IV. Doble confesión

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—Lía—

Lía se levantó con la sensación de no haber dormido nada, a pesar de haberse pegado en la cama casi once horas. Poco a poco se estiró y terminó por levantarse, aunque de mala gana.

Miró por la ventana, pensativa, y decidió que ya era hora de terminar lo que había empezado el día que escaparon de las garras de los seres oscuros.

—«Lairon, soy Lía» —dijo la chica usando el transmisor.

—«Hola» —dijo Lairon al otro lado. Lía percibió en su voz alegría, seguramente por hablar con ella, pero también notó una profunda tristeza— «Lo sé, reconocería tu voz en cualquier lado».

Lía notó que empezaba a sonrojarse, algo no muy típico en ella, por lo que sacudió la cabeza y se centró.

—«Necesito hablar contigo, Lairon. ¿Podemos vernos dentro de dos horas en el Café?».

El Vigilante accedió, de buena gana, y no dijeron nada más. Pero lo que no le había dicho a Lairon, algo de lo que ni siquiera ella estaba muy segura de que fuera lo mejor, era que también iba a acudir a la cita Merian, quien a su vez no sabía que acudiría alguien más que ellas dos.

La Guardiana caminó hasta cruzar la barrera de la Ciudad de Arena, sacó un teléfono del bolsillo y mandó un mensaje a Mer diciéndole que la esperaba dentro de hora y media en la frontera, para que pudiera pasar.

Cuando le hubo contestado, volvió a entrar en la ciudad y se sentó en un banco, intentando ordenar sus pensamientos y decidir qué es lo que iba a decirles exactamente. En el intento, Lía frunció el ceño y acto seguido relajó la expresión, recordando las palabras de sus padres: «te saldrán arrugas pronto como no dejes de poner esa cara de malas pulgas a todas horas». Pero, al recordarlo, volvió a fruncirlo inconscientemente.

Lía vio como llegaba Merian, casi a la carrera, unos minutos más tarde de lo que habían quedado

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Lía vio como llegaba Merian, casi a la carrera, unos minutos más tarde de lo que habían quedado. Sonrió al verla llegar así, casi al borde de un ataque, pero tan preciosa como siempre, con su pelo del color de fuego y aquellos ojos verdes como el bosque más salvaje del mundo.

—¡Lo siento! Lo siento lo siento lo siento —dijo Mer atropelladamente— iba bien de tiempo, pero al venir hacia aquí he pasado por una tienda en la que, créeme, he visto los tacones más bonitos del mundo y...

Se hizo el silencio durante un segundo y ambas comenzaron a reír.

«¿Serán todos los terrenales así?». Ante este pensamiento Lía esbozó una sonrisa entre burlona y divertida de la que Merian se percató, pero ésta siguió riéndose —más bajito que antes— sin decir nada.

Atravesaron la barrera de la mano, y Lía se percató de que cuando fue a retirar la suya, Mer la apretó en un acto reflejo; se dio cuenta de que ninguna de las dos habría querido soltarse, y que probablemente Mer hubiera interpretado que Lía no sentía nada.

«Pero de momento es mejor así. Solo de momento».

Cuando entraron en el Café, Lía se encontró a Lairon sentado en la mesa que hacía años, antes de que él la dejase de hablar –ahora ya sabía la razón–, había sido su preferida.

Los ojos del BosqueWhere stories live. Discover now