Wicked Game [PGP2024]

Prólogo.

»The world was on fire and no one could save me but you
It's strange what desire will make foolish people do.
No, I don't wanna fall in love (this world is only gonna break your heart)
With you.«
Wicked Game. Chris Isaak.

¿Te arrepientes de algo cuando miras al pasado?

Aemond sí, de algunas cosas. De varias cosas. Quizás de haber hecho cosas en el pasado en ese instante no estaría como lo está. Pero no puede decir que no le guste su vida actual. La adrenalina, los gritos, el silencio, la bolsa pesada, su hermano dando indicaciones.

Adoraba esa sensación.

—¡Aemond, vamos!

Y se iban.

Con tres bolsos rebosantes en billetes, toda la gente en un silencio sepulcral y la policía sin una idea de lo que acaba de suceder. Así era eso. Así eran ellos. De eso vivían y para eso vivían.

Montaban sus respectivos vehículos, aceleraban y se introducían en las calles más oscuras y desconocidas existentes.

Aegon lanzó puñetazos al aire y un grito eufórico. Cole, a unos metros a sus espaldas, conducía junto con su botín. También lo escuchó carcajearse.

—¡Directo a la guarida, Cole! —ordenó, observando a Aegon acelerar y perderse en una de las calles. Su moto emitió un gruñido ruidoso.

Aemond hizo lo mismo, dejando a Criston con su botín. Mil veces lo habían hecho así y mil veces había funcionado. Su plan era infalible y perfeccionado a lo largo de los años. Nada nunca fallaba porque todo estaba calculado; desde la entrada al banco hasta el número de semáforos que habían. Así le gustaba a Aemond, y así lo prefería Aegon. Daeron en sus oídos no tenía quejas. Haelena prefería no opinar.

Un atraco limpio, libre de víctimas, sin apresados y sin peligros. Nada menos que el mejor.

Pero entonces Aemond se cuestiona. ¿Qué fue mal? ¿Dónde estuvo la falla? ¿Cuál fue el resultado equivocado en sus impecables cálculos?

Ellos llegaron y esperaron el reporte de Cole.

Pero el reporte jamás apareció, y las horas pasaban.

Lo primero que Aemond pensó fue que fueron traicionados. Tanto dinero corrompe a un hombre. Haelena fue la voz de la razón que les impidió lanzarse contra el hombre. Cole no los traicionaría, era fiel y recibía una buena paga. Luego creyeron que fue atrapado, sin embargo en las noticias solo había información del robo, nada de algún arresto.

¿Entonces qué?

La respuesta llegó de los propios labios de Cole, quien con la voz rota y rasposa notificó un robo.

—¡¿A quién mierda robaste, Cole?! —Aegon interrogó, casi gritando por el teléfono—. ¡Ya teníamos lo que necesitábamos!

—Yo no. . . —alegó, estaba en altavoz por lo que los cuatro podían escucharlo—. El bastardo apareció de la nada cuando estaba estacionando.

—¿Qué bastardo?

—El que me robó.

—¿Él que qué?

—Me robó —repitió. Ni Criston Cole se lo creía.

—¡¿Qué?!

—Yo qué mierda sé, iba con un casco y me golpeó antes de que pudiera sacar la pistola —Cole sonaba genuinamente enojado, su tono temblaba de coraje—. Te juro, Aemond, que me emboscó.

Aemond inspiró una vez, lento y profundo, obligándose a mantener la calma.

—¿Cuánto?

—¿Qué?

—¿Cuánto se llevó?

El silencio confirmó sus sospechas, sin embargo escucharlo terminó por afectar su juicio. Aemond se dio la vuelta y golpeó la pared más cercana, Aegon lanzó el celular y Haelena simplemente frotó el puente de su nariz. Daeron probablemente fue el más sereno, el chico simplemente se acercó a la computadora y comenzó a rebuscar en las cámaras. Eran suyas, después de todo, tenían acceso a ellas.

El video algo borroso de un chico en motocicleta asaltando a Cole quedó en evidencia. Aemond no se perdió ningún detalle; desde el casco negro cubriendo su rostro hasta la complexión delgada de quien adivinó, sería un adulto joven. Efectivamente iba en una moto, algo compacto y notablemente veloz. La patente iba cubierta.

»Hijo de puta listo.«

Nada identificable salvo un pequeño sticker de una aparente lagartija en uno de los costados del vehículo. Aemond adivinó que la figura en realidad era un dragón arruinado por lo muy pixeleada que estaba la imagen.

No necesitaba más.

La ciudad no era lo suficientemente grande como para impedirle atrapar a ese ladrón.