Un breve resumen de la vida de los Murphy

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Desde pequeño me había encantado escribir. Miles de historias fantásticas nublaban mi realidad, mi dedo, normalmente, se deslizaba por las ventanas traseras del vehículo de mi madre y dibujaba monigotes con el vaho que se quedaba impregnado en el cristal por la culpa del frío, tratando de evadirme de lo que ocurría a mi alrededor; Gritos, llantos y centenares de insultos que usualmente se evaporaban en el aire junto a los rostros furiosos de mis padres. Aquellos dos pasatiempos me habían acompañado la mayor parte de mi vida, puesto que nacer el primero de mis hermanos provocó que no tuviera otro lugar en el que acallar mis problemas. Poco sabía que, junto a las continuas disputas de mis padres, nacerían cinco Murphys nuevos.

Sí, aún, a mis veintiún años, no llego a comprender cómo ni por qué decidieron seguir alargando su árbol genealógico cuando ni ellos se podían mantener a si mismos. Aún así, en escasos años, los cinco hermanos Murphy nos reunimos en una familia un tanto desestructurada. Y, tal y como llegamos al mundo: vulnerables, asustados y sin comprender absolutamente una mierda, la muerte de mi padre nos golpeó más fuerte que mi hermano Finn al saco de boxeo que escondía en nuestro revuelto sótano. 

Fueron días complicados. Y no porque alguno de nosotros amasemos a mi padre.

Por aquel entonces yo ya había cumplido dieciocho años, había dejado el instituto para ayudar económicamente en casa y me encargaba de cuidar y criar a mis hermanos como podía. Actuaba como si fuera un adulto completo, sin embargo, seguía siendo un crío que, desgraciadamente, debía hacerme cargo de lo que un día mis padres decidieron crear.

Para vuestra información no hubo ningún funeral, ningún cadáver y ni un lamento. Por el contrario, una extraña tranquilidad se cernió sobre nuestro hogar, la policía nos avisó de que se había prendido fuego a si mismo en una gasolinera y, aunque tuve que taparle los inocente oídos a la pequeña de la familia, Daisy, nos miramos como si hubiéramos recibido una noticia de lo más común.

Podéis haceros a la idea de que ninguno de nosotros éramos muy unidos a nuestro padre y con mi madre tampoco existía mucha  diferencia. Apenas sabíamos de ella, pues su vida se resumía en salir y entrar en centros de desintoxicación, volver a drogarse y robarme el poco dinero que conseguía en la tienda de música en la que trabajaba.

Yo había aprendido a no esperar nada de ellos desde que tenía uso de razón y la muerte de mi padre solo fue un alivio al que aferrarme. Él no se diferenciaba demasiado de mamá, se drogaba tanto o más que ella y tenía los peores ataques de ira del mundo. Al parecer, lo había heredado de mi abuelo, podía verlo en sus ojos cuando me golpeaba hasta que conseguía hacerme sangrar o llorar, él se asustaba mucho cuando esto ocurría y su ira se transformaba en un arrepentimiento intenso que lo hacía desaparecer durante semanas.

A mi me daba mucha vergüenza que mis hermanos me vieran tirado en el suelo, suplicándome a mi mismo dejar de sollozar, y deseaba tener la valentía de Finn, el segundo de sus hijos, quien, con quince años, le gritaba que lo golpease más fuerte.

—¡No me haces daño! —Solía exclamar entre risas.

Yo, por el contrario, trataba de alejarlo de él, aterrorizado por la creciente rabia del adulto y recibía algún que otro codazo de ambas partes. Finn, horas más tarde, acababa de la misma forma que yo: tirado en la vieja alfombra del salón y con la mirada totalmente perdida. A veces, el más frío de los hermanos, me permitía hincar las rodillas a su lado y acunarle la cabeza en mis muslos.

—Finn, no lo retes más...

El silencio me respondía por él.

Como os dije en un principio, a mi siempre me había gustado escribir. Los protagonistas de mis relatos solían ser mis hermanos y en cada uno de los finales, los imaginaba felices, sin miedo, cumpliendo todos sus sueños.

Finn se convertía en el boxeador más famoso del planeta.

Neil se graduaba de la universidad y conseguía ser médico.

Daisy se convertía en una mujer totalmente independiente.

Y yo... Bueno, yo publicaba mi primer libro, rodeado por cada uno de ellos.

Cada uno éramos muy diferentes, sin embargo, solo nos teníamos a nosotros mismos y, tal vez, fue esta la razón por la que conseguimos salir a delante, sin que nuestro origen nos tirase al abismo.

Y el final del verano llegó y, junto al otoño, una mezcla de emociones y experiencias nuevas nos golpeó a cada uno de formas distintas.

El amor.

El inicio de la adolescencia.

Crecer.

Madurar.

Superarse.

Papá murió, mamá se dejaba ver en ocasiones y nosotros seguimos nuestras vidas como pudimos.

¿Estás preparado para conocernos más profundamente?

Los hermanos MurphyWhere stories live. Discover now