor. Vio cómo varios vigilantes se agrupaban justo en el centro y gesticulaban nerviosos entre ellos.

Volvió a mirar hacia el frente, nerviosa: ni ella ni ninguno de los guardianes que estaban allí con ella habían visto nunca un brontos en persona, aunque todos sabían lo que eran puesto que les habían hablado sobre ellos además de haber visto dibujos muchas veces. Pero ninguna imagen podría haber sido tan horrible como su auténtica apariencia; les llamaban demonios de guerra porque solo aparecían en las grandes luchas, y desde luego intimidaban más de lo que ella querría admitir. Eran seres de un tamaño descomunal, mucho más grandes que un coche –de hecho, en los libros los comparaban con los tanques de guerra terrenales– y cuya forma y caparazón superior recordaban a un cangrejo. Aquellas bestias eran muy, muy lentas, pero también eran muy peligrosas. En su parte central inferior tenían unas garras con las que escarbaban, y con lo que sacaban –tierra, barro, o incluso arena puesto que no les hacía ningún daño– hacían una gran bola que luego cubrían con una especie de baba ácida que las endurecía además de hacer que fueran extremadamente corrosivas. Básicamente podría decirse que eran unas catapultas con vida propia.

Los ojos del BosqueWhere stories live. Discover now