06. Adivina

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— Terminaré en un minuto — aseguró Sebastián.

Brianna asintió y mantuvo su mirada en su rostro mientras él se inclinaba sobre su brazo para sacar una por una las pequeñas piedras que se habían clavado entre la piel raspada y magullada con una cuchara que había lavado y un trozo de tela que también había lavado con insistencia. En voz baja había explicado que sería terrible una infección y debido a esto había visto heridas complicarse. Cada tanto le lanzaba miradas a su rostro como si esperara una reacción histérica de su parte pero aunque dolía con fuerza, Brianna estaba acostumbrada a peores y se lo dijo.

— De acuerdo — respondió aunque la mueca de sus labios le decía que dudaba de ella, guardó silencio por un rato más antes de mencionar — Tienes otra pregunta, lo puedo ver en todo tu rostro.

Brianna sonrió y por primera vez miró más allá de su cabeza oscura inclinada sobre ella, la cocina de su casa seguía siendo la misma desde hace quince años pero parecía mucho más pequeña en comparación con ese hombre enorme en ella.

— Sufro de curiosidad, ya te lo dije. Y parte de un defecto se perdona al admitirlo— esperó hasta que miró hacia arriba para continuar — ¿Me permites no solo hacerte una pregunta sino varias?

Sus cejas se arquearon y hubo un imperceptible tirón en la comisura de su boca, como si luchara con una sonrisa. Brianna se preguntó cuánto podía transformarse su rostro con una sonrisa, del tamaño que fuera, pero real. Asintió brevemente.

— ¿Eres obrero?

Observó cómo levantó una ceja, críticamente.

— ¿Me veo como un obrero, Brianna?

— Pues si, Sebastián — ella también alargó las sílabas de su nombre como él había hecho, burlonamente — Sino para que tendrías esos brazos enormes. Pero ya que evidentemente te ofende la idea, supongo que no. ¿Marinero, tal vez?

— No.

Inclinó su rostro mientras envolvía su brazo desde su muñeca hasta el codo con un trozo limpio de lino blanco, sus dedos de nuevo guardaban delicadeza y cuidado a pesar de la brutalidad de la apariencia.

— ¿Entonces... un mozo que entrena caballos? ¿O uno de esos hombres que hacen funcionar los molinos solo con sus músculos?

— Además de curiosidad debo acusarte de una encantadora imaginación, entonces — una vez terminado se levantó del banco que había ocupado pero mantuvo una de sus manos en la mesa justo al lado de ella, sus ojos se clavaron en los de ella y negó — No y no. ¿Tienes alguna otra suposición antes de que te diga a lo que realmente me dedico?

Brianna balanceó sus pies que no llegaban a tocar el suelo y entrecerró los ojos, manteniendo su mirada aunque se sentía increíblemente exaltada con ella encima.

— ¿Por qué creo que es totalmente opuesto a lo que yo pienso?

— Debes ser menos prejuiciosa — le aconsejó echándose para atrás y llevándose las manos a la espalda — Yo soy... — apretó sus labios unos segundos y compuso una sonrisa que tiró hacia arriba la esquina de su boca en un gesto puramente seductor y burlón. Las personas y especialmente este hombre, eran peligrosos cuando conocían perfectamente el poder que tenían al manipular su expresión para atrapar la atención — ¿No quieres seguir adivinando, Brie?

Ella parpadeó sintiendo como inconscientemente su boca se abrió y la saliva se acumuló en la esquina de esta, levantó una mano para frotar el cosquilleo en su clavícula y buscó en su mente palabras. Todas habían huido cuando lo escuchó llamarla así.

— ¿Granjero?

— No.

— ¿Boxeador, tal vez?

Él movió su cabeza de izquierda a derecha, sus hombros moviéndose como si estuviera retorciendo sus manos tras su espalda.

Amar al vizconde Where stories live. Discover now