XXII. Segunda primera vez

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—¿Puedes ayudarme a reclinarme sobre el cabecero? —pidió Evie tras varios minutos en silencio. Aquello ya era incómodo de por sí, pero que ella estuviera tumbada y el chico sentado lo hacía peor. Si iban a hablar –aunque a ese paso parecía que no fueran a hacerlo nunca– ella quería que fuera cara a cara.

El chico se levantó, puso una mano bajo su nuca y la otra la pasó por su espalda; Evie se estremeció con el contacto. Gael la levantó suavemente, la dejó apoyada contra el cabecero, cogió una almohada y la colocó tras ellas con cuidado.

Evie tuvo que apartar la mirada para que el chico no viera que aquél gesto la había dejado entre avergonzada y triste. Echaba de menos los breves días que habían pasado juntos donde Gael siempre se preocupaba de aquella forma tan cariñosa con ella.

Pasaron más minutos sin decir nada. El chico no decía nada y jugueteaba nervioso con sus dedos.

—Bueno, y, ¿de qué querías hablar? —dijo finalmente Evie. No aguantaba más aquél silencio.

Gael pareció sorprenderse y se recolocó en la silla un par de veces.

—Yo... Eh... Bueno, lo que quería decirte es que... Gracias. Muchas gracias por salvarme la vida. Siento que hayas perdido tu poder —dijo él mirando hacia todos lados menos hacia la chica.

Evie torció el gesto. ¿Eso era todo lo que quería hablar con ella?

—No hay de qué —se limitó a contestar—. ¿Era eso lo que querías decirme?

—Eh... Sí —dijo el chico mientras se levantaba—. Te dejo descansar.

Evie miró con decepción a Gael, que casi pareció correr para alejarse de allí. Nuevamente se había hecho ilusiones para nada.

Entonces, el guardián paró en seco, giró sobre sus pies y empezó a volver junto a Evie a la misma velocidad a la que se había alejado.

—No, no es todo —dijo él mientras se sentaba de nuevo en la silla. Parecía nervioso—. No sé cómo... No sé bien... No sé qué me pasa ni sé explicarlo —dijo al fin. Evie se limitó a mirarlo y a esperar a que dijera algo más. No quería meterle prisa—. Cuando Mikael me borró la memoria, yo me desperté como si nada. Para mí no había pasado el tiempo. Pero de repente todos parecían más mayores y habían cambiado. Yo mismo me miraba al espejo y no me reconocía del todo; era yo pero a la vez no. Fueron unos días caóticos —Gael decía las cosas atropelladamente—. La gente me miraba casi con pena y con miedo de que fuese a volverme loco, o algo parecido. Mis amigos y familia me lo explicaron innumerables veces, pero ¿tú sabes lo difícil que fue? Imagínate que ahora te duermes y al levantarte vienen a decirte que han pasado cuatro años, y que en ese tiempo has hecho cosas que ahora no puedes siquiera concebir —suspiró profundamente—. Imagínate qué es que te digan que estabas enamorado de alguien a quien no conoces —terminó con un hilo de voz. Miró a Evie, y la chica reprimió las ganas de abrazarlo.

—Lo siento, Gael —dijo ella tras un largo silencio—. Sabía que había sido difícil, pero supongo que no era consciente de hasta qué punto.

—¿Puedes imaginarte lo que es estar saliendo con alguien, aunque no estés muy convencido de ello —Evie supo que se refería a Emma—, y que de repente te digan que ya tomaste la decisión de dejarla hace años? Y no solo eso, sino que también te digan que tu lugar está con una chica a la que solo has visto un par de veces, y una de ellas te haya lanzado una llamarada furibunda. Es de locos —terminó él.

Evie agachó la cabeza sin saber muy bien qué decir.

—Pero lo peor de todo —siguió diciendo el chico— no era durante el día, sino durante la noche— Evie enarcó una ceja sin saber a qué se refería—. No puedo enumerar todas las veces que he soñado con situaciones y conversaciones que parecían demasiado reales para ser sueños. En los sueños, cuando te despiertas y aún estás medio dormido, puedes incluso controlarlos hasta cierto punto a tu antojo, ¿verdad? —Evie asintió, sin saber muy bien a dónde quería llegar—. Pues la mayoría de veces yo no podía. Mikael dice que es imposible, pero te aseguro que no era como estar soñando sino que era como si estuviera reviviendo algo que no recordaba. Y en esa especie de sueños... te vi. Muchas veces. Te vi en aquél parque, sola, triste. Y el «yo» de mis sueños tenía ganas de acercarse para ver qué te ocurría. Pero no podía, porque creía que tú eras una terrenal más, y habría quebrantado las normas de hacerlo... Estuve soñando con esto todas las noches durante demasiado tiempo —parecía angustiado. Hizo una pausa, como si estuviera ordenando sus pensamientos, y su expresión se relajó—. Pero hace un par de semanas los sueños cambiaron; el otro Gael descubrió que eras una solar y finalmente llegó a conocerte. Me sentía feliz, pero luego me despertaba y la ansiedad me engullía, como si mi otro yo gritase dentro de mí. Sentía que me faltaba algo. Sin embargo durante el día yo seguía cerca de Emma, aunque cada vez menos seguro de por qué. Cada minuto que pasaba dudaba más. Así que un día, cuando te vi allí en un banco, durmiendo, tuve que acercarme. Y te lo intenté explicar a pesar de que tú no podías oírme porque necesitaba decírselo a alguien, necesitaba decirlo en voz alta. Creía que iba a volverme loco de remate...

