38. Felicidad [final]

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No se casaron a la mañana siguiente pero Sebastián encontró la manera de conseguir licencia especial y un vicario que los casó el domingo, donde apesar de la premura todos asistieron. Los hombres a los que ahora libremente podía llamar sus amigos, Nate, Dremond, Saintnight y Vissher, además del señor Cameron con parte de su grupo de teatro, el doctor Lord Darvish también. Su madre y su prima habían estado en primera fila y se las había arreglado para decorar todo con heridas flores de lavanda, algunas otras damas muy amables, además de los invitados especiales.

Alex, Jack y Dhru. Aunque habían les habían hecho su ropa a la medida con elegantes trajes de dos piezas, camisas blancas y corbatas, se seguian viendo un poco salvajes e intrépidos mientras miraban a su alrededor con curiosidad. Brianna antes de despedirse había abierto sus brazos y los había envuelto a los tres a la vez en un sentido abrazo. Declarando que se veían muy guapos y estaría devastada una vez que crecieran.

Sebastián sonrió con indulgencia. Los tres parecían trillizos con su cabello y sus ojos verdes, con sus manos unidas y ellos, sin duda, amaban profundamente a su hermana.

Ellos se adelantaron y viajaron juntos hacia el norte donde se encontraba el condado Sutherland, ella antes de subir miró con vacilación el carruaje pero cualquier nerviosismos Sebastián lo desapareció al jalarla a su regazo y besarla con fuerza como había deseado tantas otras veces. Pero solo la besó y aunque quería meter sus manos debajo de su vestido se comportó y ella se durmió en sus brazos con una sonrisa suave.

Sebastián pensó en el único invitado indeseable que había tenido, Lady Houghton había llegado a mitad ceremonia con un velo y en silencio se había sentado en la última fila desapareciendo antes de que terminara, Sebastián lo había notado aunque no estaba seguro de que Brianna lo hubiera hecho. Ella le había contado en los días anteriores el verdadero porque de la aceptación de Lord Houghton y la presión porque consiguiera un marido rico, haciéndole prometer que aunque se casara con él y el conde pasaría a ser su suegro no le diera un solo centavo. Sebastián se lo prometió y no pudo sentirse más orgulloso de que aunque su corazón seguía siendo dulce y gentil, no iba a sacrificarse por un hombre tan egoísta y cretino.

Su abuela, por otro lado, apesar de que no era y nunca sería una buena persona, quizás si quería a su nieta, ilegítima o no.

Pasaron su noche de bodas en una posada, bonita y privada, donde cenaron en un saloncito muy parecido al que había compartido cuando viajaban de Amethtown a Londres juntos, de alguna manera Sebastián sintió que era un buen augurio estar allí. Ella subió primero pero él la siguió no mucho después y no se resistió cuando entró vistiendo un delicado y revelador camisón.

Ella trató de cubrirse con la sábana pero ya Sebastián se había acercado y tendido a su lado, pateando los zapatos y quitándose la corbata y la camisa en tiempo record.

- Mi esposa - dijo él sin aliento.

Con una sonrisa y un reflejo de sus propios sentimientos en sus ojos marrones ella respondió.

- Mi esposo.

Sebastián la besó aceptando su suave suspiro y amando el sabor a te en sus labios y azucar en sus labios, porque una mujer tan dulce como ella desde luego tendría debilidad por el azúcar. Una vez le había dicho que no era de azúcar y que la mordiera para probarlo, ahora que tenía derecho a hacerlo y descubrió que ella gemía cada vez que lo hacía no se resistía a hacerlo. Besando y mordiendo sus labios, adorando todo lo que la hacía magnífica.

- Esposa, ya lo he visto todo - murmuró contra sus labios, ella seguía sosteniendo la sábana sobre sus pechos. Sebastián besó su barbilla siguiendo un camino hasta sus labios entreabiertos- Cubriendote solo me hace querer...

Amar al vizconde Where stories live. Discover now