Capítulo 6: porque eres mi mejor amiga.

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Neil Murphy

Gwendoline, Louis y yo hemos sido mejores amigos desde que íbamos a la escuela infantil. Al parecer nuestro destino había decidido unirnos desde que, prácticamente, éramos unos bebés y, desde entonces, compartíamos la vida sin importarnos nada más que nuestra amistad. Nos gustaban las mismas cosas: leer, videojuegos, comics, películas de terror... Y nunca nos cansábamos de nuestra compañía. 

Yo siempre había sido un niño muy tímido, me costaba socializar y prefería no destacar mucho. En la escuela, muchos de mis compañeros no querían acercarse a mí por ello y me dolía bastante experimentar el rechazo de los demás. Los niños son muy crueles, pues no tienen ningún tipo de filtro y, mientras que ellos se compraban deportivas especiales para jugar al fútbol, se burlaban de que Louis me prestaba las suyas para que yo también pudiera acompañarlos. Sabía que no les caía bien y no podía dudarlo, ya que me lo demostraban de una forma u otra. Sin embargo, los mellizos jamás me dejaron de lado y le restaban importancia a todo lo que me preocupaba. 

Si los demás me excluían, ellos no me dejaban solo. 

Si se reían de mí, los espantaban. 

Si no me escuchaban, se preocupaban por conocer mi opinión.

Si no me querían... Ellos lo hacían. 

Por estos motivos, el simple hecho de pensar que puedo perderlos me asusta. 

Soy consciente de que poseo una profunda dependencia emocional, pero mi mayor miedo es quedarme totalmente solo. La soledad es terrorífica, un oscuro estado que te engulle y no te deja respirar bien. No puedo permitirme perderlo todo, porque odiaría estar a solas conmigo mismo por el resto de mi vida.

Mamá solía asegurarme que pronto acabaría como ella: solo en un mundo atestado de personas. No quería creerle, sin embargo, conforme el tiempo ha transcurrido, he notado como esas mismas palabras han atravesado la armadura de mi más profundo yo y la frase aparece en mi mente cada vez que algún pequeño cambio ocurre en mi vida. 

La ansiedad se adueña de mí si mi rutina se ve interrumpida por el más mínimo imprevisto. Necesito tenerlo todo bajo control, seguir a rajatabla un horario y que cada una de mis pertenencias estén en su lugar correcto. Así, tal vez, sé que nada va a descontrolarse hasta el punto de acabar como mamá.

 A mis hermanos les parece exagerado que sea tan cuadriculado y, en ocasiones, se enfadan porque mi estrés acaba salpicándoles. En el momento no me doy cuenta y acabo sintiéndome muy culpable por pagar con ellos la herida de mi interior. 

No soy una persona fácil. Me cuesta abrirme, actuar con naturalidad, entender sentimientos o ser flexible con los demás y, por ello, Gwendoline revolvió mis esquemas en el instante que nuestras miradas inocentes y aniñadas se entrelazaron por primera vez a través de la ventana de nuestras respectivas habitaciones. 

Ella es todo lo contrario a mí. 

Si a mi me gusta la tranquilidad del mar, ella adora surfear las olas. Si yo prefiero ser un escritor, Gwen se transforma en el personaje que acepta todas las aventuras. Y si el orden es la única forma de mantenerme tranquilo, sensato y con los pies en la tierra, la pelirroja se esfuerza por enseñarme lo fascinante que es salir de la zona de confort de vez en cuando (siempre respetando mis límites, claro).

Gwen detesta la calma y a mi me asusta acabar siendo un estorbo en su vida. 

 Y si eso ocurriese, sus ojos verdes, los cuales estoy admirando como si en ellos se reflejase el mismísimo infinito, se desvanecerían de mi lado para siempre. 

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