XXX. Ciudad en llamas -Parte 4-

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Evie y los demás respiraron profundamente relajándose tras la marcha de Sheol, pero el descanso duró poco. No había pasado ni siquiera un minuto de su marcha cuando un nuevo grito del fénix les alertó a todos: la sanadora tuvo miedo cuando vio aparecer desde todas las esquinas diferentes grupos de fernos, caevernos y varios demonios con forma de pájaro –aunque casi tan grandes como los propios fernos– que todavía no había visto nunca. Los observó con terror y en cada uno de ellos contó dos picos, tres patas y los ya habituales tres ojos que tenían los demonios. Todos ellos eran de un verde oscuro grisáceo a excepción de sus picos, cuyos colores iban de un marrón oscuro a un tono ocre apagado en la punta.

Kirros —siseó Jeong—. Hacía años que no veía ninguno —comentó con tono amargo. Evie entendió por su tono y expresión que esos demonios iban a darles bastante más trabajo que los demás... Cosa que ya pintaba mal de por sí.

Pero el pánico se apoderó de ella por completo cuando vio llegar a lo que de lejos podría haber parecido simplemente un hombre muy alto y grande, e Evie deseó que hubiera sido así. Pero sus escamas grises y rojizas junto a sus enormes garras, dientes y sus tres ojos no dejaban lugar a dudas: era un demonio antiguo.

—Tenemos que correr —dijo Evie con voz temblorosa.

Miraron a su alrededor, pero estaban completamente rodeados. Sheol se había marchado diciendo que dejaría que Evie pensara en su propuesta y que no quería matarla delante de su hermano Nirel, y, sin embargo, así estaban las cosas. Aquello no era casualidad: era una emboscada en toda regla.

Evie levantó y sostuvo frente a ella con fuerza el cuchillo que había cogido de casa intentando parecer fuerte, pero sus manos temblaban más de lo que podía controlar y sabía que no engañaría a nadie. Estaba completamente aterrada.

Pensó en Gael y una punzada de dolor le atravesó el corazón; en el momento que aquella guerra había comenzado supo que las cosas no serían fáciles y que el riesgo era enorme, pero en el fondo nunca había llegado a plantear la muerte como algo real. Ahora en cambio estaba empezando a ser consciente de que era muy probable que no salieran de allí y de que no volvería a verle.

A pesar de todo se sorprendió a sí misma cuando descubrió que no sentía rabia sino paz en lo que a Gael se refería; había hecho todo lo mejor que había podido, siempre siguiendo su corazón, y no se arrepentía de nada. El tiempo que había vivido como terrenal había sido bastante desastroso en muchos sentidos, pero solo por haberle conocido había merecido la pena. Haberle amado había sido lo mejor de su vida.

El grito de rabia de Jeong y los de miedo de varios de sus acompañantes hicieron que saliera de sus pensamientos y volviera a concentrarse en el momento; un grupo de tres fernos habían sido los primeros en atacar. Lairon había levantado un muro de gruesas enredaderas alrededor de Merian, sus padres y los de la propia Evie, pero aquello solo serviría para retrasar –y no mucho– lo inevitable.

Mientras Jeong se defendía como podía de los fernos, Evie oyó que un helicóptero se acercaba rápidamente. A los pocos segundos lo vio cruzar la esquina de uno de los edificios que los rodeaban, y desde una de las puertas traseras se asomó un soldado con una especie de metralleta fija y comenzó a disparar a los demonios. Lairon se apartó y se arrinconó junto a la barrera de plantas que él mismo había creado para evitar las balas y se tapó los oídos; si para Evie, que conocía y sabía perfectamente qué eran las armas terrenales y el ruido que hacían, resultaba insoportable, para un solar tenía que ser todavía más horrible. Ella por su parte corrió hacia el fénix –Nirel–, y al no poder tocarlo se puso delante y levantó los brazos intentando mostrar a los soldados que él no suponía un peligro. Al fin y al cabo, para los tripulantes del helicóptero el fénix sería como una diana gigante a la que intentar disparar. La luz y el fuego de su cuerpo le hacían brillar con intensidad y no podría pasar desapercibido. Jeong por su parte, que por fortuna ya había acabado con los fernos, se agachó y se tapó con el escudo, aunque Evie dudaba de que aquél objeto pudiera parar las balas.

Los ojos del BosqueOnde as histórias ganham vida. Descobre agora