10. Cena

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A Brianna siempre le había gustado la actividad, moverse de un lado a otro con trabajo a manos llenas por hacer, no había conocido ningún otro estado nunca en su vida. Siempre había algo por hacer y que nadie mas iba a hacer si ella no lo hacía.

Fue puramente circunstancial que escuchara a Sophie Morris, la camarera de la posada e hija de los dueños quejarse encarnecida porque la otra camarera no había llegado ese día, justo cuando por primera vez en años su posada estaba llena. Brianna había dado un paso al frente y le dijo que le ayudaría, la chica se había quedado congelada y luego la miró horrorizada pero Brianna rápidamente le explicó que ella también había sido camarera durante toda su vida y aunque fuera solo por una noche, necesitaba el empleo. Ella la llevó con la madre, quien era la que hacía malabares en la cocina y atendía las habitaciones ocupadas, la mujer no dudó demasiado y le dió su improvisado uniforme.

Así transcurrió el resto de la tarde y el inicio de la noche, llevó cubos de agua caliente por las escaleras que fueron una ironía cuando ella misma había tomado un baño al llegar que Molly debió acarrear, luego sirvió platos en el comedor de la cena, barrió y limpió. Cuando llegó al final de la noche Molly le aseguró que tendría al menos un par de monedas para mañana y le agradeció su ayuda, pero antes de que Brianna se alejara para tomar su cena la muchacha la detuvo con sus ojos grandes muy abiertos.

— Él sigue allí — susurró.

— ¿Quién?

— El vizconde — explicó, su voz elevándose y luego volviendo al susurro — En el comedor.

Brianna lo sabía, cada vez que entraba en la habitación sentía un cosquilleo en su nuca que bajaba por toda su columna porque él estaba allí. Una sensación que precedía a sentir punzadas en su estómago y un sonrojo devorara sus mejillas, intensificado por haber montado con él la mitad del día. Pero ella se había acostumbrado a suprimir sus emociones, a no sentir, y cualquier cosa que sintiera por él solo haría mal, especialmente después de lo que le había pedido.

— Creo que te está esperando — aseguró Molly.

Y podría estarlo, cuando se mantenía ocupada atendiendo las mesas había sentido su mirada intensa sobre ella, él ocupaba su silla en la esquina de la habitación como si presidiera la mesa principal de un banquete, con su mano extendida en el respaldo de una silla vacía e inclinaba su barbilla cada tanto casi como si considerara profundamente cada uno de sus pensamientos.

— Lo nuestro no es así — dijo Brianna.

La chica asintió luego de una pausa.

— Ya me lo dijiste.

— No quiero que tu madre piense mal.

Molly volvió a asentir, está vez con contundencia y seriedad en su juvenil rostro.

— Por supuesto, yo me aseguraré de que no lo haga.

Brianna sonrió, conmovida por la camaradería que empezaron a compartir fácilmente. Era gratificante sentir por primera vez en mucho tiempo la calidez de otra persona en un mismo nivel y sentido, creyó compartir eso con Sebastián pero muy rápido lo había perdido y luego del agotador día que había tenido Molly era una apaciguadora presencia. Además de que en las pocas horas que se conocían ya había compartido un par de confidencias.

Brianna balanceó su bandeja con agilidad en una mano mientras con la otra sacaba un pequeño papel doblado de su delantal y se lo dió a Molly.

— Como me pediste le di tu nota a Jeremiah cuando salí al patio.

— ¿Y? — miró con ansiedad el papel — ¿La rechazó?

— No. De hecho fue tan efusivo en su respuesta que mejor la escribí para ti.

Amar al vizconde Where stories live. Discover now