Evie abrió mucho los ojos. Aquél día que se había quedado dormida en el parque, cuando creyó soñar con Gael, había sido real. No se había imaginado aquellas palabras.

—Realmente, sí que te escuché —dijo ella, tímida—. Yo creía que había sido un sueño, o mi imaginación... Ahora veo que no.

Gael la miró boquiabierto durante un instante, y luego bajó la mirada hacia sus manos. Se había puesto completamente rojo.

—No sé muy bien qué hacer con esto que siento —dijo él tras un largo silencio—. Es como estar enamorado de un espejismo... Aunque he de decir que lo poco que he visto fuera de los sueños de ti me gusta... Eres realmente asombrosa —terminó bajando la voz hasta el punto de que Evie tuvo que esforzarse por escucharle.

«Espera. Espera un segundo...»

—Qué... ¿qué acabas de decir? —preguntó Evie, atónita. Gael pareció darse cuenta de repente de lo que había dicho y se intentó tapar la cara con una mano, avergonzado—. ¿Has dicho que estás enamorado? —la chica remarcó la última palabra.

Gael parecía estar a punto de un ataque de nervios. Al fin y al cabo, nunca había sido demasiado bueno con la gente ni tampoco expresándose, y soltar todo aquello debía haberle costado muchísimo.

Evie quiso levantarse pero el dolor se lo impidió, así que estiró la mano y agarró la camiseta del chico, quien abrió mucho los ojos, sorprendido. Con toda la fuerza que tenía –que no era demasiada– estiró de ella y lo empujó contra la cama, haciendo que el chico perdiera el equilibrio y tuviera que apoyar una rodilla sobre el colchón para no caerse, y sus manos aterrizaron a ambos lados de Evie. Ella ignoró el daño que le produjo moverse hasta eliminar la breve distancia que los separaba, y lo besó.

Notó que Gael se tensaba de la sorpresa, pero al cabo de unos instantes se dejó llevar. El chico apoyó una mano sobre su nuca, y ella no pudo evitar recordar su primer beso. A decir verdad, aquél podría considerarse su «segundo primer beso». Evie se sentía feliz, y aquello le pareció dulce, mucho más que cualquier otro momento que hubieran compartido. Le gustaba, no le parecía algo nuevo, pero a la vez era como estar besando a otra persona. Recordó que, al fin y al cabo, estaba besando a un Gael con mucha menos experiencia –en todos los aspectos– y más joven.

El chico pareció impacientarse, y su beso se volvió más feroz. Evie se sentía igual puesto que llevaba demasiado tiempo soñando con aquello, pero el estado en el que se encontraba le impedía dejarse llevar por completo: el dolor seguía allí, haciendo que tuviera que reprimirse. Estaba a punto de separarse de él –muy a su pesar– porque ya no podía más; estaba muy débil para tanta acción. Pero no hizo falta hacer nada.

—Evie, cuando puedas, me han pedido que... —Gael se separó de Evie de un salto, aturdido, y la chica miró a un ruborizado Neil que se había quedado parado a unos pasos de ellos—. ¡Ay! ¡No! ¡Ay! —gritó él tapándose la cara con las manos— ¡Lo siento! ¡No he visto nada! ¡Ya me voy! —gritó mientras volvía a desaparecer tras los biombos que había colocado para dar privacidad a la cama de Evie. Al fin y al cabo, estaba en medio del salón principal de la Casa del Norte. Habría sido un poco feo que la dejaran allí durante casi una semana a la vista de cualquiera que entrase.

La sanadora miró a Gael, que se había sentado en la silla de nuevo y parecía estar absorto en sus pensamientos: se rozaba levemente los labios con las yemas de los dedos y aparentaba estar entre sorprendido y nervioso.

—¿Estás bien? —preguntó ella cogiéndole la otra mano.

El chico la miró todavía con aquella expresión de sorpresa, y parecía no saber qué decir. Ella aguardó, dándole tiempo para pensar, pero pasaron los segundos y seguía sin decir nada. Evie empezó a ponerse nerviosa. ¿Y si se arrepentía de aquello?

Los ojos del BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora