17. Lady Sutherland

142 25 0
                                    

— ¿Dónde estamos? — le susurró Brianna cuando el hombre que parecía un fantasma los hizo pasar a través de la puerta.

Brianna no sabía dónde mirar porque todo era fascinante, había estado en mansiones y casas lujosas pero nunca había entrado por la puerta principal o sido recibida por un mayordomo.

Porque ese hombre no podía no ser un mayordomo con su altura que su rígida y erguida postura alargaba aún más, el tono pálido de su piel casi pegada de sus afilados huesos además de su cabello rubio y lleno de canas. Lo único que lo destacaba como de este lado de los vivos era su pijama de alegres rombos rojos y verdes a juego con un gorro de dormir con borla.

El techo se extendía por tres pisos dándole una sensación de estar directamente debajo del cielo nocturno dónde no se iluminaba, las paredes y los pisos eran blancas con molduras en madera oscura y brillante en puertas, lo verdaderamente impresionante si Brianna tuviera que escoger algo eran la barandilla de la amplia escalera que enfrentaba la puerta era de de transparentes y brillantes cristales coronados con una línea dorada que Brianna no estaba segura fuera oro bruñido, todo era magnífico aún en la tenue luz.

— Cierto, discúlpame — Sebastián se volvió completamente hacia ella, sus ojos aún sonriendo por el momento que habían compartido afuera, Brianna solo lo miró un momento porque sus ojos estaban fijos en la lámpara de mil velas sobre sus cabezas — Brianna, te presento a Hughes. Hughes, ella es la señorita Brianna Smith.

Brianna cerró su boca y miró hacia el frente.

— Señorita, es un honor — el hombre se dobló en una respetuosa reverencia que la costumbre la hizo responder con una propia porque nunca había estado en ninguna posición por encima de un mayordomo.

— Señor Hughes.

Brianna se sintió diminuta.

— Estamos en Sutherland Manor, Brie — anunció Sebastián como tal cosa, como si estuvieran en una posada de paso cualquiera. Con las manos en las caderas indicó un par de puertas abiertas a su izquierda y derecha llamando su atención hacia los salones a ambos lados que parecían tan inmensas como todo, también señaló la amplia escalera que convergía hacia dos pasillos en el segundo piso y los balcones del mismo cristal ¿Cuántos pisos tendría? ¿Por qué no prestó atención afuera? — Mañana te mostraré todo, hay una biblioteca enorme que sé que te encantará y un invernadero...

— Sebastián — interrumpió Brianna pero incluso eso era lo incorrecto por decir.

Una plateada ceja del mayordomo salió disparada hacia arriba antes de que pudiera colocarse la máscara de impasibilidad requerida, también se aclaró la garganta y desvió la mirada pero no antes de que Brianna viera la crítica y juicio en él.

¿Quién en el mundo era está señorita para llamar al dueño de la casa por su nombre?, decía. ¿Quienes son sus padres? ¿Cuál es su educación? ¿Tiene alguna, incluso? ¡Dios nos libre! ¿Tiene piojos?

— Esto es una locura — Brianna se cubrió el rostro con una mano pero entonces sus gatos, notando el movimiento, se agitaron y comenzaron a chillar.

Esta vez el mayordomo no logró disfrazar el jadeo de sorpresa y la mirada fija en ella y el cesto, registrando cada una de las cabezas que se levantaban por el borde y soltaban maullidos que subían en volumen por momentos.

Esos definitivamente tienen piojos, decía el apretón amargo de sus labios.

— No debiste traerme aquí.

— Brianna, mírame.

Pero Brianna no podía mirar nada además del inminente desastre que estaba ocasionando en la alfombra con sus zapatos sucios, la apoplejia que estaba teniendo el mayordomo y como quería plegarse sobre si misma y desaparecer de pura humillación.

Amar al vizconde Where stories live. Discover now