Capítulo 8: Ojalá, algún día.

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¡Holi, lectores! Aquí arriba os he dejado un dibujito de Finn que me ha hecho muy ilusión. Lo ha hecho Eclipsa_96💗. ¡Tiene un talento gigantesco! Muchísimas gracias. ✨

Finn Murphy

Mi rutina es simple y estructurada. Me despierto a las siete de la mañana, me visto con ropa cómoda de trabajo, desayuno rodeado por mis inquietos hermanos, quienes también deben ir a sus respectivas responsabilidades, subo en el primer autobús que me lleve a la obra correspondiente del día. Levanto ladrillos, sudo, taladro y, cuando llega la hora del almuerzo, camino junto a los demás trabajadores hacia cualquier restaurante cercano.

Siempre pido lo mismo: café con leche, huevos revueltos y alubias. Ellos, en cambio, pasan minutos examinando la carta, probablemente tratando de hacer algún cambio en sus rutinas. Comemos entre el sonido de choques de platos, el chirrido de la cafetera y las risas de los comensales que también salen de sus trabajos, y una vez que tenemos el estómago lleno y feliz, regresamos a nuestros puestos de trabajo.

Cuando regreso a casa, ya está atardeciendo y solo está Neil, quien se pasa la tarde pegado a sus apuntes, dando alguna clase particular o con los mellizos tirados en nuestra alfombra. Daisy llega poco tiempo después, vestida con el chándal de su equipo de atletismo y casi tan sudorosa como yo. Nos turnamos para la ducha. Me aseo y me visto con ropa cómoda, preparo el macuto de entreno y vuelvo a subir al autobús para dirigirme al club.

Gwen suele acompañarme en el camino los martes y los jueves, pues asiste a un club de lectura a las afueras del pueblo. Normalmente, cuando ella está el trayecto es mucho más ameno. Gwendoline siempre está hablando de todo, libros, películas, música y muy pocas veces se queda callada. Ella es así, un alma nerviosa y curiosa que contagia la pasión por saber más. En la adolescencia, no podía evitar maravillarme con el entusiasmo de su expresión cada vez que le preguntaba que libro estaba leyendo y, aunque no le prestaba demasiada atención, Neil nos observaba desde la lejanía con una mirada indescifrable.

Decidí dejar de hacerlo tiempo después, más concretamente, una de las noches que mamá regresó.

Neil había estado tan nervioso y angustiado que pasó toda la noche con la luz encendida tras la cortina que separaba ambos lados de nuestra habitación. Mi hermano pensaba que no podía oírlo, pero se despertaba de sus pesadillas entre jadeos angustiados y sollozos desgarradores que provocaron que varias ocasiones me sentase al borde de la cama, dispuesto a alejar la tela que lo ocultaba de mi y tumbarme a su lado para protegerle, sin embargo, siempre había una barrera que me lo impedía. Un extraño sentimiento que nos unía y a la vez nos alejaba.

Debilidad y respeto.

Valentía y miedo.

No llegué a abrazarle, pues, en el instante que conseguí ponerme de pie para ello, escuché un pequeño golpecito en la ventana. Volví a sentarme en la cama y la escuché:

—¿Puedo dormir aquí?

Neil no contestó, por el contrario, observé la forma de su figura, contrastada por la luz y la cortina, levantar su manta y acomodarla entre sus brazos. Se quedaron callados por unos segundos, pero no faltó mucho tiempo para que Gwendoline volviera a hablar.

—No voy a permitir que te haga daño, nunca más. Te lo prometo.

Sonreí ladinamente con el corazón estremecido y un amargo sabor de boca. Gwen no sabía lo que estaba prometiendo, ella no era capaz de evitar que mamá hiciera de las suyas, dejar atrás el daño que nos producía su retorno, su mirada, sus palabras... No obstante, su promesa hizo que Neil se calmase un poco.

Los hermanos MurphyWhere stories live. Discover now