XXV. Déjà vu

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—Soy yo, sí. Siento haberte asustado —dijo Gael—. ¿Puedo pasar?

—Claro, sí. Entra —respondió Evie mientras se acomodaba sobre la manta. Cruzó las piernas a lo indio y esperó a que el chico llegara a su lado, pero cuando lo hizo simplemente se quedó allí de pie, mirándola—. ¿Te apetece sentarte aquí? ¿O te saco una silla? —preguntó ella sin saber muy bien qué decir o hacer.

—No, no. Aquí está bien, gracias —respondió mientras se sentaba a su lado, pero no tan cerca como ella hubiera querido. Evie torció levemente el gesto.

—¿Qué tal estás? —preguntó él tras unos segundos en silencio.

—Bueno... He estado mejor —dijo ella con una media sonrisa—. Pero al menos ya no me duele todo el cuerpo... ¿Puedo preguntarte por qué no has venido antes? —soltó ella sin rodeos poniéndose más seria.

—Creo que ya lo has hecho —Gael rio suavemente—. Pero sí, puedes, y quiero contestarte. De hecho, en parte es a eso a lo que he venido, aunque siento que haya sido tan tarde. Quiero hablar contigo —Evie se tensó, pero no dijo nada—. Llevo unos días dándole muchas vueltas... Y, bueno... En realidad me da mucha vergüenza —Gael se aclaró varias veces la garganta y parecía estar buscando sus próximas palabras.

A pesar de que apenas había luz, Evie se fijó en que el chico se había puesto completamente rojo una vez más. El Gael que ella había conocido era tímido, pero desde luego éste otro lo era aún más.

De pronto Gael fijó su atención en algo y frunció el ceño, confundiendo a Evie.

—Sé qué son los cascos pero... ¿Qué es eso? —dijo señalando el discman. El chico parecía casi asustado, e Evie se echó a reír.

—No te preocupes, no va a atacarte —dijo todavía entre risas—. Se llama discman. Es de cuando yo era pequeña, hoy en día la tecnología ha avanzado mucho y hay mejores formas para hacerlo, pero es la única que funciona aquí: sirve para escuchar música.

Gael abrió la boca ligeramente y asintió; parecía asombrado.

—¿Puedo probarlo?

—Claro —dijo ella con una sonrisa.

El chico se puso los cascos y se quedó quieto, así que Evie estiró el brazo y pulsó «play». Gael se sorprendió.

—¡VAYA! —dijo él gritando un poco por culpa de los cascos—. ¿QUÉ TIPO DE MÚSICA ES ESTA?

—¡Shhh! —chistó Evie mientras le hacía un gesto con los dedos para que bajara la voz. Era muy tarde, y a pesar de que no tenía vecinos muy cerca, a esas horas se oía todo y lo último que quería era despertar a alguien—. Es «trance». No es un estilo muy popular, pero a mí siempre me ha gustado...

—¡Me gusta! —volvió a decir él gritando, aunque esta vez algo menos.

Evie contempló al chico durante un buen rato sin decir nada, mientras él movía la cabeza al ritmo de la música con los ojos cerrados. Desde luego parecía gustarle de verdad.

Se fijó en la forma de su mandíbula, en la forma de sus labios, en los tatuajes que asomaban por su camisa y subían por su cuello... Le quería por cómo era, pero Evie no podía evitar estremecerse cada vez que se paraba a admirar lo guapo que era. Resultaba muy varonil y atractivo, y aunque realmente Gael era un «trozo de pan», tenía un toque de chico malo que le encantaba. Observó también sus manos, grandes y fuertes, y siguió con la mirada sus tatuajes desde las muñecas hacia sus musculosos brazos, pasando hacia su fuerte torso...

—¿Hola? —dijo el chico sobresaltando a Evie. Se había quedado tan embelesada mirando su cuerpo que ni siquiera se había dado cuenta de que se había echado los cascos hacia atrás y la miraba fijamente. Tenía una expresión divertida: no había ninguna duda de que la había pillado in fraganti.

Los ojos del BosqueWhere stories live. Discover now