XIII. Día de las sorpresas

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—Evie—

Evie terminó de cocinar y se dirigió a su jardín con la comida y un vaso de agua. Hacía un día estupendo.

Se sentó y admiró la arena del suelo: nunca le dejaban de maravillar los colores y destellos que se movían en ella por la noche... Era una auténtica pena que durante el día no pudieran apreciarse apenas. Enterró sus pies descalzos, sonriendo al notar cómo su cuerpo absorbía la energía, pero aun así no pudo evitar tener un mal presentimiento al recordar todo lo que había descubierto junto a Erik el día anterior.

En un principio, aquella tarde iban a quedar para contárselo casi todo al resto –Evie no pensaba romper su promesa con Luca–, pero finalmente lo habían pospuesto a otro día porque Neil y Mikael se habían ido a pasar el día juntos, y Lía simplemente había dicho que no podía, sin dar detalles, lo cuál había dejado bastante extrañada a Evie ya que le había notado algo nerviosa. En cualquier caso, eso solo dejaba libres a David y a Alexander, razón por la que habían decidido que era mejor contárselo a todos a la vez en otra ocasión.

Esto para Evie suponía que contaba con todo el día para ella misma, lo cuál le parecía fantástico. Realmente no hacía mucho que había podido disfrutar de un día así pero no le importaba para nada repetir el plan, aunque esta vez se quedaría en la Ciudad de Arena.

Dicho y hecho, conforme terminó de comer, se dirigió a la cafetería a tomarse un buen capuchino. Llevaba días sin ir por culpa de aquella escena que había vivido hacía poco con Merian, Erik y Lía, pero lo pasado pasado estaba. No podía dejar de ir a la única cafetería que había por algo tan absurdo.

Llegó y para su agradable sorpresa el lugar estaba prácticamente vacío: solo había un par de chavales en una mesa y una señora leyendo un libro en otra. Pidió su café mientras elegía dónde iba a sentarse, y finalmente se puso en una mesa que no estaba ni muy lejos de la barra ni de la puerta.

Se había llevado una revista para leer, pero al cabo de unos minutos empezó a echar de menos su teléfono móvil. Lo tenía allí, en la Ciudad de Arena, pero la cobertura y el internet no llegaban, así que era lo mismo que tener un pisapapeles. No solía echarlo en falta casi nunca pero en aquellas ocasiones en las que estaba sola y quería pasar el rato tranquilamente le hubiera gustado poder cotillear un poco su Instagram; no tenía demasiados amigos, pero siempre encontraba vídeos sobre gatos haciendo «cosas de gatos» que le hacían reír.

«En fin, tendré que conformarme con la revista» —pensó mientras le daba otro sorbito a su capuchino tamaño XXL.

—Porfi, porfi, porfaaaa...

Evie no levantó la cabeza, ni siquiera reaccionó, pero reconoció perfectamente esa voz... Aunque cuando aún eran amigas –o eso había creído– nunca usara ese tono tan agudo y ridículo. Tuvo que reprimir una arcada al pensar en lo retorcida y mentirosa que podía llegar a ser la gente.

—Anda, mira —dijo esa misma voz chirriante a pocos pasos de ella—. ¡Hola, Evie! ¿Qué tal estás?

Evie tardó varios segundos en levantar la cabeza: los aprovechó para respirar profundamente y armarse de paciencia.

—Hola, Emma. Si me disculpas, estoy leyendo —le contestó intentando que no se notara demasiado la rabia en su voz.

—Ah, ya. Te dejo que sigas leyendo sola —remarcó esta última palabra antes de girarse y volver hacia la barra —Evie tuvo que reprimir las ganas de levantarse y tirarle de los pelos... O de volver a lanzarle una llamarada.

La siguió con los ojos para ver con quién estaba, aunque en el fondo realmente ya lo sabía: Gael.

El chico sonrió cuando Emma regresó a su lado, aunque la sanadora se dio cuenta de que ya no la miraba con el mismo interés que había visto en sus ojos al poco de haberle borrado la memoria. Recordó cómo le habían contado que Gael había rechazado en el pasado a Emma antes de que ella empezara su «show de corderito degollado» para volver a intentar atraer su atención, y sonrió: con un poco de suerte, Gael estaba llegando nuevamente al punto en el que se daba cuenta de que no tenía interés por ella.

Los ojos del BosqueWhere stories live. Discover now